Parade: «Demasiado Humano»

Qué gozo cuando se cuela en nuestros oídos material fresco de artistas tan autónomos como Parade. Son ya casi dos décadas siguiendo su estela, y, ¡sí es posible!, en vez de nostalgia por el pasado, en su caso, siempre emerge la necesidad implícita de mirar hacia lo que será en vez de lo que ha sido.

Su octavo LP de estudio, Demasiado Humano, (Jabalina, 2013), vuelve a ratificar cómo cada uno de sus discos parece nacido como una reacción contra el anterior, al menos en lo que se refiere en su vertebración sonora. Así, si en Amor y Ruido (Jabalina, 2013) las coordenadas venían delineadas por grafología clásica, ahora se le da por retornar al pulso sinte. Aunque a su manera, cómo no. En esta última pirueta, subyace uno de los propósitos pivotales de su discurso musical: humanizar el sintetizador.  Y vaya si lo consigue. Todas las teorías sobre la “supuesta” artificiosidad de la expresión electrónica queda demolida ante ejercicios tan emotivos como ‘Demasiado humano’ o ‘Laser’, dos nuevos tesoros a añadir a su excelso botín de hits siderales.

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Cada una de sus nuevas once canciones están zurcidas con el esmero del orfebre bipolar y la mirada del cartógrafo planetario. En sus coordenadas no hay limitaciones. El señor Parade es un Ufólogo de la melodía extraterrestre, nos hace creer en mundos pop desconocidos. Su compás pincha en el centro del corazón teutón y en su circunferencia abarca latitudes de canción italiana, sus queridos Beach Boys -esos coros en ‘Novia del motorista fantasma’- y hasta las Vainica -‘Bizcocho’ podría haber salido de la pluma de Carmen Santonja tras un visionado compulsivo de la Dimensión Desconocida-. Y es que nuestro marciano favorito es todo un prestidigitador de la descontextualización. ¿Quién es capaz de amalgamar citas a Prefab Sprout -hermoso su guiño a ‘Goodbye Lucille #1’- y los Ramones dentro de una misma solución? Y ése es otro punto siempre a recordar de Parade: su implicación por hacer relucir el humor en todo su abanico de colores: del negrísimo -‘Bizcochos’- al crítico -‘Cementerio nuclear en la pequeña ciudad’-, pasando por el descacharrante -‘Johnny Ramone, espía secreto del KGB’-.

Parade siempre cuenta historias, su metodología es la del escultor que cincela hasta dar con formas acabadas, inertes al paso del tiempo. Pop en estado puro pero no cerrado. En realidad, el efecto que dejan sus canciones es muy parecido al de las películas de Wes Anderson. A su manera intransferible, la prosa de Parade destila palabras concatenadas en el subconsciente del oyente. Su recorrido circunvala de la caja torácica a las manecillas del marcapasos, de la sonrisa cómplice a la empatía por evasión.

parade2Demasiado Humano prosigue con la sana virtud de ratificar una máxima: lo retro jamás tiene cabida dentro de su abecedario. Parade navega por  geografías sonoras, jamás se mete dentro de la cabina del Doctor Who para mimetizar épocas pasadas. En su crucero astral, siempre están presentes el mundo del cómic -para esta ocasión el motorista fantasma-, la literatura –delirante en ‘Quiero la cabeza de Philip K. Dick’- y el cine -‘Carterista de tanatorio’ podría ser un grotesco spin-off de “El Verdugo” (1963) de Berlanga-. Y si, aún por encima, es capaz de fusionar carácter latino y minimalismo post-punk, como en ‘El ritmo escarlata’, es que su arrojo por la amplificación de la semántica pop debería empezar a ser ya considerada como un género en sí mismo.

Semejante crisol de sonoridades vuelven a dar con un razonamiento en replay desde que editó su segundo álbum, Consecuencias de un Mal Uso de la Electricidad (Spicnic, 2000): que cada nuevo LP es su obra más redonda. Y esta vez no iba a ser diferente. Es tan difícil escoger. Lo único que se puede expresar, sin caer en la traducción impulsiva de las emociones que generan las primeras escuchas de Demasiado Humano, es que estamos ante la enésima certificación de un estado latente de genio: la prueba más evidente de que por las venas de nuestro Man-Machine corre plutonio de toxicidad grado 1.000. Es sentir su roce y quedar infectado sin cura posible. Sin duda, una de las demostraciones más sugestivas del pop marciano-humano ideado por el gran escapista de los convencionalismos pop.