The Associates: «Sulk» (WEA, 1982)

The AssociatesDuo escocés formado por el solista Billy Mackenzie y el genial multi-instrumentista Alan Rankine, The Associates perpetraron una de las carreras discográficas más cortas pero intensas de principios de los ’80. Muy olvidados desde hace muuuchos años, resulta de justicia empezar a otorgarle el valor que se merecen a este par de alquimistas del post-punk barroco. No en vano, su espíritu se está pudiendo palpar en bandas de nuevo cuño, a las que, siguiendo las modas revivalistas que nos asolan, se les está tildando como renovadores de la escena del pop actual: Wild Beasts, These New Puritans o Foals. En el caso de los primeros, incluso, se les está proclamando cabecillas, con el dudoso honor, glups, de liderar una nueva oleada de “Nuevos románticos”. Oleada que tuvo su germen  a comienzos de los ’80, por medio de bandas como Spandau Ballet o Duran Duran, todo este movimiento pillará a nuestros héroes por en medio y los acabará metiendo en una guerra insustancial, que claramente no era la suya. Porque estos renovadores de la escena pertenecían, más bien, a la liga de espeleólogos de nuevas formas musicales, conformada por Japan, The Human League o Eyeless in Gaza. Partiendo de la liturgia renovadora de post- punk, The Associates se acabarán poniendo un lustroso traje largo de pop, con el armario lleno de tecno, funk y nuevos aires orientales. A raíz de esta pasión por ir de expedición, The Associates acabarán abriendo las puertas a nuevos territorios, más exóticos. Con la maleta repleta de ideas, su providencial viaje por territorios nuevos actualizará los mapas mediante un rastro de islas nuevas. Y eso, gracias a Sulk (Wea, 1982), el fascinante disco que nos ocupa. Para este LP, los escoceses partirán de un sonido más orgánico que el anterior, el también genial The Affectionate Punch (Fiction, 1980). Como resultado, Rankine tejerá un revestimiento sintetizado del que emergerán unas canciones que recuerdan a las enseñanzas berlinesas de la dupla Bowie-Eno, tanto en la parte instrumental -‘Arrogance gave him up’- como en la afectada manera de cantar de Billy Mackenzie ‘Skipping’, pero también a la teatralidad heredada de Sparks: ‘No’ y ‘Gloomy Sunday’. Eso sí, The Associates tenían un universo completamente autónomo. Si analizamos canción por canción de Sulk, uno se queda desbordado ante semejante crisol de pop en cinemascope. Temas trufados de soluciones sonoras e ideas brillantes, de tal oleada de inspiración a raudales acabarán por surgir momentos realmente sublimes; unos retratados tanto en la  tensión robotizada de la segunda parte de ‘Bap De Lap’ como en la mezcla de coros  insinuantes y trallazos de post-punk endemoniado que hacen fisión en ‘Nude Spoons’. Muestras mayores de un genio del que andaban sobrados. Abriendo más el grifo, llegarán a su punto más álgido en ese clásico definitivo del pop que es ‘Party Feathers Two’, y por la que el mismísimo “Duque Blanco” hubiese matado en aquel 1982.

The Associates.png 2
Rankine y Mackenzie nadando entre los mares revueltos del pop.

Obra vanguardista, moderna y borracha de talento,  Sulk está creada por un par de tipos con la mente en constante ebullición; poseedores de una intuición y sensibilidad muy especiales. Si a esto unimos un estado de gracia y unas miras abiertas a panorámicas sin cortapisas, lo que The Associates consiguieron a merced de este artilugio, adelantado a su tiempo, acabará por ser la guinda de un momento único para el pop. No hay más que acercarse a obras hermanas como el Tim Drum (Virgin, 1981) de Japan, Arquitecture & Morality (Virgin, 1981) de O.M.D.; Drumming the beating Heart (Cherry Red, 1982) de Eyeless in Gaza o It’s My Life (EMI, 1984) de Talk Talk. Junto a exploraciones de pop tan inquieto como éstas, artilugios tan arriesgados como Sulk acabarán por abonar el terreno para que, incluso hoy en día, otros se lleven los frutos de semejante cosecha: unos inspiradores, como Atlas Sound o Radiohead, en sus momentos más experimentales; y otros con resultados más dudosos, encarnados en propuestas sin alma ni intenciones como las llevadas a cabo por bandas tan insustanciales como Tears For Fears o A-HA.

 Para terminar, advertir que esto es una crítica de la edición inglesa original del disco cuando se publicó. Existe una americana en la que cambian tres temas, pero la que realmente te pone los dientes largos es esta maravillosa reedición que salió en el año 2000. En esta, aparte del tracklist británico, aparecen siete esclarecedoras nuevas muestras del talento de esta pareja; las cuales, se pueden escuchar cómo, lo que son, unos extras; o bien, como la perfecta continuación del temario original. Son tan nutritivas que el resultado final de la obra acaba por enriquecese sobremanera. Todo esto gracias a singles tan radiantes como ‘Love hangover’ y ‘18 Carat love affair’ (esta última podría colar como uno de los singles más radiantes de Soft Cell); las demoledoras ‘Ulcragyseptimol’, ‘And Then I Read A Book’ y ‘Australia’; la falsa placidez de la instrumental de ‘Grecia 2000’ y la desnudez eléctrica ‘The Room We Sat In Before’. De todas a todas, inabarcable.