“Sesión infantil» segunda parte. Por Carmen Viñolo

Siguiente sesión. Un montón de gente -niños, adolescentes, madres, padres, tíos, abuelos, grupos de amigos, parejas de enamorados, matrimonios y un adulto, que espera distraído a su novio- aguardan impacientes, intranquilos y hambrientos frente a la barra. Los empleados corren detrás de ésta de un lado a otro, sirviendo a los clientes. La máquina de hacer palomitas está casi vacía. Caos. El dueño mira por la ventana de su oficina, estresado. Cristiansale del almacén y se acerca a la barra, acarreando un pesado bidón de aceite. 

CRISTIAN.-  Aquí estoy. ¡Cuidado!

Cristian abre el bidón de aceite y lo instala debajo de la máquina de hacer palomitas. Micaela vierte maíz en la máquina. 

ANA.- (A Lidia.) Los clientes me dan miedo.

LIDIA.- A mí también, al final acabarán devorándose unos a otros. 

MUJER CON VOZ CHILLONA.- Perdona, niña, pero ya hace rato que espero. Te he pedido un paquete grande de palomitas. 

LIDIA.-  Ahora mismo.

MUJER CON VOZ CHILLONA.- Sí, eso mismo has dicho hace cinco minutos y aún estoy esperando. 

LIDIA.-  Un momento, por favor, no teníamos aceite. 

MUJER CON VOZ CHILLONA.- Niña, ¡date prisa! La película ya ha empezado. 

LIDIA.- (Para sí.)¿Y por qué no vas a verla? (Dándole las palomitas a la mujer.)Aquí tiene, disculpe la espera. Son 5 euros. 

ANA.- ¿Una de palomitas dulces grandes?

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- Aquí, gracias. ¿Cuánto es?

HOMBRE ESCUÁLIDO Y PEQUEÑO CON ESPOSA CON CARA DE PIZZA CUATRO QUESOS.- (A la mujer con dos niños hiperactivos.) Perdone, pero creo que ésas son nuestras palomitas. 

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- (Mirando al hombre escuálido con cara de pocos amigos.) No lo creo. (A la camarera.)¿Cuánto hace?

ESPOSA CON CARA DE PIZZA CUATRO QUESOS.- ¡Las palomitas son nuestras! Las hemos pedido a la chica. 

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- Quizá las hayan pedido a otra chica. Además, yo iba antes. 

UNO DE LOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- (Tirando del pantalón a su madre.) Mami, tengo que ir al lavabo… ¡pero ya! 

ESPOSA CON CARA DE PIZZA CUATRO QUESOS.- (Intenta hacerse con las palomitas.) Niña, dame las palomitas. 

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.-  (Impidiéndolo.) ¿Pero qué hace?

Ana sostiene las palomitas, mientras mira atónita el espectáculo. 

UNO DE LOS NIÑOS HIPERACTIVOS (EL MISMO DE ANTES).- Mami… Es que tengo muchas ganas… 

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.-  Un momento, tesoro. (A la esposa con cara de pizza cuatro quesos.) ¡Ya basta!

ESPOSA CON CARA DE PIZZA CUATRO QUESOS.- ¡Le repito que las palomitas son nuestras!

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- ¿Ah, sí? Pues no debería comer este tipo de cosas, tienen demasiado azúcar y, créame, usted no necesita ni un gramo más. 

ESPOSA CON CARA DE PIZZA CUATRO QUESOS.- ¿Quién se ha creído que es para hablarme así?

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- ¡Cara de pizza cuatro quesos!

El hombre escuálido y pequeño tiene que separar a las dos mujeres, que se han enzarzado en una lucha libre y absurda. 

Ana ve a un hombre grueso con rostro amable. 

ANA.- Perdone, las palomitas eran suyas, ¿verdad?

HOMBRE GRUESO CON ROSTRO AMABLE.- Sí.

Ana entrega las palomitas al hombre. 

ANA.- 5 euros, por favor. 

