¡Por aquí las que aspiren a dramaturgas!

Me acuerdo como si fuera ayer, aunque yo era pequeña. En la tele había una chica en chándal haciendo ejercicio en un parque y, de fondo, una voz en off que decía: Los hombres y las mujeres son iguales. Ninguno supera al otro en inteligencia, aptitudes o creatividad. La chica seguía por el parque, corriendo y ejercitándose, como si fuera la persona más feliz del mundo. Tanto la imagen como las palabras se incrustaron en mi cerebro para siempre. Como algo incuestionable, claro y meridiano. Como una verdad universal y necesaria. Sin el menor atisbo de duda cartesiana.

Eran los ochenta.

Más adelante, en los noventa, comencé a entablar conversaciones con hombres jóvenes en las horas nocturnas. Yo les preguntaba: ¿Qué lees? Y todos ellos contestaban lo mismo: El Sport ¡Y eso que eran universitarios! De ahí en adelante no sólo constaté que la idea que se había insertado en mi cerebro de niña era cierta, sino que empecé a preguntarme cómo[1] fue posible que a lo largo de la historia los hombres –y por «hombre(s)» me refiero y me referiré no a la humanidad, sino a los varones, los machos de la especie- pensasen que las mujeres eran seres inferiores a ellos, sin capacidades para la ciencia, el arte o la técnica. ¿Cómo se había asentado durante tanto tiempo semejante idea? Más aún, ¿cómo hicieron esos hombres para que las mujeres se la tragasen? Las madres, abuelas, las esposas de los antecesores de aquellos jóvenes universitarios que sólo leían el Sport. ¿Cómo lo habían conseguido?

¡Equilicuá! Durante siglos los hombres se habían empeñado en justificar este pensamiento a través de escritos, leyes y mano dura. En su ensayo Un cuarto propio, Virginia Woolf reproduce y comenta un fragmento de la Historia de Inglaterra del profesor Trevelyan: Golpear a la esposa -leí- era un derecho reconocido del hombre, y era ejercido sin recato por humildes y  poderosos… Asimismo -prosigue el historiador-, la hija que rehusaba casarse con el caballero elegido por sus padres se hacía acreedora a que la encerraran, la golpearan y la tiraran por el suelo, sin que la opinión pública se conmoviera». Eso era hacia 1470[2].

Hasta hace bien poco las mujeres fueron consideradas abiertamente por los hombres como niños grandes. Pueriles, simples y poco perspicaces ]…[, como una especie de estadio intermedio entre el niño y el hombre, lo que es el ser humano en propiedad[3].

¿Las mujeres? ¿Capaces de una crear obra de arte? Ésta sí que es buena:

Al sexo femenino se le puede llamar con más razón el ANTIESTÉTICO que el bello. No tienen realmente sensibilidad ni para la música, ni para la poesía, ni para las artes plásticas. […] De las mujeres no se puede esperar otra cosa, si se piensa que las mentes más eminentes de entre ellas nunca han podido alcanzar un único logro realmente grande, auténtico y original de las bellas artes, y nunca han puesto en el mundo una obra de valor duradero[4].

Algunas, no obstante, se negaban a aceptar esta idea generalizada. Por ejemplo, Lady Winchilsea, una dama noble del siglo XVII que se revolvía ante la injusticia perpetrada y perpetuada hacia las mujeres:

 

¡Qué bajo hemos caído!, caído por equivocadas normas,

Antes víctimas de la educación que de la naturaleza;

Excluidas de todo adelanto del espíritu,

Dedicadas y destinadas a la torpeza;

Aunque alguna quiera elevarse sobre las obras,

Con fantasía más ardiente y con estimulada ambición,

El partido contrario es siempre tan fuerte

Que las esperanzas nunca contrabalancean los temores[5].

 

Ésta como otras, eran voces que (se) apagaban prácticamente tras ser pronunciadas, tras ser escritas. De hecho, ¿quién iba a prestarles atención cuando había una enorme masa de opinión masculina de que nada podía esperarse de las mujeres intelectualmente?[6].

Según los hombres, la intelligentsia era cosa de hombres. Por mucho que protestes, gimas y patalees, Lady Winchilsea, así había sido desde el tiempo de las cavernas… Jacques Malaterre da fe de ello en sus documentales La odisea de la especie (2003), Homo sapiens (2005) y El amanecer del hombre (2007).

A través de una serie de relatos ficcionados, Malatierra muestra cómo todos y cada uno de los descubrimientos, adelantos e inventos de los primeros humanos hasta llegar al homo sapiens fueron obra exclusiva de los machos de la especie. Desde el descubrimiento del fuego, pasando por las primeras herramientas, hasta la agricultura de regadío, entre otros. Conforme a su relato, ni uno, ¡ni medio!, fue producto de la inteligencia, la curiosidad, el ingenio o la creatividad de una mujer. ¿Por qué a ningún guionista, ni al director, ni siquiera al director científico, Yves Coppens, se le ocurrió situar a una mujer como artífice de uno solo de estos los logros? La respuesta que ellos nos darían sería probablemente algo así:

-Ups, no nos hemos dado cuenta. 

