Hablar de Drazen Petrovic (1964-1993), es referirse a una leyenda baloncestística que transcendió las barreras de la antigua Yugoslavia, para conquistar primero Europa y después el mundo entero. El “Mozart del baloncesto” desarrolló una carrera extremadamente precoz que le sirvió para destacar desde sus tiempos de adolescente en el Sibenka de su Sibenik natal, equipo en el que debutó en la máxima competición yugoslava a la tierna edad de 15 años.
Desde esa dulce juventud a Drazen le acompañó siempre una fama de jugador de carácter polémico y agitador, que provocaba las iras de sus rivales en pista. Siempre fue un jugador extremadamente expresivo, con una celebración efusiva de cada canasta lograda y una arrogancia inusitada en la victoria, en contraposición a su carácter fuera de la cancha, extremadamente ordenado y modoso. Muestra de todo esto se pudo apreciar en el Europeo de Francia de 1983, donde un imberbe Petrovic con apenas 18 años fue el encargado de iniciar las “hostilidades” entre italianos y yugoslavos en la final entre ambos conjuntos. El “bueno” de Drazen se enganchó con el italiano Gilardi, y aquí comenzó una batalla campal con ilustres veteranos del “mamporreo” como Kikanovic, Sachetti o Meneghin, que acabó persiguiendo a un Goran Grbovic que reaccionó cogiendo las tijeras del botiquín de su banquillo y subiéndose a la mesa de anotadores apuntando con ellas al mítico pívot italiano para defenderse.
Tras su paso por el equipo de su ciudad, el gran escolta croata aterrizó en la Cibona de Zagreb en el año 1984. Apenas contaba con 20 años, pero ya era un internacional más que asentado en la selección de Yugoslavia, con la que acababa de obtener la medalla de bronce en los JJOO de Los Ángeles. Con la ayuda de su hermano Aleksander y un ramillete de grandes jugadores como Cutura, Cvjeticanin o Nakic, asaltarían la gloria en los años siguientes, con un bagaje que incluye 2 Copas de Europa, 1 Recopa, 3 copas de Yugoslavia y una liga, con constantes exhibiciones de su poderío como jugador que asombran a todos los aficionados del continente europeo. A estas alturas, ya nadie duda que el genio de SIbenik es el jugador de referencia del baloncesto europeo, y sólo el soviético Arvydas Sabonis resiste alguna comparación con el talentoso escolta.
Equipos como el Real Madrid sufrieron en sus carnes las exhibiciones anotadoras de un Petrovic que tenía a los blancos como una de sus presas favoritas, a la vez que generaba un odio visceral hacia el por parte de algunos de sus rivales. Es por eso, que su fichaje por el equipo madrileño de cara a la temporada 1988/89 fue recibido con división de opiniones entre aquellos que lo recibieron con la máxima expectación, frente a los que rechazaban su fichaje recordando las antiguas batallas campales dirimidas en el pasado con el croata. Jugadores como Juan Antonio Corbalán o Juanma Iturriaga manifestaron su total rechazo al ingreso en las filas blancas del por entonces jugador yugoslavo.
Pero al gran Drazen sólo le gustaba hablar en un sitio, que era la cancha de baloncesto, y en ella mostró unas exhibiciones dignas para el recuerdo, incluyendo el partido del Open McDonalds que enfrentó al Real Madrid y los Boston Celtics, donde mostró una excelente tarjeta de presentación de cara al baloncesto NBA. Ese mismo año ayudó a los blancos a obtener la Copa del Rey y la Recopa de Europa, en una monstruosa exhibición ofensiva coronada con 62 puntos.
La estancia de Petrovic en España apenas duró una temporada, y es que en vísperas de iniciarse la pretemporada siguiente, decidió hacer la maleta y partir rumbo a USA para probar suerte en los Portland Trail Blazers, equipo poseedor de sus derechos al otro lado del Atlántico. Lo cierto es que el hecho de tener por delante en su posición a un monstruo del calibre de Clyde Drexler junto a un entrenador poco dado en aquellos momentos a experimentar con europeos, como Rick Adelman, provocó que la primera temporada y media del genio de Sibenik estuviera presidida por el ostracismo, a pesar de llegar con los Blazers a las finales de la NBA de 1990.
