“Cuando uno se encuentra en una situación de mierda
No tiene muchas ganas de tener amigos y desconocidos
Desgraciados, y casi todos los rusos llevan marcado el
Signo de la infelicidad”.
Limonov
Que Eduard Limonov es uno de los personajes más interesantes de la segunda mitad del siglo XX literario ya no lo pone nadie en duda, y menos tras el deslumbrante trabajo que hizo Emmanuelle Carrere sobre la figura del azote soviético-antisoviético. Muchos se preguntarán quién es Limonov. Aunque esta misma pregunta se la tendría que hacer él a sí mismo, más bien. O mejor aún, que no se la haga jamás. El día que eso suceda, corremos el peligro de que todo su mito se vaya al garete, el cimentado con sus primeras novelas y llegado a lo más delirante con su formación de su Partido Nacional Bolchevique.
Pero a lo que vamos, hoy nos toca engrosar el catálogo de “Los Desheredados” con una obra muy especial y que, tras 35 años de espera, ahí es nada, al fin podemos ver publicada en castellano. La obra en cuestión es “Soy Yo, Édichka” (2014) y la editorial a la que tenemos que agradecer esta apuesta se trata de Marbot Ediciones. No es para menos, teniendo en cuenta que estamos hablando de uno de los libros más intensos y desbordantes de estas últimas décadas.
Limonov en estado puro, cada página escrita en este libro está insuflada por la rabia de Celine, la humanización de la maldad de Hubert Selby Jr. y la picaresca de un superviviente obsesionado con su ex, Elena, y enfrentado con todo el mundo. El resultado no puede ser otro: un dantesco descenso a los infiernos que sirve de radiografía de todos los males del capitalismo y el comunismo, dos cánceres por igual. Para ello, Limonov nos relata su experiencia en Nueva York. Está asqueado. Allá donde va, se siente como un exiliado. Limonov está movido por el demonio del odio. Cada palabra de este libro parece escupir veneno ante nuestra mirada estupefacta. Para muestra un botón:
“Un sentimiento que identifiqué como odio de clase penetraba cada vez más profundamente en mi interior. Ni siquiera odiaba tanto a nuestros clientes como a sus personajes, no, básicamente, odiaba a toda esa clase de caballeros canosos y bien cuidados. Sabía que no éramos nosotros, los desaliñados, desgreñados y jodidos los que traíamos la peste a este mundo, sino ellos. La peste del dinero, la enfermedad del dinero, es obra suya. La peste de la compra y la venta, es obra suya. El asesinato del amor, el amor como algo desdeñable, eso también es obra suya”.
Llevado por la gasolina de la furia, “Soy Yo, Édichka” transcurre a ritmo de marcapasos sobrecargado. Las pulsaciones son desbocadas, realmente no se trata de leer, sino de escuchar la voz de Limonov gritándonos al oído, expresando el vacío que le hace expresarse en primera persona, pero de una manera tan estruendosa como ésta:
“¿Que no os gusto? ¿Que no queréis pagar? Es muy poco dinero: 278 dólares al mes. No queréis pagar. ¿Y para que mierda me habéis llamado, para qué me habéis arrancado de Rusia para venir aquí junto con un montón de judíos? Presentad vuestras reclamaciones ante vuestra propagando, porque es demasiado fuerte. Es ella, y no yo, la que os vacía los bolsillos”.
“¿Quién era yo allí? Qué más da, qué diferencia hay. Yo, como siempre, odio el pasado en nombre del presente. Era poeta, sí, poeta, por si os interesa saber de qué tipo no era un poeta oficial, era clandestino, pero ese poeta se fue por donde vino y ahora soy uno de los vuestros, soy un despojo de esos que alimentáis con schi y emborracháis con vino barato y malo de California, a tres cincuenta y nueve la botella, y aún así os aborrezco. No a todos, pero sí a muchos. Porque vuestra vida es aburrida, porque os habéis vendido a la esclavitud del trabajo, por vuestros vulgares pantalones de oficinista, porque no hacéis más que ganar dinero y nunca habéis visto mundo. ¡Una mierda!”.
Por si no fueran suficientes ejemplos, no hay más que escoger una página al azar de este libro y comprobar que la tónica general no va a cambiar. Eso sí, tal como en estos dos extractos recogidos, la rabia de Limonov está filtrada por su visión ajada del mundo, pero también cumple una misión más elevada: abrir el tarro de las cuestiones delante del lector, nada es gratuito. No se trata de berrear por berrear, sino de dar pleno sentido a la necesidad de exorcizar un sentimiento a través del arte, uno que, como en esta novela, se muestra de la forma más cruda y visceral posible. Un grito desde la soledad que nos hará ser más conscientes del suelo que pisamos. Definitivamente, para leer después de haber hecho la digestión.
Muy bueno, un personaje.