Unas de las favoritas de La Zancadilla, nunca me cansaré de recordar la grandeza de lo que Throwing Muses lograron en su primera década de vida. Primeramente, nunca está más recordar que fueron el primer grupo americano en fichar por el decisivo sello británico 4AD de Ivo Watts-Russell. Kristin Hersh y su hermanastra, Tanya Donnelly, le abrieron el paso a los Pixies, sus vecinos bostonianos, hacia la influyente casa discográfica de las Islas, siendo contratadas por el mismo proceso: cayendo una cassette del grupo -en este caso The Doghouse Cassette- en las manos de Watts-Russell. Años más tarde, llegarían Red House Painters, pero ésa ya es otra historia para dar de comer aparte.
Tras esta providencial cassette, Throwing Muses alumbraron su prematura cumbre mediante Throwing Muses (4AD, 1986). Hablar de esta obra siempre debería conllevar una ristra de epítetos nutridos de galanterías. No es para menos, estamos ante uno de los debuts más visionarios de todos los tiempos. Una obra que pone sobre la mesa su atormentado rock “bipolar”. Bipolar como Hersh, que encauza los síntomas de su enfermedad a la composición de unas canciones donde el término de “rock retorcido” poco después se daría a conocer en toda su plenitud gracias a la personal interpretación -menos sufrida y más hiperbólica- de los aclamados Pixies. Estos síntomas se dejan entrever en un puzzle sonoro de piezas nadando en direcciones diferentes, que se van acoplando por choques repetitivos, en el que la dinámica e intuitiva base rítmica, propulsada con precisión por David Narciso y Leslie Langston, se acopla como guante blanco a los cambios continuos de intensidad que salen disparados desde las guitarras cruzadas de Hersh y Donnelly. En este conflicto sonoro, siempre salen ganando unas canciones, de riqueza creativa absorbente, dotadas de un nervio inusual, a través de las que Hersh destila radiografías a bocajarro entre imágenes alucinadas de su tortura mental entre imágenes alucinadas por su voz emocionada, tensa y rebosante de poderío.
El crepitar tumultuoso de Hersh se equilibra con el contrapunto pop eventual, y siempre atinado, de Donnelly, quien tras el pop exuberante de The Real Ramona (4AD, 1991) dejaría la banda para prender la mecha de su talento con los maravillosos Belly. Así pues, con su particular interpretación del post-punk -de ejecución tremendamente oblicua-, derivando tanto en devaneos de folk apasionado o desnudo, ráfagas de rock atropellado o tonadas de pop encendido, Throwing Muses enhebran una de las fórmulas más personales e intransferibles de todo el océano indie-rock, y del que este EP es uno de sus resultados más redondos. De esta propensión brota un cuarteto de gemas que translucen todo lo expuesto anteriormente, de la que cristaliza una mezcla de folk-pop-punk fibroso e incluso rockabilly, donde siguen la inercia del estado de gracia mostrado en su debut en largo, otra vez bajo la producción de Gil Norton -quien también participaría en la mayoría de discos de los Pixies-, para seguir exprimiendo su inabarcable potencial, y dejando para la posteridad algunos de sus cortes más significativos -‘Finished’ y ‘Cry Baby Cry’-.
Obra maestra en cofre pequeño, Chains Changed se me antoja imprescindible para el que quiera exprimir hasta lo más hondo de la obra de las de Boston.
Durante el resto de su trayectoria, jamás volvieron a alcanzar los picos de sus comienzos, aunque tampoco dejaron de seguir entregando obras mayúsculas -tales como The Real Ramona, University (4AD, 1995) y Limbo (4AD, 1996)– dentro de una trayectoria a la que nunca está más regresar de nuevo.