Esbozos acerca de «La genealogía de la moral» de F. Nietzsche (I)

«Acaso nunca haya leído algo a lo que con tanta fuerza haya dicho no dentro de mí, frase por frase, conclusión por conclusión, como a este libro [«El origen de los sentimientos morales» de Paul Rée]; pero lo hacía sin el menor fastidio ni impaciencia»[1].

Recuerdo que cuando tenía unos quince años leí en el periódico un chiste del genial y por desgracia desaparecido, el Perich. Decía algo así como que no se podía decir que los pobres fuesen mejores que los ricos, porque todos los pobres deseaban ser ricos. Este chiste, tan corto como brillante, tiene una estrecha relación con el tratado de Nietzsche. La envidia de los pobres, su resentimiento, el sentimiento de culpa, el ascetismo, todo esto está implícito en las escuetas palabras del humorista.

Nietzsche afirma que «hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de los valores». Pero ¿es suficiente hallar la genealogía para derribar los valores? Sin duda, éste es el comienzo.

La lectura de La genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche conduce a un lugar apartado e inquietante. Leer algo que te llega al alma, cuando todo se paraliza y te quedas sin aliento, o bien que algo extraño, que se encuentra a miles de kilómetros de una misma, teatraiga y te haga reflexionar. En ambos casos, se siente algo así como un balazo en el estómago.

«No sois como las mujeres, que continuamente vuelven a su primera palabra 

cuando se les ha hablado razonablemente durante horas».

Friedrich Schiller

Líneas antes de leer esta cita, me había parado a pensar algo muy similar, con la excepción de que no pensé en las mujeres en particular, sino en los hombres en general. Puedes gritar a voces una verdad en medio de la plaza y habrá gente que seguirá aferrada a sus prejuicios.

Actualmente, se podría decir que el cristianismo se ha transfigurado. Sus valores permanecen todavía. No obstante, están disfrazados de nueva moral laica. Los valores de este cristianismo rancio, castrador, cruel y manipulador no han desaparecido, sino que se han transformado. Siguen siendo básicamente los mismos. Así pues, ¿es necesario tan sólo el descubrimiento de la genealogía de la moral para des-valorizar los valores?

«En lo que se refiere a mi Zaratustra, por ejemplo, yo no considero conocedor del mismo a nadie a quien cada una de sus palabras no le haya unas veces herido a fondo y, otras, encantado también a fondo»[3].

Es impresionante que Nietzsche conociera con tanta precisión el impacto que causa en el lector su obra.

Al leer aforismos verdaderos, siempre tengo una sensación casi idéntica. Se para el tiempo y me quedo helada al conocer, de nuevo, la verdad. Sin embargo, el asunto no se acaba aquí. Después de ver con tanta claridad y al bajar de nuevo a la tierra, entonces las cosas se nublan por momentos y empieza entonces la tarea de interpretar lo que hace unos instantes se ha percibido con una nitidez absoluta, de forma intuitiva.


[1] Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral, Alianza Editorial, Madrid, 1995, página 21.

[2] Ibídem, página 167.

[3] Ibídem, página 25