Uno de los grandes entomólogos del alma humana, tras pasar cuatro décadas entre reformatorios, manicomios y cárceles, Edward Bunker conseguirá sobrevivir, aunque las cicatrices del corazón ya le acompañarán como sal en sangre hasta su último suspiro de vida.
Ratero en su infancia, el preso más joven de San Quintín – con sólo diecisiete años -, planeador de robos – Bunker llego a vender planes de robo a ladrones profesionales -, escapista de la libertad condicional. La vida de Bunker es de esas que dan pleno sentido a frases como “la realidad supera la ficción”. Y es que a pesar de haber escrito novelas tan aterradoramente humanas como No hay bestia tan feroz (1973), La factoría de animales (1977) o Perro come perro (1995), donde realmente Bunker plasmará todo el río vital que lo inundaba, será a través de la que, para un servidor, es la autobiografía más sincera y sobrecogedora que ha leído en su puñetera vida: La educación de un ladrón (1999). La cumbre de toda su trayectoria, cada página de este libro nos muestra los pliegues de la memoria de Bunker en toda su crudeza; exhalando chorros de vida pura, mediante una especia de filosofía brutal de la especie humana más desfavorecida.
Como toda autobiografía, Bunker hace un recorrido por los episodios más relevantes de su existencia, aunque a diferencia de la mayoría, en su prosa seca y lapidaria se encuentra el pulso sabio del que ha conocido todos los horrores de la incomprensión más triste; la de un genio que nunca supo ser reconocido; que tuvo que perder más de media vida entre rejas. Terrible y demoledor, Bunker se sirve de estas memorias para realizar un exorcismo total. Y es que enfrentarse a semejante propio pasado y salir indemne y en paz con él y el mundo que le rodea sólo puede ser equiparable actos de sinceridad total con la naturaleza de uno mismo, como el llevado a cabo por por David Lynch a través de Inland Empire (2006).
Repleto de situaciones desgarradoras, la propia vida de Bunker sirve como el retrato más sentido y profundo de los desamparados; un tortuoso trayecto que muestra los defectos de un sistema anclado en falsas formulaciones de reinserción; en su caso, en un nuevo centro penitenciario…
Con la mueca cansada, Bunker es el actor principal entre un desfile que va de los seres más grotescos a amistades con fecha de caducidad forjadas por pura supervivencia. Pero, al final del túnel, tras quinientas páginas de providencial mercromina narrativa, Bunker logrará transmitir lo que en ninguna de sus otras obras no había conseguido – bueno, también porque no lo pretendía -, chispear un fogonazo de esperanza; la opción de que, finalmente, y pese a todos los obstáculos que nos pone nuestra sociedad orwelliana, uno tiene cierto margen para ser el propio dueño de sus actos. En su caso, el que le llevará a comenzar una carrera literaria desde la cárcel – a saber cuántos libros tiene Bunker sin editar… -. Esa marca será sólo la salida desde la que Bunker no sólo renovó la novela negra como nadie, por medio de una total desmitificación de lo cool y los “buenos” y “malos”, sino que, a ritmo de Olivetti abrasiva, emergerá como la voz de la verdad; la que anida entre los escombros del incendio de mentiras y falsedades que dirimen nuestra día a día.
Se podría decir que esta obra tiene su origen en la cadena comenzada por la infancia del propio Bunker en Little blue boy (1981) las cárceles de La factoría de animales y la libertad condicional de No hay bestia tan feroz y Perro come perro. En consecuencia, La educación de un ladrón no sólo es una autobiografía, sino que, además, nos advierte que, por si no había quedado suficientemente claro, todas sus novelas anteriores ya eran vastos autorretratos de sus entrañas.
Descatalogado desde hace años, es muy representativo que el año pasado me pueda encontrar este libro entre los más destacados de una librería italiana, mientras que en España lleva 10, sí una década, completamente descatalogado. No estaría de más, pedir a Sajalín editores que tengan consciencia de este grave error y sigan con su maravillosa labor de darle nueva vida a la producción literaria del gran Edward Bunker. Más que nunca, genio y figura.