Charlot se pone unos guantes de boxeo

Y me acordé de un corto de Chaplin en el que él hacía de árbitro en un combate de boxeo y que recibía más mamporros que los dos contrincantes. Así que al final se las tenía que ingeniar para no recibir golpes, y lo hacía con ese movimiento ultrarápido de la cabeza, girándola y esquivando los golpes. Eso resultaba más divertido aún que las natas que le propinaban los luchadores. También me parece una verdad como un templo lo que relata el corto, que si hay una pelea lo mejor es no entrometerse si no quieres salir escaldado, porque el que trata de poner paz entre dos que se pelean siempre se lleva la peor parte, y si no tienes otro remedio que arbitrar un combate de boxeo sería una buena idea que empezases a practicar cómo esquivar un buen derechazo. Ése era un buen corto, no sé si se trataba de una crítica a la violencia, como lo fue probablemente, Easy street (La calle de la paz, 1917), un lugar que más que la calle de la paz parecía un campo de combate. Mi madre me dijo que antes la gente era así, de bruta. Y qué bestias me parecían a mí los personajes de La calle de la paz y los de aquel corto del incipiente Chaplin. Qué brutos, pero qué divertidos. Y es que Charles Chaplin tiene esa facilidad de hacer de lo grotesco, de lo fatal, de lo violento, algo desternillante.

 Revisen City Lights (Luces de la ciudad, 1931) y se encontrarán con la escena de boxeo más cómica de la historia del cine. En Luces de la ciudad Chaplin interpreta el papel de un vagabundo sin trabajo que intenta conseguir dinero a toda costa para poder ayudar a una joven ciega y pobre de la que está enamorado. Pues bien, en un intento desesperado de ganar dinero para la chica se le ofrece la oportunidad de participar en un combate de boxeo amañado. Simplemente ha de luchar contra un tipo bastante enclenque, dejarse ganar y repartirse las ganancias de las apuestas a medias. Charlot acepta y se viste (o se desviste, según cómo se mire) con las prendas de boxeador, aquí ya empieza lo divertido, por lo ridículo que aparece Chaplin con esa indumentaria, sobre todo con los guantes de boxeador. Como su contrincante es poca cosa y sabe que la pelea no va en serio, Chaplin se muestra tranquilo y practica alguna que otra técnica, alguna de aquellas que ha visto en otros combates. Pero la calma dura poco y el desastre llega rápido. Aparecen un individuo que entrega una carta al que tenían que ser su enemigo en el ring, advirtiéndole ésta de que se vaya de la ciudad, puesto que la policía anda buscándole. El tipo huye y el jefe contrata al primero que pasa para que luche contra Chaplin. Así que el pobre Charlot se queda sin combate amañado, sin tipo enclenque con el que enfrentarse y con un contrincante que podría ser un peso pesado. 

En el vestuario también se encuentra un boxeador negro, alto y fuerte, que se prepara para saltar al ring en el próximo combate, haciéndo una especie de ritual con una herradura y una pata de conejo para que le den buena suerte. Parece un torero. Con los ojos como platos coge la herradura, da un círculo a su cara con ésta y luego la besa. Lo mismo hace con la pata de conejo restregándosela además por detrás del lóbulo de sus orejas, igual que si fuera un perfume. Chaplin lo mira completamente sorprendido, pero cuando le pregunta por lo qué está haciendo el boxeador le dice: «Es mi pata de conejo, te dará suerte».

Así que Charlot ni corto ni perezoso empieza a hacer el mismo ritual ancestral que su compañero, mientras a éste lo llaman para ir al ring. Cuando se encuentran a solas con en que será su rival intenta persuadirlo para amañar el combate y hacer un fifty-fifty, repartirse el dinero entre los dos, pero el recién llegado se niega en rotundo y mirando de arriba a abajo a Chaplin le contesta: «El que gane se lo lleva todo». Charlot no es alguien con quien dé miedo pelear. En ese momento entra el ganador del combate y traen al boxeador negro, el de la buena suerte, a rastras de la paliza que le ha propinado el vencedor. Este último le dice al contrincante de Chaplin que se quite de en medio y que le deje espacio para sus cosas, pero él otro se niega y le da un puñetazo que lo deja K.O. Al ver la situación, Chaplin corre a quitarse la pata de conejo lavándose con jabón la cara. Está claro que el ritual no funciona. Llaman a los boxeadores, el combate está a punto de comenzar.

 Para poder combatir contra el corpulento y no salir con los pies por delante Chaplin se inventa una serie de técnicas que consisten en esquivar y desorientar a su enemigo en el ring. La campana suena por primera vez, es la hora de la verdad, Chaplin se encuentra cara a cara con Goliat, pero David ni corto ni perezoso se coloca detrás del árbitro y éste queda delante del contrincante. De este modo, Chaplin se va moviendo de un lado a otro sin que pueda ser golpeado. En cuanto el corpulento se despista o le dice al árbitro que se aparte para poder arrearle al pequeño vagabundo, éste aprovecha la ocasión y le da un puñetazo. De vez en cuando se agarra a él para no resultar herido. Así transcurre el combate, entre escarceos, sacudidas y escenas nunca vistas en un combate de boxeo. Como cuando Chaplin se sube a las cuerdas del ring y salta golpeando a su contrincante con los pies, o cuando tiene la mala suerte de que la cuerda de la campana se le queda enroscada al cuello; cada vez que resulta golpeado suena el «ding», entonces se dirige al taburete para poder sentarse y tensa la cuerda y de nuevo el «ding». Así hasta que el árbitro se percata de la situación. 

Destacaría la escena del final del combate, Chaplin está sentado en su taburete y a causa de los golpes que ha recibido comienza a delirar, sueña con la mujer ciega, ella le da ánimos y él empieza a besarle la mano. ¡Cuando se despierta se da cuenta de que le está besando la mano a su entrenador! Los ánimos de la joven le dan energías para continuar la pelea, pero no las suficientes para ganar el combate.

Chaplin es un maestro en lo que se refiere a retratar con humor la sociedad. En este caso retrata el boxeo: los trapicheos en las apuestas, las circunstancias que pueden llevar a un hombre normal a participar en un combate, la superstición, el miedo a pelear. Retrata a cada uno de los personajes: a los contrincantes, al jefe, al entrenador, al público. Y con todos los ingredientes que componen el mundo del boxeo consigue una escena hilarante, de principio a fin. La comedia de Chaplin desmitifica, aun sin dejar de decir la verdad, sobre aquello que llaman boxeo.

________________

Este artículo fue publicado en la revista de cine Versión Original en su número 72, en 2000. El artículo fue publicado con el pseudónimo de Carmen Lloret, anterior a su actual firma, Carmen Viñolo.