El deseo desea

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Julito Iglesias

Años ha, Jesús Quintero entrevistó en su programa Los ratones colorados a Julio Iglesias, cantante y legendario seductor, según han constatado durante décadas las revistas de prensa rosa del mundo entero. Quintero le preguntó al entrevistado si se consideraba un buen amante. Iglesias contestó con un rotundo “no”. “Un buen amante tiene que ser responsable y yo no lo soy”. Con estas simples palabras dijo Julio Iglesias una gran verdad. Los buenos amantes son aquéllos responsables con el deseo de sus partenaires, no los picaflores.  

En las últimas décadas se han hecho cientos de estudios sobre la sexualidad, las relaciones de parejas, el enamoramiento y la infidelidad. Y muchos de ellos han llegado a la conclusión de que los hombres son más proclives al sexo y, por tanto, a la infidelidad. La cuestión animal se ha situado por encima de la social o personal, también del deseo. No obstante, en cuestión de estadísticas no debemos olvidar que la gente suele tirar a la alza y, más, cuando se habla de sexo. Ahora bien, una cosa es cierta: en temas de deseo las mujeres se llevan la palma. Ya lo decía Aristóteles “la hembra desea al macho”. El deseo es algo inmensamente más grande que un simple coito. En este sentido, se podría decir que a los hombres les gustan más las pruebas de velocidad y a las mujeres las de resistencia. A diferencia del deseo del hombre que culmina con el primer coito, el deseo de la mujer no se acaba la primera noche, ni la segunda, sino que crece de forma progresiva. Por supuesto, estoy hablando en términos de generalidad. Ya sabemos todos que cada persona es un mundo. Además, si a la mujer no le han satisfecho las artes de su amante, el deseo no hará más que decrecer o, simplemente, desaparecer.

El cine ha sabido reflejar esta variante, en mi opinión, sumamente interesante y significativa. Quisiera mencionar dos películas en particular. La primera es El piano de Jane Campion.

Mediados del siglo XIX. En un lugar remoto de Nueva Zelanda. La misteriosa figura de Ada (Holly Hunter) desembarca. Una mujer que, tras casarse con un hombre al que nunca ha visto, se convierte en el centro de las miradas y los rumores del pueblo debido a su silencio. Sin embargo, Ada no es en absoluto una mujer silenciosa. Ella expresa con la música lo que los demás hacen con la palabra. Por otro lado, las relaciones con su marido (Sam Nelly) son puramente comerciales. No existen sentimientos ni acercamiento sexual ninguno. Se tratan mutuamente con respeto y frialdad, a pesar de que el marido intenta algún contacto que otro. Pronto aparece en escena Baines (Harvey Keitel) que queda fascinado cuando escucha por primera vez tocar el piano a Ada. No tardará en comprárselo y exigir a su marido que su esposa le de clases de música. Y será en esos encuentros cuando el deseo de la mujer empiece a crecer. En un primer momento, casi prostituida por el chantaje de Baines, quien le pide que haga lo que él quiera si desea recuperar su piano. Luego, se convertirá en enamoramiento y pasión hacia el hombre que cayó a sus pies al oírla tocar. Y la pasión de la mujer no deja de crecer, sin descanso. Se imbuye en el sexo, en la carne, en el hombre. Tanto, que la curiosidad hace que se gire hacia su esposo. Que entre en su estancia mientras él duerme y empiece a acariciarlo. Sin embargo, cuando éste se despierta y contempla la semidesnudez de su mujer e intenta acariciarla, ella se aparta. El deseo, en esta ocasión, únicamente puede ser unidireccional.

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Ada y su amante

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Los hombres sienten una curiosidad voraz hacia las mujeres que no han poseído. Se preguntan sobre sus aptitudes en la cama. Una vez las han desvelado, se pierde el interés. En las mujeres, en cambio, la curiosidad juega un papel mucho más destacado. No se contentan sólo con la primera reacción, sino que quieren descubrir los entresijos de su amante.

Otra película en la que se desata la pasión femenina es Juana la loca de Vicente Aranda. El corazón de Juana (Pilar López de Ayala) palpita ávido cuando ve por primera vez a su futuro marido, Felipe el hermoso (Daniele Liotti). No dejará de latir por él hasta el fin de sus días. Y es que una reina por muy reina que sea, no deja de ser nunca una mujer, como cualquier otra.

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El objeto de deseo

No es de extrañar el amor que le profesa Juana a su marido, el único hombre que ha tenido entre sus piernas y un amante sumamente hábil. Ahora, Felipe no es un buen amante en el sentido propio de la palabra. Su lascivia le empuja a poseer a otras mujeres, descuidando a la suya. A pesar de su promiscuidad, el rey es un impotente. No es capaz de satisfacer a su esposa, que le pide mucho más de lo que él puede ofrecer. Nunca llega a satisfacerla plenamente. Y esto es lo que vuelve loca a Juana. La incapacidad de su marido por satisfacerla, la inclinación que tiene por colmar su deseo en otras mujeres que no sean ella. El deseo de Juana es Felipe, ningún otro hombre. Porque lo ama y lo ansía. A nadie más. Y el pozo de la reina que no se agota, hace que Felipe se aleje de ella, porque se sabe incapaz de asumir sus responsabilidades como amante. Se ve desbordado.

La historia acaba, como siempre, con la muerte, que llama a la puerta de Felipe, no por beber un vaso de agua helada, sino por sus profusos encuentros con distintas amantes. Y el deseo de Juana, no muere, sino que permanece quemándola hasta el fin de sus días.

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Este artículo fue publicado en la Revista de cine Versión Original nº 117 en junio de 2004, depósito legal CC-048-1994.

Su autora, Carmen Lloret (ahora Carmen Viñolo).

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