Hazlo por Schopenhauer: el plagio, una bagatela

La caída de los valores anunciada hace más de un siglo se hace, a día de hoy, patente. La tolerancia hacia el plagio es prueba de ello.

Estrenado el siglo XXI, estallaba en los medios españolitos el caso de ana rosa quintana, la de la tele, quien había publicado sabor a hiel, nada menos que en la editorial planeta. Poco después de la publicación de la novela, se descubre que ana rosa había contratado a un negro que, a su vez, había plagiado fragmentos de otras obras, alguna de ellas de una célebre escritora.

A pesar del escándalo y el revuelo que causó la noticia en los medios, todo quedó en agua de borrajas.

A pesar de que el libro empezó a venderse como churros

– ¡Vaya público, el español! ¡Qué nivelazo!

, la editorial retiró la novela. Y aquí no ha pasado nada.

0123981209382093Casi veinte años después, se estrena la miniserie de televisión la verdad sobre el caso harry quebert, basada en la homónima novela de joël dicker, un señor suizo. Ya de entrada, la similitud del título con la novela de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, huele a chamusquina. Pero vamos a otra cosa.

Sin haber leído la novela del suizo, ni tener la más mínima intención de ello, ya que, como advierte el maestro Arthur Schopenhauer «Para leer lo bueno existe una condición: no leer lo malo; pues la vida es corta y el tiempo y las fuerzas limitados»[1].

Contexto: Treinta años después de la desaparición de nola kellergan, una chica bellísima, bellísima y jovencísima, jovencísima, se descubre su cadáver. El principal sospechoso es un escritor consagrado, harry quebert, quien tuvo una relación con la chica antes de morir. marcus goldman, un joven escritor, también exitoso, amigo y antiguo alumno de quebert, viaja hacia el lugar de los hechos e inicia su propia investigación con el fin de limpiar el nombre de su amigo y mentor.

Al más puro estilo Agatha Christie en la esencia, o sea, en el hecho de que hacia el final de la historia aparecen un sinfín de sospechosos/culpables, uno tras otro, que no hacen más que marear la perdiz y acabar con el interés del espectador/lector. Ahora, lo divertido en la serie es que el detective que se ocupa del caso es más tonto que Pichote. No se entera de nada, va dando palos de ciego, acusando a troche y moche, al primero que se cruza en su camino. Tanto que uno de sus superiores le llama la atención: «Usted cambia de culpable más que de calzoncillos». Sin duda, la línea más ingeniosa de toda la serie.

Pero vamos a lo que nos ocupa, es decir, al tema bochornoso e indigno del plagio.

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El desenlace de la serie y, supongo, del libro, revela un oscuro secreto: la novela con la que se había consagrado harry quebert, con la que se había hecho rico, de la que había vivido durante los últimos treinta años -porque más allá de ahí no publicó ninguna otra-, una de las grandes novelas americanas de la segunda mitad del siglo XX, ¡no era suya, sino de otro! Su verdadero autor es luther caleb, un hombre atormentado a causa de una desfiguración facial provocada por una paliza que le propinaron en el pasado. luther se enamora de nola y empieza a cartearse con ella, haciéndose pasar por harry, quien de aquella intentaba escribir una novela, no sé qué de unas gaviotas, pero no andaba muy satisfecho con los resultados. Mientras tanto, las misivas de luther se convirtieron en una novela que el pobre inocente entregó a harry para que le diera su opinión profesional.  ¿Y qué pasó? Que luther caleb muere de repente debido a un abuso policial y harry, ni corto ni perezoso, decide hacer pasar por suya, la novela de luther caleb.

Vale. Hasta aquí el típico caso de plagio, de robo a mano armada del talento de otro. Nada fuera de lo común, nada nuevo.

Ahora bien, lo extraordinario de este caso es que, cuando el joven escritor, marcus goldman, descubre todo el tinglado no sale ni una tenue reprimenda por sus labios. Es más, decide hacer justicia, und zwar, ¡¡¡otorgándole la autoría de la novela de las gaviotas al difunto luther caleb!!! Y así todos contentos. harry quebert, el usurpador, queda indemne, y luther caleb obtiene su gloria particular, pues mira tú por dónde, la novela de las gaviotas también era una obra maestra.

El cambio radical de percepción que se ha producido en el concepto de plagio es escalofriante. No sólo que se haya vuelto algo tan habitual como el té de las cinco para los británicos y las relaciones extraconyugales para los franceses, sino que no es en absoluto nada reprochable. Una menudencia.

Es un hecho, la cultura ha caído en las miasmas. La denigración del arte, como vehículo del conocimiento intuitivo, como crítica, como algo original, nuevo, auténtico.

No obstante, que el arte es una cosa de unos pocos, de los genios, aunque a día de hoy nadie lo piense, nadie lo crea, se hace, gracias al contraste, más evidente que nunca.

Abur. 


[1] Arthur Schopenhauer: Pensamiento, palabras y música, Editorial Edaf, Madrid 1998, página 56.