Los antidepresivos se están convirtiendo en un instrumento imprescindible para el tratamiento de las depresiones. Los psiquiatras no dudan un segundo en recetar medicación a sus pacientes ya en la primera visita. «Abra bien la boquita… No se resista, le ayudará… Así, muy bien…»
No obstante, la batalla contra la depresión por medio de antidepresivos, anxiolíticos u otros fármacos, tiene todas las de perder. No se está luchando contra la causa real de la enfermedad, sino contra el efecto de ésta. Si bien la medicación produce un estado de aparente bienestar y deja atrás los síntomas de la depresión, en realidad no está haciendo otra cosa que tapar el verdadero problema. Kafka escribió en uno de sus diarios: «Mi estado no es la desdicha, pero tampoco es dicha, ni indiferencia, ni debilidad, ni agotamiento, ni cualquier otro interés, ¿qué es entonces? El hecho de que no lo sepa se relaciona sin duda con mi incapacidad de escribir. Y ésta creo comprenderla sin conocer su causa. De hecho, todas las cosas que se me ocurren, no se me ocurren desde su raíz, sino sólo desde algún punto situado en su mitad. Que intente entonces alguien agarrarlas, que alguien intente coger una hierba y retenerla junto a sí, cuando esta hierba crece desde la mitad del tallo para arriba.»
Resulta absurdo luchar contra el tallo, e incluso acabar con él -quizá tan sólo momentáneamente-, si después de todo, la raíz ha de quedar intacta.