El hombre grueso con rostro amable paga y guiña un ojo a la chica.

HOMBRE GRUESO.- Muchas gracias. 

NIÑO HIPERACTIVO.- (Tirando del abrigo de su madre.) Mami…

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- (Sin dejar de luchar.) ¿Qué? ¿No ves que mamá está ocupada?

NIÑO HIPERACTIVO.- Me he hecho pis.

MUJER CON DOS NIÑOS HIPERACTIVOS.- ¡Mierda!

**

Los espectadores están ya en las salas. En el vestíbulo quedan sólo los acomodadores que, tranquilamente, barren las palomitas del suelo. El dueño ha reunido a los empleados de la barra, Micaela, Lidia, Ana y Cristian.

EL DUEÑO.-  A ver. ¿Qué ha pasado?

Nadie dice nada. 

EL DUEÑO.-  La máquina de palomitas se ha quedado sin aceite, ¿verdad?

Los empleados de la barra asienten. 

EL DUEÑO.-  ¿Y por qué no tenía?

Silencio.

EL DUEÑO.-  Porque nadie ha metido el aceite en la máquina de palomitas. Muchos clientes se han ido sin comprar nada. ¿Sabéis cuánto dinero hemosperdido? Al menos 100 euros. Debería restarlos de vuestro salario. 

LIDIA.- Perdone, pero el problema es que somos muy pocos. Hay demasiado trabajo y es normal que a veces se olviden cosas.

EL DUEÑO.-  ¿El aceite? ¿Cómo os podéis olvidar del aceite? Eso es fundamental. Sin él no se pueden producir palomitas. Y, por cierto, (a Lidia.)no dejes tu vieja y oxidada bicicleta frente al cine; da mala impresión. 

Nadie debe desviarse del camino prescrito de nuestra sociedad derrochadora y de la razón monopolista. El pobre se aleja de éste y, de ese modo, se convierte en marginado y se vuelve peligroso, porque no sólo no se inclina ante la sociedad instrumentalizada, sino que también desenmascara su mentira: «En el liberalismo el pobre pasaba por holgazán; hoy resulta automáticamente sospechoso[1]».

EL DUEÑO.- (Mira a los demás.) Bueno, ahora os enseñaré lo que debéis hacer la próxima vez que pase algo así. Tenéis que pensar que trabajáis en una fábrica de palomitas. 

Los grandes hombres de la industria sólo ven el dinero y los medios para lograrlo, han perdido la capacidad de ver a los seres humanos como tales. No ven personas, sino usuarios o empleados, es decir, la fuente y la continuidad de su dinero: «La industria está interesada en los hombres sólo en cuanto clientes y empleados suyos y, en efecto, ha reducido a la humanidad en general y a cada uno de sus elementos en particular a esta fórmula que todo lo agota[2]». 

En la pausa de trabajo. Lidia y Ana entran en el comedor. Hablan de lo que ha pasado en la última sesión. 

LIDIA.- Si contratara a más gente, esto no habría pasado. Pero el dueño es tan tacaño que al final se quedará solo en el negocio con sus hijos. 

ANA.- Y aún los explotará.

LIDIA.- Seguro. 

CRISTIAN.- Ten cuidado, Lidia. Meterse con el dueño no es una buena idea. Podrías perder tu trabajo, y no te lo puedes permitir. 

Lidia percibe el sonido que proviene de la sala de cine de arriba. Una película estadounidense de acción. Explosiones y mucho ruido. 

LIDIA.- Suena como una fábrica de coches. 

Adorno señala «el elogio del ritmo del acero[3]» de la industria cultural.  Hay una relación simbiótica entre la industria del acero y la industria cultural. Ambas se ayudan, se retroalimentan y siguen el mismo camino del dominio. 

Continuará…

_____________________

[1] Max Horkheimer y Theodor. W. Adorno: Dialéctica de la Ilustración, página 195.  

[2]Ibídem, página 191. 

[3]Ibídem, página 165.