Sonic Jesus publica «Neither Virtue Nor Anger»

Sonic Jesus foto 1Provenientes de Doganella Di Ninfa, Sonic Jesus son la enésima demostración del gran estado de salud que está viviendo la música cósmica en Italia. ¿Se podría hablar de una kosmische italiana? Pues con casos como el que nos ocupa, parece que el concepto no es tan desencaminada, y más ante el primer LP, doble, de esta formación que, desde ya, se ha convertido otra prueba más que significativa de que no basta con mirar a las Islas Británicas y Estados Unidos para seguir ampliando las coordenadas del mejor rock facturado en la actualidad.

Catálogo inagotable de rutas temporales, Neither Virtue Nor Anger (Fuzz Club, 2015) arranca con las lágrimas espaciales de Spacemen 3 -‘Locomotive’-, muta en una demoledora cabalgada de krautrock robotizado  -‘Triumph’-, deriva en una versión sabbathiana de cómo debería sonar la psicodelia germánica -‘Reich’- para metabolizarse en lo más alto de la propulsión percusiva de los Can más avant-funk-; de hecho, los italianos ya han compartido escenario con el mismísimo Damo Suzuki. Sólo por este póquer inicial, ya merecería la pena el debut en largo de Sonic Jesus. Pero la onda expansiva no deja de ofrecer nuevas bifurcaciones a este tremendo catálogo de krautrock cósmico, vaya que sí.

Tras el primer bloque, el canto arábigo se cuela entre las dinámicas kraut de ‘Dead’. ‘Lost Reprise’ no hubiese desentonado en The Perfect Prescription (1987) y en ‘Paranoid Place’ se ponen el traje de astronautas para llevarnos de paseo por una constelación plagada de agujeros negros.

Sonic Jesus foto 3Mediante ‘Drift 22’, resuena el legado monolítico de Loop, pero sin la afectación dub. ‘Monkey On My Back’ es la prueba viviente de que en Marte también se toca blues. Pero los platos fuertes vienen a continuación: ‘Whore Is Death’ y ‘My Lunacy’. La primera de éstas es un viaje abisal hacia el corazón del drone cibernético. A partir de esta base, todas las líneas sonoras van tejiendo un mural de matemática tántrica, perfectamente escalonado. Mientras tanto, ‘My Lunacy’ es el paradigma de lo que nunca han podido conseguir A Place To Bury Strangers: dotar de personalidad propia a los confines del trémolo eléctrico.

Después del corazón de esta obra, llega el tramo final, uno para el que sorprende la propensión tribal dub de ‘Luxury’, una canción que tanto resucita el espíritu sombrío de Lee Scratch Perry como reproduce la síntesis panorámica de Conny Plank. Por su parte, ‘Cancer’ mimetiza voz y calambre eléctrico en un mismo plano. Más interesante resulta ‘Telegraph’, un what if? muy revelador de cómo sonaría Scorn con John Lydon al frente, pero dentro de una turbina de psicodelia arábiga.

‘Underground’ es el penúltimo escalón de esta escalera de caracol hacia las arterias del temblor definitivo. El riff como lanzadera al cosmos, para cuando traspasamos los Anillos de Saturno, llega ‘Kali Yuga’, la última estación espacial. El final perfecto, el bajo nebuloso crea la sensación de haber logrado el objetivo de esta expedición, que evoca el pasado como la mejor herramienta de futuro. O como bien queda expresado en la carta promocional del disco: ésta es la banda sonora perfecta para una versión del “Satiricón” (1969) de Fellini en un futuro distópico.

Una de las sorpresas del año, ahora sólo falta que estos grandes adoradores de la religión “space is the place” demuestren en directo el enorme potencial de su fórmula.

 

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