Los libros “de guerra” no son solo un tipo de novela recurrente en la literatura estadounidense. Son, siempre en opinión de este humilde servidor, un género propio, responsable de varias obras maestras imprescindibles de la literatura contemporánea, esas que «deben estar» en toda buena biblioteca. Ahí van cinco “lecturas obligatorias” del género bélico norteamericano: los relatos de Tobias Wolff; Trampa 22 de Joseph Heller; Matadero Cinco del genial Kurt Vonnegut; Los Desnudos y los Muertos de Norman Mailer; y Las cosas que Llevaban de Tim O’Brien. Y desde hace un par de años añado otro nombre, descubierto en una librería de segunda mano, lejos de la exagerada, por momentos irrespirable, algarabía del centro de Barcelona que tiene lugar cada Sant Jordi. Me refiero a Compañía K de William March, con certeza la mejor compra que haya hecho nunca en un día del libro.
Compañía K es un impresionante fresco de la literatura sobre la Primera Guerra Mundial, que no obtuvo el reconocimiento que merecía cuando fue publicada originalmente en 1933, seguramente debido a su particular, fragmentada estructura, y a la extrema crudeza de varios de sus pasajes. Sin embargo, parte de la grandeza de esta obra radica en que no puede reducirse a ese concreto período de tiempo. Y es que March, condecorado veterano de la Gran Guerra, ofrece una excelente, devastadora y universal dramatización, solo semi-ficticia, de las experiencias de una unidad militar, superando las restricciones espacio-temporales.
Compañía K es un increíble, por despiadado, inventario de los horrores de la guerra que sorprende también en términos de estructura, funcionando como un mecanismo audaz, complejo e innovador —y hablamos de una obra con más de 80 años—. Desde esa perspectiva, el libro es una recopilación de fragmentos —antes de ser publicado como novela, los relatos fueron apareciendo paulatinamente en la revista Forum—, de historias personales sobre cada miembro de la unidad K, que va del ingreso en la compañía hasta su retiro años después de que la guerra haya concluido. Escrito en primera persona, hay 113 voces, una para cada uno de los 113 «capítulos», cuyos títulos son simplemente el nombre y apellido de cada soldado que forman la unidad militar, y en los que narran sus propias historias, con su idiosincrasia y perspectivas particulares. Como decíamos, son fragmentos, una breve porción de sus vidas, en uno de sus momentos más bajos, acaso el que más. La suma de esas voces en su conjunto, por acumulación, crea una fascinante visión panorámica de lo que significa estar en guerra.
Y el significado es claro. Guerra equivale a HORROR, en mayúsculas. En esta colección de historias bélicas hay caos, pánico total, desolación, estupidez, atrocidades, crueldad, tristeza, depresión, frustración, histeria, rabia, locura. Olvidaros de hazañas, heroísmos, honores, patriotismo o idealismo. Todo se puede resumir en la escalofriante frase final del episodio Soldado Charles Gordon: «Todo lo que me enseñaron a creer en lo que respecta a la misericordia , la justicia y la virtud es una mentira … Pero «Dios es amor». Esa es la peor mentira que se ha inventado por los seres humanos sin ninguna duda«. Compañía K muestra que la guerra se alimenta de nuestros instintos más oscuros. «Cada guerra es la destrucción del espíritu humano«, remacha apropiadamente la cita de Henry Miller al final del libro. Patada salvaje y directa al estómago de los valores impostados del sueño americano, no es de extrañar que el libro fuera soslayado durante décadas en su propio país.
La prosa de March es sencilla, desnuda, visual —a veces terriblemente visual—, en ocasiones irónica —en consonancia con los míticos Yossarian y Snowden de Trampa 22— y siempre viva. No hay tiempo que perder en refinamientos o sentimentalismos. Hay mucho que decir, muchos soldados, seres humanos ofreciendo su punto de vista al lector, mostrando la forma en que sufrieron y cómo actuaron. Dos años después, todavía estoy petrificado ante el inigualable talento de March para decir tanto en apenas un par o tres páginas. Y cuando se supera esa longitud es solo para «golpearnos» con aún mayor virulencia, como en los capítulos Manuel Burt, al parecer basado en la experiencia real del autor, Soldado Desconocido o Leo Brogan, tres magníficos ejemplos de escritura de alto voltaje, sobrecogedoramente precisa, a la vez que colosales y osadas declaraciones anti-belicistas, si cabe aún más poderosas al proceder de las mentes y gargantas anónimas de quiénes estuvieron allí.
Compañía K, es para quien escribe, una obra maestra. Una brutal obra maestra. De las que hay que atreverse a leer.
PD: Sirva también este texto para rendir un modesto homenaje a la tristemente desaparecida editorial Libros del Silencio, que rescató del olvido esta novela y que, durante cuatro años —de 2009 a 2013— demostró buen gusto, riesgo y pasión por la buena literatura.