Pese a haber sido gestada en el medio más hostil, “Twin Peaks” consiguió alcanzar el Olimpo de los demiurgos. Transcurridas casi tres décadas desde su estreno, (re)aparece hoy nueva como el primer día.
“Twin Peaks” es atemporal, universal y original. Sus múltiples influencias y guiños al mundo de la televisión y las artes -“El fugitivo”, “Laura”, “La bella durmiente”, Shakespeare, Tiziano- no han hecho más que afianzar su originalidad, trasladándola a un contexto único y extraordinario. Escapa a las etiquetas y clasificaciones varias. ¿Es una serie de misterio? ¿De terror? ¿Es un metaculebrón? ¿O tal vez una comedia? Sin duda, el humor es intrínseco a “Twin Peaks”. Negro, surreal, socarrón y, como en la vida, aparece de forma inesperada. Cooper ha soñado con un hombre manco que pronunciaba unas palabras:“Fuego, camina conmigo”. Ese mismo hombre ha sido visto en un motel. Copper, el sheriff Truman y el agente de policía Hawk se dirigen hacia allí. El hombre manco, de nombre Phillip Gerard, acaba de ducharse. Su cuerpo está cubierto únicamente por una toalla atada a su cintura. Era la primera vez en la historia de la televisión que se veía el torso desnudo de un manco. Los tres agentes de la ley lo interrogan de manera intimidatoria. Quieren saber qué decía el tatuaje que llevaba en el brazo que perdió. El espectador espera lo evidente: “Fuego, camina conmigo”. Gerard se siente cada vez más presionado, llega incluso a gimotear.
TRUMAN
¡¿Qué ponía en el tatuaje?!
GERARD
¡¡Mamaaaá!!
La esencia de “Twin Peaks” es transgresora. Mark Frost: “Mi formación es como dramaturgo. Vengo de una familia de teatro. Pensaba en el espectáculo como algo subversivo y radical. Intentaba subvertir todo el formato de la telenovela nocturna. Tratábamos de socavar las falsedades en las que se apoya el melodrama y esas escenas emotivas ridículas, que no llevan a ninguna verdad”.
Voluntad de subversión + voluntad de verdad = “Twin Peaks”
El personaje de Shelly Johnson alude a esta intención de quebrantar lo establecido, lo falso. He aquí como su amante, Bobby Briggs, la describe: “Eres como un cohete de tres pisos en forma de cohete de bolsillo”. En efecto, a primera vista Shelly no parece gran cosa. Es flaca y algo retraída, aunque tiene un punto malicioso. Se burla de la terrible escena ocurrida en el funeral de Laura Palmer, y no le faltan agallas para correrse una juerga con su amante en las narices de su marido catatónico. Este personaje secundario, aparentemente sin importancia en el relato, encarna uno de los pilares de la serie. Shelly Johnson es el subtexto de la transgresión.
Aun con sus imperfecciones, “Twin Peaks” es un repóquer de ases: realización impecable, guión exquisito, personajes excepcionales, banda sonora sublime y libertad creativa. ¿En serio era posible algo así en la televisión estadounidense de 1990? Por aquel entonces nadie podía saberlo, pero se había abierto una grieta en el muro catódico. La cadena ABC sufría una mala racha; sus niveles de audiencia se encontraban entre los más bajos. De modo que los directivos de la cadena se arriesgaron. David Lynch y Mark Frost estaban en el lugar adecuado en el momento oportuno, -todo sea dicho, gracias a Tony Krantz, manager de ambos y una verdadera lumbrera; él los unió en matrimonio creativo-. Lynch venía de dirigir uno de los mejores filmes de los ochenta: “Terciopelo azul”; Frost, de escribir guiones para el serial “Canción triste de Hill Street”. Allí había coincidido con Anthony Yerkovichquien, después de su colaboración en la serie, creó “Corrupción en Miami”. Anécdotas aparte, el tándem Lynch-Frost se lo tomó en serio desde el primer instante. Como si se hubieran dicho el uno al otro: “Vamos a hacer algo realmente bueno. Vamos a romperlo”. Por si esto fuera poco, estaban entusiasmados. Todo ello condujo a una atmósfera insólita de creatividad dentro del medio, que contagió al resto del equipo.
Las condiciones de posibilidad para la creación de una obra de arte en el medio televisivo se habían dado. Además, “Twin Peaks” obtuvo el aplauso de la crítica y del público, lo que avivó las ansias de los imitadores. Habitualmente, cuando una serie tiene éxito, surge un arsenal de programas que intentan clonar el filón. No obstante, “Twin Peaks” tocaba tantos palos, tenía tanta chicha, que las series que la fusilaron se limitaban a tomar prestada una parte del universo Peaks.
En cuanto a la nueva televisión, cuyo inicio suele fecharse en 1999 con el estreno de “Los Soprano”, hay que tener en cuenta dos cosas. Primera, que tardó una década en aparecer. Segunda, que durante todo ese tiempo “Seinfeld” estuvo en antena y, al desaparecer, tomó el relevo “Larry David”, -según Mark Frost la mejor comedia de todos los tiempos-. Tanto “Twin Peaks” como “Seinfeld”/“Larry David” antepusieron la libertad creativa al producto televisivo. Compartieron las ganas por realizar algo nuevo, diferente y subversivo. Y, por supuesto, lo más importante: sus creadores disponían del talento necesario para poder llevarlo a cabo.
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Este artículo forma parte del reportaje «Informe Twin Peaks», coescrito junto a Quim Casas, que fue publicado en la Revista Rockdelux en junio de 2017. ISSN 1138-2864
La autoría de los artículos que publicamos en esta serie es de Carmen Viñolo.