El vertiginoso avance de la ciencia en este siglo la ha encumbrado a la posición de que tan sólo ella nos puede ofrecer el verdadero conocimiento. En esta perspectiva de avance imparable, de descubrimientos innumerables se ha producido un cambio radical tanto en la sociedad como en la vida de los individuos. Dios se ha retirado y ha dejado tímidamente su puesto a la ciencia. Se tiene fe ciega en la ciencia, pensamos que todo lo puede y lo que no puede, lo podrá en un futuro próximo. La ciencia parece ser sinónimo de verdad y de salvación. Frecuentemente se piensa en una ciencia todopoderosa, cuando la realidad es que ésta tiene límites del mismo modo que la vida también los tiene. Es cierto que en las últimas décadas la ciencia ha abierto muchas puertas. No obstante, todavía quedan muchas por abrir. Se ha creado un espejismo en todo lo relacionado con la ciencia, dejándose a un lado las otras caras de la moneda. Hoy en día parece que todo es reducible a la ciencia, que todo se puede explicar científicamente. Sin embargo, esto no es en absoluto cierto. Hay ciertas cosas que la ciencia no puede estudiar, simplemente porque no es tarea suya, como por ejemplo, la existencia de Dios o del alma.
La ciencia explica el cómo, la metafísica el por qué. Se debe entender que la ciencia da cuenta de los hechos que suceden, tanto como de los que podrían suceder, pero no del por qué suceden estos hechos y no otros, eso es tarea de la filosofía. Por ejemplo, la ciencia puede explicar las reacciones químicas que se producen en un individuo que está enamorado en el momento que ve a la persona a quien ama. Pueden ponerle nombre a estas reacciones, enunciar cómo se producen y si son similares a las de otros individuos enamorados, pero no podrá en ningún momento dar una explicación al por qué se producen dichas reacciones cuando se ve a una persona en concreto y no a cualquier otra. El misterio del amor es algo que no concierne a la ciencia.
Por otro lado, existe la idea de que la ciencia muestra las cosas tal y cómo son. No obstante, una teoría científica no es equivalente a un hecho, sino que da una explicación a ese hecho mediante teorías, conceptos y leyes. Mariano Artigas afirma: «La verdad de un enunciado científico no es absoluta, o sea, independiente de todo marco conceptual y experimental; es relativa a tales marcos o contextos»[1]. Es decir, la ciencia no juega con enunciados absolutos, sino relativos al marco en el que se hallan. Del mismo modo, las teorías de las ciencias experimentales no son verdades fijas e incuestionables, sino que se trata de teorías flexibles y dinámicas. Es preciso mencionar que las hipótesis son teorías que dan una explicación a algo, pero que no se trata de algo completamente asentado y rígido, sino que pueden evolucionar, perder fuerza frente a otras hipótesis e incluso acabar en el destierro.
Por tanto, es preciso contemplar todo el cuadro, ya que de no ser así, no resulta difícil perderse en el oscuro camino del cientificismo, otorgando el puesto de verdad única y absoluta a la ciencia, olvidando que la crítica es algo sumamente importante, sobre todo para esclarecer algunos mitos.