Tras arrancar el viernes 21 en Valladolid su paso por tierras peninsulares, hoy mismo, Bill Callahan seguirá adelante con su agenda de conciertos en España mediante su actuación en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid, continuando mañana en el Kursaal de San Sebastián, y terminando este miércoles mediante su parada en la sala Barts de Barcelona.
Aún Inmerso en la fase de propagación de su último LP, el nuevamente fascinante Dream River (Drag City, 2013), Callahan sigue aumentando las razones de los que lo vemos como la gran voz del folk parido en el siglo XXI; aunque limitarlo a intérprete folk sería pecado ya que Callahan ha logrado lo que sólo pueden alcanzar los elegidos: ser un género en sí mismo.
Autor de una de las discografías más sustanciosas de las últimas dos décadas, parece que su cambio de nombre, pasando del alias “Smog” a convertirse en el más genuino Bill Callahan, no ha hecho más que ir a su favor en estos últimos años. Firmante de clásicos contemporáneos de la envergadura de Sometimes we Wish we we’re an Eagle (Drag City, 2009), Apocalypse (Drag City) y su última criatura discográfica, el genio de Silver Spring aterrizará en España imbuido en una inercia ganadora; en el que, probablemente, sea el momento más dulce de su intensa trayectoria.
Cita obligatoria, para celebrar tal señalada ocasión, a continuación, os mostramos un extracto del reciente libro Lou Reed: El Juego de las Máscaras (Quarentena, 2014), donde se le dedica un apartado especial en el epílogo del mismo.
“Satélite circundante al universo Reed, Rain on Lens (Drag City, 2001) no tiene ningún problema en posicionarse como la obra más lúcidamente evocadora de la idiosincrasia musical de Reed. El rock áspero de “Short drive”, “Natural decline” y “Song”; el suave cabalgar de “Revanchism”; el violín arenoso de “Keep some stready friend around” y “Dirty pants”; los ritmos circulares de “Lazy Rain”; el leve vuelo onírico de «Live as if someone is always watching you”. Si este es su disco más Reed, no lo será menos su postrera transformación, desde 2007, como el más genuino Bill Callahan.
Ya desprovisto de su alias como Smog, Callahan seguirá refinando su propuesta musical, desvistiéndola hasta quedarse en lo puramente esencial. Striptease a cámara lenta, el trayecto trazado desde Woke on a Whale heart (Drag City, 2007) hasta su más reciente Dream River (Drag City, 2013) supone uno de los actos músico-narrativos más reveladores desde aquellos tiempos en que Reed se le dio por parir “The gift” junto a la Velvet. Narrativo a la par que melódico, las octavas del rasgueo vocal reediano de Callahan, por momentos, llegan a plantar otra pica de eternidad, gracias a su poder para hacer flotar las palabras a la manera de Leonard Cohen -“Faith/Void” -.
Despojado completamente de las estructuras que conllevan el obligatorio estribillo, las composiciones de Callahan se balancean vaporosamente entre marcos donde cada trazo instrumental, o vocal, busca un contacto directo con las brumas del subconsciente humano. Siempre enfocando las raíces del folk y el rock desde una perspectiva oblicua, primigenia y tribal; en este sentido, sus paralelismos con los métodos de Reed alcanzan su mayor grado de significación, al hablar de dos culos inquietos, que entienden una única manera de avanzar sus lenguajes musicales: mediante la vuelta a la semilla original, con intención descarada por pervertir la fase de crecimiento, regándola a su gusto, lejos de cualquier patrón rígido que pueda cercar sus posibilidades formales. Y funciona, vaya que sí. Si no, como es posible que, únicamente, tamizando levemente de diferentes tonos sus discos, Callahan haya sido capaz de crear más de una decena de obras sobresalientes, y con personalidad autónoma, en apenas dos décadas.
Autor de algunos de los grandes discos del siglo XXI, Callahan alcanzará su particular cumbre con el inmenso Sometimes I Wish We Were an Eagle (Drag city, 2009). Su The Blue Mask particular, en este disco Callahan rubricará su propio estilo, alcanzando ese método casi infalible que Reed siempre estuvo buscando, hasta dar con él gracias al consabido disco de la máscara azul. En el caso de Callahan, esta sublimación de su propio sello se forjará entendiendo el minimalismo como la expresión máxima, tanto narrativa como musicalmente hablando.
La confirmación de la rúbrica “Callahan”, Sometimes I Wish We Were an Eagle, tan espartano como rico en pequeños detalles, es el acueducto por el que Callahan, finalmente, se ha colado para tener el derecho a ser considerado como la voz más imponente del siglo XXI, una donde se encuentran el sustrato del que están hechos grandes como Lou Reed. Mucho más allá de ser el típico discípulo-fotocopia del gran transformista del rock, Callahan es de esa raza única, exclusiva, de la que están hechos los verdaderos creadores: los que se lanzan sin bombona de oxígeno en volcánicos viajes hacia su propio interior. Porque, como el Lou Reed de las tres últimas décadas, Callahan es un explorador nato, uno que sabe que para pintar todos los colores de la vida primero hay que tener la paleta, la sabiduría y los tonos adecuados. Pintores de palabras, melodías, ruido. Reed y Callahan son diestros en pinceladas indelebles al paso del tiempo y el cambio de modas. Firmantes de profundos lienzos al fresco, estos invocan esa “atemporalidad” que certifica la grandeza de las obras musicales paridas por la mera necesidad de existir. Ilustres náufragos a contracorriente de esos fascinantes islotes creativos que, cuando son descubiertos, resplandecen con mayor fuerza que ninguna fauna ya asentada, desde luego, Reed y Callahan se erigen como dos de los más depravados violadores del ecosistema musical. Y es que si el fin más revelador del proceso creativo es dinamitar los instintos más libérrimos y asilvestrados del artista, entonces, amigos, no hay mejor no-discípulo que Bill Callahan ni más sustancioso inspirador que Lou Reed.»