Publicado dos años después de Non-Stop Erotic Cabaret (Vertigo/Some Bizarre, 1981), ese malicioso juguete de synth pop masturbatorio. The Art of Falling Apart (Vertigo, Some Bizarre, 1983) nacerá con la, casi, imposible empresa de fabricar otra colección tan felizmente preñada de sexo, bilis, y ambiente suburbano. Para satisfacerse a ellos mismos, y a pocos más en su momento, tras su demoledor debut, lo que perpetrará el dúo conformado por el hiperbólico, y tan injustamente ninguneado, Marc Almond y el sintetizador humano, Dave Ball, será una amplificación exagerada de su lado más grotesco. Para entendernos, y tal como ellos mismo explicaron, se dedicarán en corazón con su nuevo trabajo tras una empanada de ácidos durante el visionado de “El Resplandor”…
Pesadilla inundada de luces estroboscopicas, la misma portada del disco nos advierte que dentro nos vamos a encontrar con una extravagante malformación nocturna, torturada de pop cabaretero de la que el Marqués de Sade y Jean Genet estarían más que orgullosos o, lo que es lo mismo, tal como se decía en el Nosferatu de Murnau: «una invitación a dar sentido a los horrores de nuestras noches.”[1]
Fascinante sobredosis de lo excesivo, la sutileza quedará reservada para esa delicatesen llamada “Kitchen sink drama”, el único respiro de una obra donde Almond se dispara en un torrente de melodías al límite, entre la teatralidad más ligada a su época de performance -“Baby doll” parece el resultado de mezclar una película de Fassbinder con otra de Paul Naschy- y la intución para elevarse en líneas melódicas siempre rozando el límite de la edulcoración -“Loving you, hating me” es apoteósica-. Para poder arropar semejante crisol de verbo inflamado, Ball se dedicará a exprimir al límite “la técnica proveniente de las cajas de ritmos Oberheim DMX / Linn, a diferencia de aquellos peso pluma derivados de la 808s Roland utilizados en Non-Stop Erotic Cabaret. América les exponía la nueva tecnología, así como los nuevos medicamentos. Cuando The Art Of Falling Apart revisitó la electrónica ‘toytown’ del álbum anterior, tal como en el título de la canción, el novedoso golpe rítmico que acababan de añadir lo harían sonar como en su debut, pero bañado en esteroides.”[2]
Obra no apta para los que busquen refinamiento y perfectos ejercicios de estilo; por el contrario, si lo que te va es sudar chorros de bits analógicos, The Art of Falling Apart se erige como una opción tan extrema como prohibida.
[1] Lindsay, Mathew: “Sex music for gargoyles: Soft Cell’s The Art of Falling Apart”, The Quietus, 12/12/2013 en http://thequietus.com/articles/14100-soft-cell-interview-marc-almond, traducción del autor.
[2] Ibídem