A propósito de Vainica Doble: se publica el libro «Vainica Doble: la caricia pop»

Desde unos días que ya está en la calle Vainica Doble: La Caricia Pop. De Vainica Doble Al Donosti Sound (Milenio, 2014): el nuevo libro de nuestro colaborador Marcos Gendre, para el que ha contado con la decisiva participación de Carmen Viñolo, otra de las redactoras de la casa.

La obra más ambiciosa de su autor, para llevarla a cabo también ha contado con la participación de un contrastado crisol de gente allegada al legado de Vainica Doble: de Elena Santonja a Abel Hernández –El Hijo-, pasando por El Zurdo; y así, hasta más de veinte entrevistados.

Trabajo sublimado por material gráfico inédito de Vainica Doble. Desde La Zancadilla, celebramos su publicación con un pequeño extracto del mismo. En este caso, uno correspondiente a la descripción de El Tigre Del Guadarrama (Guimbarda, 1981). Sin duda, una de sus obras más contundentes y emotivas.

 Vainica Doble la caricia pop

El Tigre del Guadarrama: rugido ahogado

Sin necesidad de volver a repetir la dura costumbre de ponerse a buscar nueva discográfica, en un sorprendente corto intervalo de tiempo se ponen a grabar su siguiente paso discográfico. Gracias a Yanes, tienen que empezar en octubre de 1981, en los mismos estudios que alumbraron el anterior. Digo “gracias”, porque este tiempo de espera les serviría para añadir una canción, rematada a última hora, y que no es otra que la que da título al disco. Piedra de toque mayor en todo el universo vainiquero, “El tigre del Guadarrama” es de esa raza de temas por el que se puede justificar un álbum entero. Aún así, sino fuera por esta obra de arte, estaríamos hablando de un disco sobresaliente que, eso sí, no aguantaría las comparaciones con el anterior. “El tigre del Guadarrama” no sólo hace que este álbum salga airoso del envite con “El Eslabón Perdido”, sino que, en términos pugilísticos, acabaría ganando a los puntos después un imaginario duelo contra su anterior LP.

Con respecto a El Eslabón Perdido, aparte de repetir Yanes a la producción, de Suburbano también sigue Gaspar Payá a la guitarra, y Laura y Álvaro de Cárdenas vuelven a colaborar en los coros y cuerdas. La pérdida de la plana mayor de los miembros que daban cuerpo al anterior álbum hace que se pierda el regusto acústico y se apueste por un sonido más afilado y eléctrico para lo que ayuda la inclusión del guitarrista Julio Gilsanz, quien llega a firmar con Carmen y Gloria “Crónica madrileña”. En lo que respecta a los solos de guitarra que Gilsanz cuela en temas como “Ser un rolling stone” o la famosa “Cartas de amor”, también hay que apuntar que chirrían bastante. Pequeño borrón que no ensucia el descomunal resultado final, del que, por cierto, ya no queda ni rastro de la huella flamenca, que tan irregulares resultados siempre les había dado.

Si en Contracorriente se ponían guerreras contra las dictaduras y en El Eslabón Perdido clamaban justicia por la madre naturaleza, en el Tigre del Guadarrama se centrarán en situaciones más concretas, no exentas de afiladas críticas -impresionantes “El duelo” y “El rey de la casa -, desde donde miran hacia sus recuerdos – “Ser un rolling stone” y “Chaparrón de abril” – o nos muestran una genial instantánea del Madrid de esa época en “Crónica madrileña”. Despampanante mosaico de canciones en todas las escalas de tonos, este nuevo LP incide en el sentimiento desencantado que emanaba del anterior, ratificándolas tanto como ejemplares cronistas de pluma envenenada como delicadas fotógrafas de la memoria.

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Tema a tema

Utilizando el retrovisor de los recuerdos con la pericia habitual, “Ser un rolling stone” y “Chaparrón de abril” son los dos temas que dotarán de memoria a este tigre triste y melancólico. Empezando por la primera, ésta comienza el disco de la manera más engañosamente posible. Como un homenaje que al principio solo iba estar dirigido a los Rolling Stones, al final se acaban colando en la lista de agradecimientos sus adorados Jimi Hendrix, Led Zeppelin, The Doors y, sobre todo, Crosby, Stills & Nash. Buenas intenciones que empiezan de manera inmejorable, gracias a un sobrecogedor tono elegíaco, éstas se acaban dilapidando un poco cuando sale la vena “pichinglis” en el estribillo y por un foro eléctrico demasiado evidente.

Dentro de la misma línea, resulta mucho más interesante “Chaparrón de abril”. Como la hermana pequeña de “Elegía al jardín de mi abuela”, esta vez se impone una estampa más hermanada con el neorealismo mágico de Milagro en Milán (1951) que el más habitual de Ladrón de Bicicletas (1948) y Umberto D (1952). Hasta tal punto llega el rastro de la película de De Sica, que se incluye en forma de verso un emocionado homenaje a una de sus escenas más representativas.

