Hazlo por Schopenhauer (XIII): cuatro tipos de escritores

Existen cuatro tipos de escritores*:

1) Los que tienen talento y lo saben.

2) Los que tienen talento, pero no lo saben.

3) Los que no tienen talento y se creen buenos.

4) Los que son malos y lo saben, pero se la repampinfla.

Empecemos por los que son malos y son conscientes de ello. A estos se las chupa todo. Saben muy bien cómo funciona el mundo, qué caminos hay que recorrer y qué atajos hay que tomar. Son buscavidas. Espabilados. Conocen muy bien a la mayoría de la gente, pues se encuentran a su mismo nivel de sensibilidad e inteligencia; tienen intereses comunes. De todos los tipos de escritores, éstos son los que tienen más éxito en su época, especialmente en países como España, donde la sociedad, el gobierno y las instituciones culturales claman por la ignorancia, la incultura y el desarte. Este tipo de escritores reciben, de sus coetáneos, palmaditas en los hombros. Son mediocres que triunfarán hoy, pero serán olvidados mañana. Aunque a ellos ¿qué más les da, si el olvido únicamente hiere a aquellos que pretenden dejar su huella en el tiempo? De poco sirve consolarse, al pensar que en la posteridad nadie los recordará. Ellos ya han llenado sus alforjas. Ellos ya han jodido la marrana: han arrinconado a los que realmente tienen talento.

Los de la primera categoría, los que son buenos y lo saben, suelen ser ignorados e incluso despreciados por sus contemporáneos, pero al saberse genios, pueden reunir las fuerzas necesarias para seguir luchando. Se asemejan a un Miura en la plaza que, aunque intuye que tiene la batalla perdida, algo le impide rendirse. Saben que su obra será reconocida en algún territorio venidero. Siempre y cuando, la suerte dé el visto bueno.

Los segundos son los que peor lo pasan. Poseen el don de la genialidad, pero son incapaces de disfrutarlo. Siempre dudan de sí mismos y de lo que hacen. Tienen una crisis existencial detrás de otra. Se ven acosados por el bloqueo del escritor, el pánico del escritor o, si no, por algún mala sombra que les hace una crítica de ésas que van a hacer daño, a humillar. Están en constante lucha consigo mismos y con el mundo. De algún modo, sospechan que tienen algo, y seguro que el duende se les ha aparecido en más de una ocasión, pero ellos se frotan los ojos, sin llegar a creérselo, y vuelven a sumergirse en sus dudas. Pobres desgraciados.

Los terceros son los más numerosos. Tienen la ilusión de estar haciendo algo realmente bueno, ¡¡ARTE!!, de que pasarán a los anales de la literatura por sus magníficas obras, serán reconocidos y aplaudidos, ganarán el Nobel, el Pulitzer, ¡el Planeta! Sin embargo, sus textos son medianías, carecen de la profundidad, la reflexión y la magia de las obras universales. ¿Acaso no se dan cuenta de que no están a la altura de los grandes genios? Quizá lo presientan, pero el ego, claro, pesa mucho más.

Hace un par de días le pregunté a mi madre con la inocencia de una niña:

-¿Los escritores malos saben que son malos?

Su respuesta:

-Qué va. Se creen buenos y están esperando la fama.

Animalitos, no ven más allá de su propio techo. Y, a pesar de que en algunos casos se muestren arrogantes, tarde o temprano les delatará su mediocridad. Cuando los calas, no puedes sentir más que compasión. Ahora bien, podrían dejarlo, ¿no?

Una reflexión: si sólo los que pertenecen al cuarto grupo -los que no tienen talento y lo saben- dejasen de escribir, se abrirían ante nosotros, a tiempo real, las puertas del progreso en la literatura. Un gran avance, no sólo en lo que se refiere a la calidad, sino a la justicia que, al fin y al cabo, son dos caras de la misma moneda. Pero eso sería como pedirle peras al olmo. A los escritores de la cuarta categoría tanto les da la literatura, el arte, las ideas universales o la justicia; ellos están aquí para sacar tajada de la situación, que si el oficio no les diera beneficio, otro gallo cantaría. Este tipo de gentuza no dejará de escribir jamás, porque la deshonestidad es su marca de la casa. Y, si bien hay que andarse con pies de plomo a la hora de hacer malas críticas de la obras coetáneas -pues el único juez infalible es el tiempo-, cuando se nos ponga por delante una obra deshonesta, un escritor deshonesto, no debemos mostrar un ápice de piedad. Aún más, hay que ir a por él.

Abur.

 

* Esta categoría puede aplicarse, de hecho, a cualquier artista.

 

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