Un día le suelto a uno que pasaba por la calle: «El que tenía verdadero talento era Thomas Vinterberg, no Lars Von Trier». Y me contesta: «Qué va. Vinterberg se estancó, y Lars Von Trier siguió haciendo cosas y al final demostró que el bueno era él».
Lo cierto es que a mí ya hacía tiempo que las pelis de Lars Von Trier me escamaban. Desde Dogville. ¡Atención spoiler! Vi la película en el cine y me resultó larga en exceso; envidié la época en la que se hacía un intermedio, una pausa, como en el teatro o en la ópera, para descansar tanto mente como uretra. Y encima ese final que no se lo traga nadie más que el propio director. ¿Que la protagonista se ha dejado vejar, apalear, violar, esclavizar por todo el pueblo y lo ha hecho porque quería justificar ante su padre sus altos principios, esos que dictan que hay que perdonar, tener clemencia, porque esos seres que la han denigrado son como perros que actúan por instinto? Su padre, un gánster, le increpa: «Eres la persona más arrogante que conozco». Ella: «¿Soy arrogante porque perdono a las personas?». Luego, el padre le dice que ella, debido a su incondicional misericordia, no deja que los hombres sean responsables de sus actos, que reciban su merecido. Así que la joven se va a dar una vuelta para reflexionar. Y regresa con un modo de pensar absolutamente contrario al que había defendido con uñas y dientes hacia escasos minutos. «Quiero utilizar mi poder si no te importa. Quiero hacer que el mundo sea mejor». Y su manera de hacerlo es acribillarlos a todos. Papá, déjame quemar el pueblo. Al fuego con ellos. ¿Qué ha sido de la compasión que tanto predicaba con su ejemplo? ¿de la misericordia cristiana? Da la sensación de que todo era un Macguffin.
En fin.
Luego está Melancolía que no es sino un plagio o un remake, como prefiera cada cual, de la atmósfera de Celebración (Festen, 1998) de Thomas Vinterberg. Esta última peli, la de Melancolía, ensambla con Nymphomaniac en el sentido de que ambas comienzan como si se tratasen de filmes experimentales -en el caso de Melancolía francamente bello y espectacular-, pero este hecho se evapora enseguida por completo y da paso a dos películas absolutamente convencionales. Por otro lado, Nymphomaniac es la peli sobre sexo más aburrida que se ha hecho. Las escenas de sexo –a excepción de aquella en la que las niñas despiertan a la sexualidad- son artificiosas y sesudas. Ahora, lo peor de todo es uno de sus protagonistas, un viejo sabelotodo que pretende comparar todo el tiempo las vivencias sexuales de una señorita ninfómana con la pesca del salmón o la trucha, ahora no recuerdo bien.
Por cierto, esto de que el sabelotodo encuentre a la ninfómana tirada en un sucio callejón, que ésta haya acabado apaleada por llevar una vida licenciosa es un rasgo más del moralismo misógino que reina en el mundo del cine y fuera de él: si follas demasiado, mujer, acabarás mal.
Esas ganas de martirizar a las mujeres que tiene el Trier –Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad, Dogville, Nymphomaniac…- dan que pensar. ¿Se esconde detrás del director quizás un psicópata? ¿un asesino de mujeres frustrado? Hay quien diría que mejor que se dedique a hacer películas que a matar. Ahora bien, dos, tres, cuatro, incluso diez víctimas, ¿qué es eso en comparación con millones de espectadores torturados?
Cada uno/a se retrata a través de sus actos, sus palabras, sus obras. El señor Lars Von Trier no es en realidad un director, sino un intelectual infiltrado en el mundo del cine que pretende instruir al público en su honda sabiduría, aquella del salmón, de la trucha y la de los altos y volubles principios.
En los últimos tiempos empecé a sentirme algo aislada, porque iba por la calle, diciéndole a la gente: «El que tenía verdadero talento era Vinterberg, no Lars Von Trier» y nadie parecía entenderme, o comulgar con esta aseveración. Hasta que vi un documental llamado Descubriendo a Bergman (Trespassing Bergman, 2013) de Jane Magnusson y Hynek Pallas. En él personajes del mundo del cine, en su mayoría realizadores, hablaban acerca del genio sueco. Entre ellos, Von Trier. He aquí lo que contó:
«Yo he visto todo lo que hizo Bergman y no creo que ni él mismo lo hiciera. He visto los anuncios que ha hecho, todos. Hora tras hora. Para mí, lo peor es que tuviera una estrecha relación con Thomas Vinterberg, Me parece raro. Vinterberg sólo ha visto una película de Bergman en toda su vida. Concretamente, Fanny y Alexander. Y, de repente, era el que hablaba con Bergman por teléfono. Yo nunca hablé con Bergman por teléfono. No sé cuántas cartas le escribí sin recibir respuesta. Así que al final me cansé y dije: «Se acabó». Pero entonces volví a ver Fresas salvajes, mientras rodaba una película en Trollhättan y le escribí: «Qué película más buena, tío». Me daba igual si no me contestaba y, por supuesto, no lo hizo. Yo tampoco contesto a todas las cartas. Al final, te cansas. Y ahora está muerto y tienes que decir: «Joder, Bergman, tengo 55 años, voy a vivir mi vida». Él no quería tener ningún contacto conmigo. Pues, vale, me olvidaré de Bergman. […] Hay tantas conversaciones que me hubiera gustado tener con él. Y me molesta. El muy desgraciado podría haber dicho: «Ven a Faro y hablaremos durante una hora». Podría haber hecho eso. Pero no lo hizo y estoy enfadado. Pero le quiero tantísimo. Lo es todo para mí. Menuda mierda. ¡Que le den a Bergman!».
–
Jamás había leído un retrato tan certero sobre este personaje al que no hace falta ni describirlo; se retrata tan bien a sí mismo… Porque no hay mejor manera que abordar a este tipo y su obra que con la duda por delante y la carcajada como medicina. Felicidades; las has clavado con el Sr. Von Trier.