Si hace poco nos acercábamos a la Francia más heterodoxa de los 70 a través de la imperial trayectoria de Catherine Ribeiro junto a Alpes, hoy toca trasladarse hacia parajes más recónditos, al menos para las audiencias pop. Tal destino no es otro que la Grecia de los primeros años 80. Y no, no voy a ponerme a hablar de Demis Roussos ni de Nana Mouskouri, que bastante tuvimos que tragar coon ellos en aquellos tiempos, cuando parecía que no había nadie más en Grecia sacando discos. Bueno, estos dos y Vangelis. Pero en realidad sí que había. Yaya que sí. Entre ellas, una tal Lena Platonos, que durante esa década experimentó dentro de los contornos del minimalismo pop para alumbrar un sendero en el que destacan obras como Λεπιδόπτερα (Lyra 1985), Μάσκες Ηλίου (Lyra 1984) y la obra maestra que hoy nos ocupa: Γκάλοπ (Lyra 1985). A propósito de este último, hay que recordar que el sello Dark Entries lo reeditó el año pasado. Sin duda, la ocasión la pintan calva para poder hacerse con una prueba física de la obra de esta genia incontenible. Para empezar, la relevancia de Γκάλοπ va más allá de su mismo contenido, sino del proceso bajo el que fue enhebrado; en este caso, por medio del sintetizador Roland TR-808, una de las herramientas semánticas en la constitución del lenguaje hip-hop y la fibra rítmica del synth-pop. En el caso de la Platonos, su habilidad con la máquina radicaba en terrenos más amplios. A lo largo de las once canciones que conforman el álbum, Platonos exprime las posibilidades rítmicas de la Roland entre otras tantas funciones: de la difuminada rítmica sincopada synth en ‘Λένα Πλάτωνος’ a la contundente austeridad seca que vertebra ‘Μια άσκηση φυσικής άλυτη’, pasando por Τι νέα ψιψίνα’, que parece dejarnos constancia de que existe un eslabón perdido entre Fad Gadget y Diamanda Galas. Pero, sobre todo, Μάρκος’, a la que se puede calificar sin ningún asomo de rubor como una de las expresiones synth-goth más emocionantes y magnéticas que se recuerdan. Vamos, ésta llega a ser de otros que yo me sé, y sería considerada como lo que verdaderamente es: un clásico en toda regla -y no, no voy a dar nombres, que cada uno saque sus propias conclusiones cuando la escuche-. Lo mismo que “Έρωτες το καλοκαίρι’, otra muestra de las habilidades de la griega para metabolizar la masa sonora de la Roland en distorsión onírica, prácticamente estática. Únicamente por estas demostraciones, Γκάλοπ debería ser beatificada como una piedra roseta en la evolución conjunta entre armonías y sintetizador.
Respecto a los órganos internos de estas canciones, estos no difieren mucho de las bandas sonoras de ciencia-ficción de principios de los 80. Digamos que Platonos tenía mucho más que ver con su compatriota Vangelis -resultan indudables los ecos a películas como “Blade Runner”- que a John Carpenter. Entre medias, su manual de instrucciones contempla tal rango de posibilidades en la descontextualización del hábitat natural de la Roland que supone una obra pionera en estos terrenos, hecho que, en menor grado importancia, también la tuvo Camino del Sol (Les Disques Du Crepuscule) de los belgas Antena, obra también de aquellos años, y que bien se merece una radiografía para más adelante. En cuanto a Γκάλοπ, se puede establecer una correlación directa con la metodología synth del Franco Battiato de aquellos años 80. No en vano, si el derviche italiano se estaba dedicando a insertar sensibilidad adriática y descontento crítico dentro de sus canciones entre ropajes de fibra sintética, lo mismo se puede decir de Platonos, que también enfoca a problemas de actualidad como la emigración rumana en la tremenda Εμιγκρέδες της Ρουμανίας’, canción protesta mecida con su voz lánguida, como si estuviera recitando una fábula de Esopo, lo cual redimensiona su crítica hacia un ideal autóctono –nunca olvidemos: autóctono=universal- exento de verborrea panfletaria. Como cuando Catherine Ribeiro desplegaba su descontento por la Guerra de Vietnam entre nebulosas franco-espaciales o el mismo Battiato destilaba el desbocado torrente melódico italiano en la inmortal ‘Radio Varsovia’. Al igual que estos dos, Platonos también canta en su lengua materna; en su caso, el griego. Los matices elegíacos de este idioma añaden peso a sus palabras, de una severidad neutra que no admite la subjetividad de sus mensajes. Convierte lo poético en realidad, y en sentido inverso. Platonos sortea en todo momento los arquetipos de canción de pareja, descontento amoroso o deseos inalcanzables. Y perdónenme el mal chiste, pero la Platonos, de platónico, nada. Siempre movida por la curiosidad de las formas y su canalización, la griega fundió malestar y experimentación pop una década antes de que Stereolab lo hicieran en su nutritiva cosecha de los 90.
Los temas tratados por Platonos abarcaban una mirada central: desde Grecia, la cuna de la antigua civilización- hacia el mundo. De hecho, en sus vídeos solía ir ataviada con las mismas túnicas que debían llevar Aristóteles y Sócrates en sus tiempos. Y que fraseara en griego de forma tan neutra como melódica rubricaba una sensación en las antípodas de la condescendencia disfrazada de pose -y tan en boga a lo largo de las décadas- para, en vez de eso, transmitir un sentimiento real de solidaridad. La voz de los disfuncionales como gramática perfectamente comprensible de los afectados. Y la Platonos era una rara avis de las que no se olvidan. De eso podéis estar seguros, tanto como que, una vez imbuidos en sus redes, ya no querréis ser devueltos al mar junto al resto de peces.