“Ha cesado de llover

Y de nuevo brilla el sol:

Se oye el llanto de un niño

Que acaba de nacer debajo de una col”

Retornando a la mirada más dura, donde cada vez se encontraban más a gusto, “El duelo” y “El rey de la casa” son picos mayores del catálogo vainiquero. Apabullante la primera, el retrato sin concesiones, con tintes azconianos, sobre la disputa de una herencia alcanza niveles de una congoja similar a la que supura el genial guionista de El Verdugo (1963). Abrigada por un vibrante manto de folk medieval, a la altura de la letra, Carmen y Gloria demuestran que eran tan “músicas” como geniales narradoras.

Tan brutal como la anterior, “El rey de la casa” tiene un tramo inicial que invita a pensar en una dulce historia de infancia que poco a poco va cogiendo tintes de incomprensión por parte de un padre ante las inclinaciones “demasiado femeninas” de su hijo. Historia que deja bastantes interrogantes en el aire, no queda claro hasta qué punto, este niño que acaba convirtiéndose en el ingeniero que se casa con “Mariluz”, es realmente homosexual. Un tono de júbilo por superar los obstáculos que se le han presentado, podría inducir a pensar que no es el caso. Sin embargo, siendo las Vainica, probablemente, sea todo lo contrario. Una ironía en grado mayor, y aún más, con la delirante última parte de la canción a ritmo de funk de guardería con la que dan un inesperado giro final a la canción hablando de los hijos que surgen de esta ¿feliz? unión.

No tan lúcida como las dos anteriores, “Madre no hay más que una” es un rescate de su labor realizada para Furtivos (1975). Genial muestra de la infancia que, seguramente, sufrió el protagonista de este film, la temática le va como anillo al dedo a la obsesión de Gloria y Carmen por defender los derechos de los niños dentro de un mundo demasiado“adulto”. Lástima del fondo instrumental, invadido por una guitarra famélica de protagonismo, éste lastra el arrullador tono suspendido sobre el que flota toda la canción.

Como los momentos más recordados del lote, “Cartas de amor” y “El tigre del Guadarrama” son los que harán pasar a la posteridad este álbum por diferentes motivos: el primero, por ser uno de los clásicos más nombrados del dúo y el segundo, por ser uno de los mejores temas de todos los tiempos.

El más célebre del disco, “Cartas de amor” es un tema para el que, después de hacer la música, Gloria pretende que la letra sea una gran canción de amor verdadero. Cediendo, como siempre, a la idea que Carmen ya tenía sobre ésta, lo que al final queda poco tendrá que ver con el prototipo de amor de película pretendido por Gloria. Un amor inexistente como excusa para soliviantar la soledad de su protagonista, que manda estas cartas sin destinatario con la ilusión de esperar respuesta. Quedando, como siempre, esquivado cualquier devaneo con la más burda de las moñerías, esta historia trágica, apasionada, recubierta instrumentalmente con una suave caricia de tono épico en su peso justo, consigue entrar por la puerta grande en los altares del universo vainiquero.

el tigre del guadarrama

Si “Cartas de amor” es un baladón de los que dan lustre a este modelo musical, el impacto de “El tigre del Guadarrama” es, sencillamente, indefinible. Más de ciencias naturales que otra cosa, como ya había demostrado en El Eslabón Perdido, en el “Tigre del Guadarrama” Carmen vuelca sus ínfulas por los componentes de la tierra, mezclándolas, más que nunca, con su método pictórico de tonalidades eminentemente surrealistas.

Canción de una poderosa riqueza visual, construida a partir del Preludio Op. 28 nº4 de Chopin, por ésta va desfilando un crisol de elementos como amanitas, faloides y virosas, musgo, setas, cuarzo, mica y feldespato que se integran en un paisaje de arroyos, duro granito jaspeado y buitres carroñeros, perfilando el escenario de esta pieza arrebatadora. De una subyugante complejidad, tanto a nivel musical como letrístico, la canción va avanzando a lo largo del trayecto, de alguien que un día decide tirarse “por una larga pendiente alegremente” para buscar la muerte, cambiando de color, tono o melodía, según la fisicidad del terreno por el que pisa. Uno de los actos más brillantes de integración total entre parte instrumental y texto que se haya hecho nunca, “El tigre del Guadarrama” redondea este álbum de forma sublime, vampirizándolo inevitablemente ante su gigantesca sombra. Una escucha que pide la atención del que contempla un cuadro hasta tener la sensación de formar parte de él, sin más.

Para cerrar este análisis, “Crónica madrileña” añade un punto descacharrante al LP con su mirada, a la vez mordaz, tierna y divertida del Madrid más callejero. A ritmo de rock desbarrado, en esta ocasión el fragor eléctrico le añade, acertadamente, mala baba al pulso de una canción que se convertirá en todo un augurio de lo que estaba por ocurrirles a continuación.