Kate Bush no está de moda; o lo que es lo mismo las corrientes de ávida retromanía aún no han optado por considerarla un artilugio a rescatar y exprimir hasta la saciedad en innumerables reediciones sin alma. Eso sí, una cosa es que no se haya optado por meterla en el saco revivalero junto a Fleetwood Mac y compañía, y otra muy diferente es su verdadero peso dentro de la evolución del pop en los últimos treinta años. Y si no, que se le digan a los Cocteau Twins y todas las camadas del dream-pop. Eso por no hablar de Björk cuyo libérrimo estilo vocal le debe mucho a los límites rebasados por Bush a lo largo de sus años más significativos, o lo que es lo mismo: de su debut, The Kick Inside (EMI/Harvest, 1978), a The Hounds of Love (EMI, 1985). Esta última obra, también significará el pico de reconocimiento y ventas de Bush tras la pequeña debacle ocurrida con The Dreaming (EMI, 1982), a la postre, su obra más arriesgada, sustanciosa e inspirada. Vamos, lo que suele acabar como un clásico en la nevera. Tribal confusión entre post-punk tropical a lo Talking Heads y un histrionismo melódico de pop bizarro, totalmente imprevisible. Para esta obra, Bush decidirá quitarse la etiqueta de “peculiar solista femenina”, para producir por primera vez un disco propio y, de paso, mostrar sus credenciales para convertirse en una música de inquietud casi irreverente, a la altura de grandes espeleólogos de las formas musicales como Brian Eno, David Byrne o Robert Fripp.
Como un kabuki japonés interpretado en un cabaret extraído de un comic de Josep Mº Beá, The Dreaming te transporta a una montaña de sensaciones que no buscan la complicidad, sino enseñarte una paleta de emociones inventadas especialmente para la ocasión. Un fututo distópico de rezumar barroco realmente asombroso. Para lograr un efecto tan inaudito, Bush dispondrá una carcasa instrumental con bajos que buscan más la textura que el hilo rítmico, un carnaval de coros inhumanos, guitarras no suenan a guitarras, pianos de feria, y arsenal de cuerdas y arreglos hipertensos; incapaces de buscar un reposo en sucesiones notales consecutivas. Tal esqueleto de sinfonías mutantes abrirá de forma significativa el marco de libertad en los ejercicios vocales de la propia Bush, quien da un recital de cómo convertir la voz humana en el más desconcertante de los instrumentos musicales. Torrente de intenciones llevadas al formato canción, entre la pulsión selvática de ‘The dreaming’ se encuentra la materia prima que ha forjado el supremo Shaking The Habitual (Rabid, 2013) de The Knife. Por otro lado, en la atmósfera enrarecida que mueve ‘Night of the swallow’ y ‘All the love’ se encuentra el eslabón que une el pop heterodoxo de The Associates y These New Puritans. Eso por no hablar de ‘Houdini’, la canción que explica el extraño ADN pop de Björk en sus primeros trabajos en solitario. En un plano más radiable, los singles ‘There goes a tenner’ y ‘Suspended in Gaffa’ serían hits incontestables en un inframundo plagado de fumaderos de opio, dentro de una sociedad inventada por J. G. Ballard.
Más de treinta años después, no cabe duda: The Dreaming le ha ganado la batalla al tiempo y reluce como un disco no sólo reivindicable, sino como el trabajo que mejor representa la verdadera esencia transgresora de Kate Bush. Elemental para culos inquietos.