-Se nos pasó. 

-Se nos olvidó. 

-Ahora, pueden ustedes estar seguras de que no hubo mala intención. 

¿Es posible que Malaterre y todo su equipo implicado en los documentales pecase de esa inercia por la cual tendemos a imaginarnos a un hombre como el protagonista de una historia, como el héroe? Pero, ojo, en este caso se trata de unos documentales con pretensiones científicas, no una ficción en la que su autor, un tío, elige libremente a su protagonista.

El discurso de Malaterre en toda esta serie de documentales trasluce un mensaje subliminal profundamente machista: las mujeres son inferiores a los hombres, no por la educación, ni por verse confinadas a la nulidad por una sociedad que las ningunea y las aparta de cualquier ejercicio intelectual o creativo. Las mujeres están incapacitadas por naturaleza, pues cuando aún no existía una sociedad que oprimiese su potencial, cuando todos aquellos/as pertenecientes al clan tenían la posibilidad de idear, reflexionar o sentir curiosidad, las mujeres no imaginaron ni descubrieron nada de nada.

-Pero ¿cómo?

-Nosotros jamás tuvimos la intención de aseverar semejante barbaridad. 

-Somos hombres del siglo XXI.

-Feministas.

-Y además franceses. 

Aunque se disculpen alegando inconsciencia, un simple descuido o incluso enajenación mental transitoria, el mensaje subliminal está ahí, y ha quedado retratado como una verdad científica: fueron los hombres, los machos, quienes dieron los grandes pasos que nos condujeron a la civilización. Y, en entre líneas, subyace una ideología brutal: las mujeres no han aportado absolutamente nada a la evolución del ser humano.

Si bien ahora ya no nos espetan en la cara con una carcajada: ¿Escribir? ¿Para qué escribir?[7]e incluso algunos admiten que «probablemente»las mujeres lo tengamos más difícil a la hora de abrirnos camino en el mundo de las artes,  La odisea de la especieno es un caso aislado. Hoy en día, el teatro cierra continuamente sus puertas a las mujeres.

¿Quién oculta a las mujeres? ¿Quién las está ocultando? ¿Los hombres, quizá? ¿Serían capaces de semejante canallada? ¿Por qué querrían hacerlo? ¿Qué oscuros motivos esconden? ¿La gloria? ¿No es acaso el arte la hazaña más loable hoy día? ¿No se consigue con él la inmortalidad? ¿Cómo iban a permitir los hombres que este honor se lo llevase un atajo de mujeres?

En la actualidad, existe una tendencia harto perturbadora entre los hombres. Una tendencia que se desdobla en dos:

1) Ignorar continuamente la obra de las mujeres, la existencia de mujeres artistas, creando al mismo tiempo barreras invisibles que impidan el reconocimiento de dichas obras y de sus autoras.

2) Cuando aparece una verdadera obra de arte creada por una mujer, instantáneamente es vista como algo excepcional, esto es, como una rara avis.

Un escalofrío me recorre la espalda cada vez que esta verdad cruza mi mente: el machismo sigue tan enraizado en los hombres que, con el fin de permanecer y seguir propagándose, ha mutado en un monstruo todavía más peligroso que su ajado predecesor. Los machistas de antaño sentenciaban a las mujeres de forma abierta, severa, tajante. Hoy, en esta esquina del mundo, habita un machismo velado, silencioso, aterrador. Mientras el viejo era ostentoso; éste es taimado. ¿Quién se olvida de las mujeres? ¿Quién se está olvidando de las mujeres? He aquí el neomachismo, el machismo por omisión. El que nos asesina al hacernos inexistentes. El que fomenta que nuestra obra sea invisible.

¿Escriben menos las mujeres? Ésta es una pregunta fundamental. ¿Qué significa? ¿Qué las mujeres escribimos menos obras, menos páginas? ¿O que somos menos las mujeres que escribimos? Si se trata de esto último, ¿a qué se debe? ¿A que las mujeres tengamos menos propensión artística hacia la literatura que los hombres? ¿A que andemos todavía fregando suelos y preparando la comida para la prole? ¿O a que el mundo no conozca a esas mujeres que están escribiendo, que están creando?

