Último disco antes de la decisiva llegada de Brix Smith a la formación, su entrada en el grupo coincidirá con la época más reconocida del combo de mancuniano: la que va del Perverted by Language (Rough Trade,1983) hasta I am a Kuriuos Oranje (Beggars Banquet, 1988). Un punto y aparte en la andadura de The Fall, el “efecto Brix Smith” coincidirá en muchos puntos con el que provocará Jarboe en los Swans, grupo con el que tienen un buen número de puntos en común, ampliando sus horizontes sonoros; en este caso, hacia una mayor abertura a terrenos abiertos hacia un mayor crisol de posibilidades estilísticas, más coloristas. Justo antes de este hecho crucial, The Fall resucitará el cadáver del White Light/White Heat (Verve, 1968) de la Velvet, a su particular manera, claro está… Y es que The Fall siempre han representado, mejor que nadie, la clase obrera de la Manchester industrial, de donde también salieron coetáneos suyos como Joy División, New Order y The Smiths, Happy Mondays o The Stone Roses. Siempre actuando desde un injusto segundo plano; en realidad, esta posición siempre le ha dado a Mark E. Smith, el ideólogo del grupo, la impunidad total para lanzar con más puntería puyas explícitas a Morrisey en “C.R.E.E.P” –Bend Sinister (Beggars Banquet, 1986)- o a toda la escena de Madchester, por medio de “Idiot Joy Showland”, perteneciente a Shift-work (Phonogram, 1991). Siempre irreverente y escapando de las modas del momento, The Fall no le deben nada a nadie. El resultado de un batido neuronal, directamente exprimido de la mente inquieta de Smith, este mesías del post-punk visionario siempre ha trabajado desde una posición de libertad absoluta de movimientos. Ya sea abrazando el punk, el post-punk, el tecno, la electrónica, el dance-rock, el avant-garde o cualquier cosa que se le ponga por delante, como el cut-up, la técnica narrativa, heredada de los beatniks.
Bizarro arquitecto de desgarros torcidos, a lo largo de los años, Smith ha ido edificando un bunker impenetrable de música convulsa, sin filtraciones, engangrenada y, siempre, en perpetuo movimiento, del que Hex Induction Hour es uno de sus pilares más consistentes. Pura adrenalina en descomposición, esta obra arrebatada se abalanza como animal rabioso a la yugular, para no dejarte escapar hasta que acabas en hueso negro. Un artefacto de art-punk malforme recién parido de las cloacas, Hex Enduction Hour suena como una jam session en la que sus integrantes parecen estar sufriendo una lobotomía. Arrastrados por la salvaje base rítmica de pulso repetitivo constituida formada por Karl Burns y Paul Hanley, su cadencia tribal abre los espacios para que se cuele un desfile grotesco de teclados enguarrados, guitarras desquebrajadas y un Smith de lírica políticamente incorrectísima, que va dejando una peste maloliente de inconformismo en cada uno los temas del álbum.
Viaje sin vuelta atrás, entre tanta adicción a la mugre, destacan la fábula desquiciada de “Jawbone & the air-rifle”, la rabia crispada de “The Classical” o la crítica despiadada de “Deer dark”; las cuales, emergen dentro de un temario, sin desperdicio, escrito con la pluma envenenada de un Smith experto en reventarse las almorranas a la hora de componer. Peligroso, sin correa y turbadoramente sucio, a este disco, mejor buscarle un sitio en la discoteca a la vera del Cop (K.422, 1984) de los Swans.