Si hay un jugador que encarna perfectamente la definición de estrella efímera, ese sería Verpakovskis. Situémonos en el año 2004 en la Eurocopa de Portugal, el 19 de junio Letonia, en su primera participación en una Eurocopa, y Alemania se enfrentan en su segundo partido del grupo D. El portero letón, Kolinko, se afana por detener todas las embestidas germanas y mantiene vivas las esperanzas de la selección báltica, algo que antes del pitido inicial parecía un milagro. Los alemanes se estrellan una y otra vez en la defensa letona y los minutos siguen pasando creciendo el nerviosismo entre los tricampeones del mundo. En un lance del juego el balón llega hasta el centro del campo, donde lo recoge Verpakovskis, gira sobre sí mismo sentando a Wörns y Ballack, con un toque aleja el balón de Hamman, otro toque para superar a Lahm e inicia una veloz carrera con Baumann como testigo de excepción, era una jugada propia de una estrella mundial. Maris sale triunfante del lance y se planta frente a Kahn, trata de batirle con un tiro raso y colocado pero el guardameta lo detiene. Ese día parecía que había nacido una nueva estrella del planeta fútbol.
Nada más lejos de la realidad, Verpakovskis no volvió a destacar a nivel internacional. Llegó al Dinamo de Kiev pero nunca dio el rendimiento que se esperaba de él. Se perdió en un mar de cesiones, recalando incluso en el Celta y el Getafe, y actualmente milita en el Ergotelis griego. Aquel 19 de junio más de uno, entre los que me encuentro, se levantó del sillón al ver la jugada de aquel veloz delantero letón que parecía que iba a comerse el mundo, y más que comérselo se lo bebió junto al resto de sus compañeros en la fiesta de celebración de Letonia por su empate frente a Alemania, algo que se notó en su tercer partido frente a Holanda y que les impidió poder clasificarse para cuartos de final. Una oportunidad perdida que difícilmente podrá volver a repetir hasta dentro de muchos años.