¿Que qué pienso sobre las novelas románticas (el mal apodado género de la «novela rosa»)? En primer lugar, deberíamos tener presente que el término «romanticismo» se aplicaba a lo relacionado con el movimiento artístico y político del mismo nombre del siglo XIX. Término que ha acabado mutando, licuándose, enfangándose. Pasando de lo sublime y pasional, a lo penoso y ordinario. Lo romántico en el siglo XIX significaba el amor en álgido punto, en extremo; una pasión arrolladora que secuestraba el alma y dominaba la voluntad; el suicidio como única salida. Hoy en día, «romanticismo» es una parejita dando un paseo al atardecer por la playa; una boda por todo lo alto más allá de las posibilidades; o un tío regalándole una rosa a su novia (por cierto, eso es de rácanos; un ramo, hombre, un ramo, aunque sea de claveles).
Volviendo a las novelas románticas como género que nace en el siglo XX. Pues bien, se trata de un género cuya naturaleza radica en la falsedad. Lo que se opone, total y absolutamente, a la misma esencia del arte que, como todos ustedes muy bien saben, es la verdad. Pido atención, por favor, porque me he referido a ellas en su totalidad, como género falso en sí mismo. Si bien es cierto que en todos los géneros se pueden encontrar perlas (independientemente que sean éstos mayores o menores, los géneros, digo), la novela romántica se genera desde la industria. No desde la original cabecita de una genia o un genio, no desde sus entrañas o sus nervios. Sino desde los maquiavélicos pensamientos de un comerciante.
Que los mercaderes de las letras piensen, básicamente, en los dineros es algo que no debe sorprendernos. Son sus dineros. Si no les importasen nada en absoluto, se dedicarían a otra cosa, como por ejemplo, a escribir libros. Ni siquiera debería indignarnos, aunque esto resulta más difícil, sobre todo si estamos al tanto de las novedades literarias, de toda la cochambre que hoy en día se publica. En fin, allá ellos con su conciencia y su buen gusto.
Ahora bien, y voy a referirme a la novela romántica, aunque se da por supuesto que lo mismo se aplica a toda la mierda en estado puro que se edita en la actualidad. Pervertir la mente de los lectores, engañarlos con patrañas no es tarea de la literatura. Llenarles la cabeza de pájaros, arrastrando, perpetuando la ideología de los cuentos de hadas que tanto daño han hecho a la infancia. Y encima se atreven a llamarlo «amor romántico», término usurpado, a oscuras, del apoteósico y verdadero Romanticismo del XIX. Noveluchas que se empeñan en hacer creer en los príncipes azules y en las medias naranjas, que embrutecen las mentes y adormecen los corazones. ¡Esto es deleznable!
La literatura es algo muy serio. Por ello, aquellos y aquellas, que estén pensando en dedicarse a escribir novelas románticas, deberían plantearse antes la siguiente pregunta: ¿Deseo que a causa de mi trabajo la gente sea más idiota, más ignorante? ¿Deseo embrutecerla con falsedades? ¿O quiero que, por el contrario, sea libre?
Abur.
El amor, ese pegamento mágico que para despegártelo te puede arrancar la piel… cuanto más romántico más pegajoso. No es de extrañar que el romanticismo surgiera en los países anglosajones, puritanos por excelencia. Me interesa el amor como control social. Sea del tipo que sea.