Ian Crause: «The Vertical Axis» (Autoeditado, 2014)

Ian Crause¿Alguién se acuerda en la actualidad de quién es Ian Crause? Para los más curiosos, comentar que este hombre era el cerebro más inquieto de Disco Inferno; posiblemente la banda británica más nutritiva durante la primera mitad de los ’90. Autores de los fascinantes D.I. Go Pop (Rough Trade, 1994) y Technicolour (Rough Trade, 1996), más una serie de EPs que harían palidecer a los New Order de los ’90, desgraciadamente, Disco Inferno quedarán relegados por los nuevos héroes del post-rock: Stereolab, Tortoise, Laika o Mogwai. Inventores anónimos de un uso más “natural” del sampler dentro de la semántica pop, sus fascinantes experimentos no transcenderán en su momento, acabando con el grupo poco antes de publicar su segundo álbum en 1996. Tras esta pérdida, el olvido total. Hasta el punto, que ni la llegada de Ian Crause a un sello español como Acuarela provocará la más mínima repercusión en los terrenos indies patrios. Desolador.

Después de exiliarse en Latinoamérica, Ian Crause ha tardado tres lustros en volver a las andadas; en este caso, desde el mismo punto donde la había dejado con Disco Inferno, pero con necesidades más viscerales. Vuelta de tuerca a sus logros de los noventa, Crause ha regresado para volver a pisar un terreno de indietrónica volcánica que sólo, y únicamente, él puede abonar; que ha estado desértico en todo este tiempo; únicamente, transitado con intuición e ideas propias por chamanes del ruido magnético como Fennesz y los momentos más Joy Division de Hood.

Para tan esperada ocasión, Ian ha revuelto su fórmula maestra en un caos controlado, más homogéneo que en cualquiera de sus dos álbumes al frente de Disco Inferno. Ahí siguen los engranajes rítmicos a lo Bomb Squad, la armagasa latente eyectada por el sistema Midi de su guitarra eléctrica, y una colección de samples donde, siguiendo la agresividad urbanita de Technicolour, dispara todo tipo de ruidos de la calle, extractos de telediarios y ¡hasta un discurso de Salvador Allende! Agit-pop en relieve, las formas erosionadas, en plena electrocutación tartamuda de su caparazón sonoro, añaden mayor significado a unas canciones nacidas para infundir mucha mala leche dentro de un mundo pop muy mojigato, en lo que a expresar malestar por la situación actual nos toca vivir: el pasado y el presente son horribles, y el futuro se presenta distópico como una nivela de J.G. Ballard. Si todo esto se puede hacer mediante envolturas de post-pop, que transcienden la experimentación, para erigirse como erupciones de pop mágico, ensoñador, al mismo tiempo que tremendamente físico, no cabe lugar a la duda: Ian Crause ha demostrado que su vuelta a la palestra no sólo está más que justificada, sino que se echaba tanto de menos como la de My Bloody Valentine.

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Ian Crause (a la izquierda), durante los tiempos de Disco Inferno.

Armado de siete joyas en perpetuo movimiento, piezas de pop libérrimo como ‘And On and On It Goes’, ‘Suns May Rise’, ‘Foreign Land’ o ‘Black Light’ dejan en entredicho, o más bien en bragas, al 99% de nuevos sibaritas del pop-rock experimental actual. Definitivamente, bandas como Wild Beasts o Foals se encuentran a años luz de lo que nos ofrece Ian en apenas 37 minutos perfectos en su imperfección, dispuestos como las capas de un volcán, siempre en estado gaseoso. Aquí, no hay estructuras típicas, ni falta que hace; sería limitar el verdadero rotor de todas estas composiciones y que no es otro que la propia imaginación desbordante de Ian.

Orgía de bajos temblorosos, electricidad fracturada, coros infrahumanos, samples en pleno estallido, sintetizadores irregulares y exabruptos percusivos de latido tribal. Brian Eno engullido por los A.R. Kane dentro de una secadora escacharrada. Por encima, de este cinemascope en continua colisión, la voz de Ian vuelve a resurgir como el verdadero eslabón con más soul desde los buenos tiempos de Bernard Sumner y el infravalorado Martin Bates -Eyeless In Gaza-. Poseedor de una dulzura tremendamente magnética, en vez de perder fuerza con los años, una cierta rotura en sus cuerdas vocales le ha proporcionado más matices, resultando en una embargadora oleada de melancolía en conmovedores tonos agudos.

El hermano bastardo de Technicolour, la nueva, y mutante, criatura de Ian Crause se llama The Vertical Axis (Autoeditado, 2014) y es como debería sonar el pop del siglo XXI: valiente, disconforme, rotundo y sin la carta del revival en la mano.

Uno de los grandes discos de lo que llevamos de siglo, ahora sólo hace falta que su incólume resurrección no pase desapercibida; tres lustros más de espera, volverían a ser fatales. Semejante hondonada de belleza bastaría para, de una santa vez, elevar a Ian al púlpito que sólo él se merece.  De todas a todas, gracias por este pedazo de hiperbólico cielo huracanado.

No quiero terminar que sin anunciar que, aprovechando una ocasión tan especial, en los próximos meses inauguraremos una serie de artículos sobre los más grandes, y olvidados, espeleólogos del pop, precisamente, con una retrospectiva sobre Disco Inferno. Quedáis avisados.