Clonación. Apuntes de 2001 (VIII): conclusión

El caso de la señorita Herranz es, por supuesto, un caso extremo[1].  No obstante pienso que podría pasar en un futuro. Quizá no en una clínica legal, pero sí desde luego en el mercado negro. Pienso que el peligro principal de la clonación radica en la investigación con humanos, pero la clonación también puede llegar al pueblo, a manos que no saben lo que hacen, o peor aún, no les importa.

He expuesto en estas líneas los motivos por los que debería clonarse a seres humanos y he refutado estos motivos. Ninguno me parecía lícito. Como dice Hans Jonas en su ensayo los seres humanos son “fines en sí mismos” y arrebatar la libertad de “no saber” a  ser humano es algo inmoral. Tenemos que recordar que la máxima “mi libertad acaba cuando empieza la de los demás”.

La diferencia fundamental entre un embrión humano cualquiera y un embrión clonado reside en que el primero es creado; el segundo, en cambio, es recreado, ahí radica su vulnerabilidad.

Tanto en casos específicos como los de las parejas estériles, la adopción, como ya he mencionado anteriormente, me parece la solución más justa y sensata. Jonas destaca en su ensayo la posibilidad de crear clones de genios. Quizá se podría pensar que clonar a un genio sería una buena cosa, que supondría algo bueno para la sociedad. Un nuevo Mozart, para que compusiera magníficas sinfonías, o un nuevo Renoir para que pintara mujeres desnudas. Placeres para la sociedad, pero ¿y para el individuo? Jonas se pregunta si para el genio no es él mismo una maldición. ¿Sería legítimo clonar a un genio a sabiendas de que se convertiría en un maldito para sí mismo, aunque provechoso para la comunidad? Es más, ¿quién podría asegurar que el clon actualizara todo su potencial? Hans Jonas dice «nadie puede intuir ni remotamente qué saldrá en realidad de este genio esperado de segunda y tercera generación una vez pasada la hora estelar del primero»[2].

El debate de la clonación debe salir a la calle. Debe informarse al ciudadano a través de los periódicos, la televisión, la radio y por supuesto, los ensayos. Pero debe informarse clara y precisamente para que haya una concienciación por parte de la población sobre lo que supondría la clonación para los seres clonados. Ciertamente, no se trata tan sólo de este tema que engloba uno más grande, el del egoísmo de aquellos que desean clonar a un ser humano con todas sus consecuencias para conseguir lo que ellos llaman felicidad.

El papel de la Bioética es primordial para determinar el carácter moral de la clonación. Igual de importante es el Derecho, que ha de desempeñar un papel fundamental, el de la instauración de leyes que pongan barreras a la implantación de la clonación reproductiva en seres humanos.

Hans Jonas apunta a la problemática que supone el «poder de los actuales sobre los venideros, objetos indefensos de las precedentes decisiones de los planificadores de hoy»[3]. Es decir, los actuales, los artífices de la ciencia tienen en sus manos una futura vida creada y determinada por ellos. Este es el fundamento de su poder, la predeterminación de una vida y su posterior recreación. Ante este panorama escalofriante Jonas se pregunta «qué derecho tiene nadie a predeterminar de tal modo a futuros hombres”[4].

Severino Antinori declaró que no se puede detener a la ciencia. Yo me pregunto, ¿quién sino el hombre, artífice de esa ciencia todopoderosa, es quien puede ponerle límites y de hecho debe hacerlo? No debemos esperar que suceda la macabra situación que llevó al doctor Frankenstein a mirar horrorizado el resultado de su creación y a exclamar “¿qué he hecho?”.

Jonas nos advierte que «la capacidad puede estar ahí un día y en esta ocasión, excepcionalmente, hemos de estar advertidos ante ella para que la capacidad no se transforme automáticamente en acción, como ha ocurrido siempre hasta ahora»[5].

La ciencia avanza demasiado rápido hacia lo más parecido a una vida eterna y la idea de la muerte nos parece algo, monstruoso, cuando en ocasiones es tal vez la mejor solución. En esta sociedad occidental donde la vida es un valor en alza, deberíamos atrevernos a mirar a la muerte con mejores ojos, con ojos resignados, porque al fin y al cabo, ella, indefectiblemente, acabará siendo nuestra anfitriona.



[1] Véase http://localhost/wp5_full/?p=7635

[2] Hans Jonas, Técnica, medicina y ética, Barcelona, 1997, pág. 125

[3] Ibídem. pág. 113

[4] Ibídem. pág. 113

[5] Ibídem. pág. 129