En un artículo escribía Alex Vicente: En la discusión bizantina sobre quién fue el primero en llegar a la abstracción, muchos sostienen que el mérito fue de Mondrian. Otros apoyan a Malevich, a Kupka o, siendo un poco generosos, a Delaunay[8].Qué de hombres luchando por alcanzar el primer puesto en el podio de los pioneros de la abstracción. Vicente prosigue así: Pero una gran mayoría jura que el que dio el paso adelante decisivo fue Kandinsky.El propio pintor se autoproclamaba sin rubor como el primer autor de un cuadro no figurativo, que habría firmado allá por 1911[…]. Lo que Kandinsky no sabía era que una desconocida pintora sueca se le había avanzado, rompiendo con el lenguaje figurativo por lo menos cinco años antes que él[9]. Era Hilma af Klint, prolífica pintora adelantada a su tiempo y al nuestro. Antes de 1915 había pintado más de doscientas piezas abstractas, muchas de ellas compuestas bajo los efectos de la hipnosis. En 2013 el museo Moderna Museet de Estocolmo acogió una retrospectiva de su obra.Iris Müller-Westermann, comisaria de la exposición declaró lo siguiente:Que ella pintara así años antes que lo hiciera Kandinsky invalida los estereotipos sobre las mujeres artistas. Se decía que eran capaces de copiar pero no de abrir nuevos caminos. Hilma demuestra que es totalmente falso[10]. Alex Vicente revela: Pese a la agitación generada por el descubrimiento, parte del establishment del arte contemporáneo sigue mostrándose reacio a elevar a esta pintora a la primera división. Hace pocos meses, el MoMa se habría negado a incluirla en su programación ante las reticencias de algunos de sus administradores[11].

Hace más de un siglo, gran parte del ingenio y el talento del cine estadounidense provenía de las mujeres. Cari Beauchamp, historiadora: Hollywood lo construyeron mujeres, inmigrantes y judíos, gente que no era aceptada en ninguna otra profesión. Así que Hollywood se convirtió en un imán de gente con muchas ganas, creativa, que no era aceptada en otras profesiones. La mitad de las películas anteriores a 1925 fueron escritas por mujeres. Eso demuestra lo a gusto que estaban en este negocio. […] Frances Marion fue la guionista mejor pagada, hombre o mujer, desde 1915 a 1935. Eso es un logro increíble. Es la única mujer que ganó dos Oscar como guionista. Se los dieron por The Big House, el primer drama carcelario, y El campeón, la clásica película de boxeo. Lo que me gusta de eso es que desentierra el mito de que las mujeres sólo escribían melodramas o cine para mujeres. No. Escribían películas de cualquier género. Mujeres como Frances, Adela Rogers St. Johns, Bess Meredyth o Anita Loos. Eran la élite de los guionistas. A ellas recurrían Thalberg y Mayer cuando tenían grandes producciones. Sabían que podían confiar en ellas.[…] Con las películas sonoras el precio de los rodajes se disparó. Fue ahí cuando Wall Street entró en el negocio. Con la llegada del dinero se empezó a pagar mejor, se vio como un negocio serio y los hombres coparon esos puestos[12].

Ach so! [13]

Resumé: La pura verdad es que las mujeres escriben. Es un hecho, señores. Otra cosa es que su obra quede enterrada, que hoy las mujeres no cuenten, que permanezcan ignoradas, ninguneadas como en el siglo XVII, abrazando desconsoladamente a Lady Winchilsea. ¿Dramaturgia de mujeres? Hoy, en 2018, se sigue aplicando la misma regla de siempre:

Desconocida = inexistente.

**

Lady Winchilsea
Lady Winchilsea
Hilma af Klint
Hilma af Klint
Frances Marion, ganadora de dos Oscar
Frances Marion
Virginia Woolf
Virginia Woolf

Este artículo fue publicado en la revista Las puertas del drama, nº 1. Mujeres que cuentan. Especial autoras (ISSN 2255-4483) de la Asociación de Autores de Teatro en el verano de 2016. Pueden consultarlo en el siguiente enlace: http://www.aat.es/elkioscoteatral/las-puertas-del-drama/drama-extra-1/por-aqui-las-que-aspiren-a-dramaturgas/

 


[1]-no por qué-.

[2]Woolf, Virginia: Un cuarto propio, Lumen, Barcelona 2013,página 64.

[3]Schopenhauer, Arthur: Parega y Paralipómena, Valdemar, Madrid 2009, «Sobre las mujeres», §364, páginas 1073 – 1074.

[4]Ibídem, «Sobre las mujeres», § 369, páginas 1077 – 1078.

[5]Poema de Lady Winchelsea, citado en Woolf, Viriginia:Un cuarto propio, página 84.

[6]Woolf, Viriginia: Un cuarto propio, página 77.

[7]Ibídem, página76.

[8]Vicente, Álex: La mujer que inventó la abstracción, El País, 3 de marzo de 2013, https://elpais.com/cultura/2013/03/03/actualidad/1362327525_302300.html

[9]Ibídem.

[10]Ibídem.

[11]Ibídem.

[12]Cousins, Mark: The Story of Film: Una odisea, Hopscotch Films,2011, Volumen 1.

[13]¡Tate!