Tras revelarnos a una de las bandas más interesantes de lo que llevamos de año, Fuzz Club Records sigue con su sana nutrición de rock ingrávido, y no seré yo quien vaya a negarme a esta dieta de derivas neuro-cósmicas. Y más con propuestas tan atrayentes como 10,000 Russos, un trío portugués de alquimistas de la misión “Y el verbo se hizo ruido”. Así, João Pimenta -batería/voz-, Pedro Pestana -guitarra- y André Couto -bajo- son los tripulantes de esta nave hacia los confines del drone eterno, que refulge en una estela de cartografía autónoma por medio de éste su LP homónimo, banda sonora ideal para una película de ciencia-ficción de Tarkovski. Pero para que esperar más, tomemos asiento, y dejemos que el piloto automático haga el resto.
Nada más despegar, ya surge una certeza. Y es que cuando un trabajo comienza con una canción en homenaje a Karl Burns, el batería más sembrada de la interminable saga The Fall, es que la cosa ya pinta bien, al menos en intenciones. Precisamente esta primera canción sintetiza el fuego helado mancuniano de la Manchester imbatible de finales de los ’70 y comienzos de los ’80, aunque para esta ocasión con la proyección de Joy Division en la mente. De hecho, suena como si los Ian Curtis y compañía estuvieran recibiendo una sesión de hipnosis o, mejor aún, como la lluvia permanente del norte inglés bajo el paraguas de Spacemen 3. La misma sensación puede aplicarse a la galopada de drone krautrockizado que vertebra los más de ocho minutos de ‘UsVsUs’ y para la que las emisiones vocales parecen salir de una televisión en modo granulado. El mantra tempestuoso dictaminado por el latido mecanizado de las fábricas seguirá a lo largo de toda esta experiencia híper sónica. De esta forma, ‘Baden Baden Baden’ reverbera la pulsión pero limada dentro de un cuerpo más pop, eso hasta la quebradura que se produce en el minuto tres, punto de inflexión para una ensoñación de electricidad arábiga, flotando como una alfombra mágica entre las vísceras de un agujero negro. Pero las emociones aún no han tocado su punto más álgido, ya que ‘Barreiro’ parece helar todo a su paso, es de aliento antártico, para escucharla es necesario hacerlo con el plumas incorporado. El bajo marca huellas en la nieve, y nosotros no tenemos más que seguir esa ruta marcada.
Tras una vuelta consensuada al espacio, qué mejor forma de rematar este crucero de viajes imposible que apelando al espíritu cavernario de The Fall y la agresión eterna de los Stooges. Esto por la parte que le toca a ‘Stackhanovets’, el primer acto de esta última doble sesión, porque a partir del minuto cuatro el testigo lo toma ‘Kalumet’ un punzón clavado en un pulmón inmemorial a ritmo de drone ambient-kraut en propensión swaniana. La guinda ideal para coronar lo que se entiende como una experiencia asegurada a través de la que el trío ya ha asentado las bases de una fórmula, que vistas las posibilidades, se antoja con más brechas interiores en futuros pasos. Mientras tanto, a disfrutar de este billete a la más hermosa de las constelaciones espaciales y a esperar poder sentir el calambre en vivo de sus directos. Ya os aviso, de trance asegurado.