Pues bien, aquí estamos de nuevo con un EP de 50 Foot Wave, una formación paralela de una tal Kristin Hersh. ¿Os suena? Sí, sí, estoy hablando del alma de las Throwing Muses, firmantes de una trayectoria ineludible si queremos contar con todas letras que definen el abecedario de lo que se entiende como indie-rock. Vamos, que sin ellas, sus vecinos los Pixies quizá jamás hubieran podido salir de Boston al mundo de forma tan prematura. Y lo más importante, en su momento de gracia. Eso por no hablar de que toda formación indie-neopost-punk del siglo XXI les debería pagar una suma importante por la patente, “la patente Hersh”. Pero claro, en la canibalización alucinada por producir grupos, aún sin testar, como una fábrica de bollos, siempre se impone el absurdo de imponer la regla de optar antes por lo nuevo que por lo bueno. El problema de esta fijación en la actualidad es que “lo nuevo” raramente no deja de ser un reciclado de “bueno=ya conocido”. Quizá se trata de la progresiva impaciencia de los medios por encontrar nuevos referentes a toda costa o la facilidad con la que se ataca a artistas que, muy improbablemente, vuelvan a igualar sus momentos más sembrados –véanse los casos de Frank Black, Bob Mould o la misma Hersh-. ¿Irregulares? Seguramente. Sin embargo, da yuyu cuando Savages, Hinds o Car Seat Headrest son ensalzados como “la última sensación”. Porque el pasado no se reduce a pagar peaje en los clásicos consensuados por la crítica. Hay más, muchas más grutas en el pasado que no sólo ayudan a entender mejor de dónde proviene todo lo que nos cuelan como un acto “original” de revisionismo. Y en esta franja no tan ponderada –al menos en lo que se refiere a las listas a granel de los mejores de la década y tal- se encuentra la obra de Kristin Hersh, con o sin las Throwing. Y es que ya son 30 años manteniendo las constantes creativas. Algo de lo que da buena fe su nuevo EP junto a 50 Foot Wave. Un nuevo reflejo de su universo intransferible. Suficiente aval que mucho miope etiquetará como “más de lo mismo”. Los mismos que se atreven a reducir la trayectoria de Luis Buñuel o John Ford a sus cuatro películas más emblemáticas. Pues con este artilugio, lo mismo. En su momento, Hersh ya fue básica en una peculiar síntesis folk-postpunk mil veces readaptada por los que vinieron después. Ya cumplió su cometido. Así, este Bath White (ThrowingMusic, 2016) nos sumerge en un baño de cristales rotos tan reconocible como deseable. Media docena de canciones paridas, como siempre, desde las taras de los sentimientos. Las riadas se desbordan en cascada. La oscilación entre contracción-explosión se recrudece y expande con el poder de la mujer que siempre está dando voz libre a su niña interior. Al tormento de convivir con un demonio al que ya le ha puesto nombre, ojos y rostro. Tal es el caso de ‘Bath White’, que bien podría haber formado parte de Limbo (4AD, 1996) de los Throwing Muses. Como siempre, las canciones suenan como estalactitas resquebrajándose, fundiéndose con otras. La guitarra de Hersh sigue tan tensa como siempre. Ella hace uso de su caja de herramientas habitual, pero desde el desgarro inconfundible de sus palabras.
No matter who you are
No matter what you wanted
And on the way down
Wait it out
And on the sand was rotten apples
And on the way down
Wait it out
And what you caught was only shadows
En todo momento, el balance entre calma y tempestad es el meridiano que propulsa el arco melódico. Por momentos, podrían parecer una versión funk de Come. Hersh tiene mucho que ver con Thalia Zedek, pero Hersh cuenta con un registro más amplio en eso de acariciarte, arañarte las tripas. En el corazón de ‘God’s Not A Dick’ –tela con el título escogido-, hace trizas la canción. Espolvorea sus restos hacia un centro de estatismo melódico en bucle, rematado por un riff digno de Jimmy Page. La propiedad commutativa de los elementos nunca dio tanto igual. Hersh se crece en los extremos, hace un trajín con ellos. En ‘Human’ se lanza a la carrera de una ráfaga que confunde noise con liturgia space-blues. Mientras, le da tiempo a esparcir espasmos de funk arenoso al tiempo que sigue dejando en evidencia a la mayoría de los que se jactan hoy en día de “artistas atormentados”.
I never wanted that twisted demon who wears me down and winds me up
Blinds me to heaven
I wanted
I wanted that twisted human who stares me down and flies me up
Flies me to heaven
The crime of it
The punishment
Para ‘Rattled Out’, la receta es un medio tiempo marca de la casa. Hacía tiempo que Hersh no buscaba tanto el roce plateado de las seis cuerdas, y éste es un ejemplo inmejorable. Su guitarra parece un cello endemoniado. En un giro casi casual, enfoca al space-rock. Pero ni así la evasión está asegurada. Ella prefiere lanzarte, mientras te agarra por los pies hasta ‘St. Christopher’, que, de nuevo, reproduce un halo de épica zeppeliana, al menos en su arranque. El resto se comprime entre golpes de tensión alternos. Resultado: un baño esquirlas de belleza no apta para corazones débiles. Cómo no, cuando Hersh recita “I wanna go faster. I wanna go further”, toda la carrocería toma forma de cohete sobre ruedas. Lo mismo que la última radiografía, ‘Sun Salute’, un nuevo zarpazo de una Hersh amplificada. Multiplicándose a sí misma. Zampándose sus propias sombras. Salivando sueños retorcidos. ¿Quizá un nuevo requiebro de Hersh sobre sí misma? ¿Canciones que nos recuerdan sus anteriores pasos hasta llegar aquí? Pues celebrémoslo. Porque este ejercicio tan por encima de la media avista nuevos envites en muy poco tiempo. Quizá porque cumple medio siglo de vida o por sus más de treinta de trayectoria. La razón da igual. Hersh está en plena forma y, a estas alturas de la película, no tiene nada que demostrar, ni a ella misma ni a nadie. Vamos, sólo faltaría. Por cierto, discazo.