Ese verano nos dejó en las retinas un recuerdo imborrable para los aficionados al baloncesto como fue el campeonato mundial conseguido por la selección de Yugoslavia en tierras argentinas con una constelación de estrellas para la posteridad. Jugadores del calibre del propio Petrovic, junto a leyendas tales como Perasovic, Kukoc (mejor jugador del torneo), Paspalj, Divac o Savic, despacharon con total superioridad a sus rivales en el camino a la medalla de oro, USA y URSS incluidos, y de paso garantizaron su ingreso en la posteridad como equipo de leyenda. Pero este campeonato supuso también el principio del fin de la selección yugoslava unificada y de la cordial relación entre los miembros croatas y serbios del equipo, que a la postre se vería reflejada en la enemistad que se granjeó a partir de aquí entre Vlado Divac y Petrovic, ya que éste se negó a mantener ningún tipo de relación a partir del final del mundial con el pívot serbio, que hasta ese momento había sido como un hermano para él. El fantástico documental “Una vez hermanos (Once Brothers)” explica detalladamente el origen de esta enemistad y como se expandió en el tiempo.
Con todos los títulos habidos y por haber conquistados en el territorio Fiba sin haber cumplido los 26 años, a Petrovic le quedaba la asignatura pendiente de conquistar el territorio NBA. Los minutos resultaban cada vez más escasos en tierras de Oregón, y ante esta circunstancia no quedaba otra solución que abandonar el barco rumbo a otra franquicia dispuesta a darle los minutos que allí le eran negados. Y vía traspaso, apareció la opción de New Jersey Nets, una franquicia históricamente perdedora, siempre a la sombra de sus vecinos New York Knicks, salvo en la dorada época en la que Julius Erving paseó su clase por allí.
La suerte de la franquicia y de nuestro protagonista cambiaron por completo durante las dos temporadas y media siguientes, ya que el menor de los Petrovic consiguió adaptar por completo su juego a las exigencias NBA y de paso convertirse en un escolta de referencia en la liga. Ya no era ese jugador liviano que conocíamos en Europa y que conducía la pelota a través del bote bajo y que solía salir por el lado izquierdo del poste alto en dirección a la canasta. Esta nueva versión era más rápida, más fuerte y atlética, ya no abusaba tanto del bote, y tenía una capacidad enorme para salir liberado tras el bloqueo para recibir y tirar. La compañía de jugadores de la categoría de Derrick Coleman, Kenny Anderson o Chris Morris hizo el resto para convertir a los Nets en una alternativa real en la conferencia Este.
Tras una soberbia temporada 1992-93 donde Petrovic promedia más de 22 puntos por encuentro y se queda a las puertas de ser All-Star en una decisión muy controvertida, llegamos al verano de este año, donde el jugador y su equipo entran en un tira y afloja para revisar un contrato en el que el jugador entiende que ya es hora de que este refleje su verdadero status de estrella en la liga. Mientras tanto, Petrovic disputa en Polonia el preeuropeo con la selección croata, que tal y como se suponía fue un mérito trámite para la potentísima selección balcánica. Tras la finalización del clasificatorio, la selección croata retorna a casa en avión. Todos menos el genial Drazen, que decide realizar el viaje de regreso por carretera en compañía de su pareja. Por desgracia, este retorno jamás se llevo a cabo, ya que un fatídico 7 de Junio de 1993, “El Mozart del baloncesto” se dejaba la vida en una autopista alemana en medio de unas condiciones climatológicas adversas tras el choque de su vehículo contra un camión. Drazen iba de copiloto, durmiendo y sin cinturón.
“Drazen Petrovic, la leyenda del indomable” es un libro escrito por Juan Francisco Escudero, con la aportación de testigos directos de su etapa en España como fueron Lolo Sainz, Quique Villalobos o Vicente Salaner. Gran aficionado del deporte de la canasta, y autor de otros libros de baloncesto altamente recomendables (Generación NBA: La historia de la mejor liga de baloncesto del mundo, Larry Bird: una mente privilegiada), a través de sus páginas, Escudero recoge la biografía deportiva del genio croata, con una descripción pormenorizada de sus actuaciones más memorables dentro de una carrera para el recuerdo, desde sus comienzos en su Sibenik natal, pasando por su carrera como internacional en las selecciones de Yugoslavia y Croacia, hasta su trágico final en el año 1993, con tan sólo 28 años. Petrovic nos dejó a una edad muy temprana, pero a cambio nos dejó un legado irrepetible que permanecerá en la eternidad, el de un genio extremadamente competitivo, a veces polémico, pero que sin duda cambió para siempre la historia del baloncesto europeo.
Sin dudas uno de los mejores europeos de la historia del baloncesto, Paul Gasol, Sabonis, Dirk Nowitzki y él.
Soy muy joven para conocerlo, pero estoy seguro que fue un jugador que marcó la historia del baloncesto