Hazlo por Schopenhauer: jerga artística

A mi madre.

Hace muchos, muchos años, en un lugar muy pero que muy lejano, el arte era una disciplina apartada. Pocos eran los que le hacían caso, menos los que lo estudiaban. Eran tiempos tranquilos, cada cual hacía lo que hacía y las obras eran juzgadas finalmente por un tal Cronos. Luego llegó la Modernidad y el arte empezó a hacerse notar. Arthur Schopenhauer lo puso en su sitio y desveló su relevancia: es el vehículo para el conocimiento intuitivo de la voluntad, de la misma esencia del mundo. La caja de Pandora se había abierto. Lamentablemente, de ahí a entrar en el mercado de la especulación sólo hay un paso. Hoy en día el arte ha adoptado tal valor que no resulta extraño que a su alrededor se haya propagado una jerga que lo avale.

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En según qué ambientes resulta indispensable dominar el vocabulario específico. Para abrirse puertas, desenvolverse bien, entender a tus compañeros o incluso para sobrevivir. En el mundillo de las artes, la terminología en boga cada día pesa más. Tanto para los propios artistas como para los que hablan de ellos y su trabajo. Dependiendo dónde te metas, es más importante lo que se dice sobre lo que se hace, que lo que se hace. Hasta el punto de deci(di)r qué es arte y qué no, ¡en función del término, no de la obra!

Pongamos dos ejemplos que andan en boca de no pocos entendidos, artistas y advenedizos: incomodidad y riesgo. A menudo se presentan estos dos vocablos como condiciones de posibilidad del arte. Para crear hay que sentirse incómodo, buscar la incomodidad. Y, cómo no, arriesgarse. Y pobre de ti que se te ocurra decir lo contrario, porque entonces, aunque hayas pintado Los girasoles, escrito Hamlet o compuesto The Seer, tu obra no vale más que un mísero chavo. Existe una anécdota divertida al respecto: Cuando David Lynch estrenó su película Twin Peaks. Fuego, camina conmigo, Geoff Andrew, un periodista le preguntó si volvería a hacer una película sobre Twin Peaks. Lynch respondió: «Sí. Podría seguir haciéndolo para siempre. También me gusta hacer cosas diferentes, pero me siento tan cómodo en este mundo«. Ipso facto, el reportero le espetó: «¿Es bueno para un artista sentirse tan cómodo?«[1]. El pobre David Lynch se retractó rápidamente de sus palabras e intentó explicarse mejor. Él se refería a que Twin Peaks era un mundo maravilloso, lo echaba de menos y quería seguir creando allí. Menuda estampa: el periodista enseñándole a David Lynch los imprescindibles de la creación, ¡cómo se puede o no crear!

No digo que el riesgo o la incomodidad -así como otras expresiones de moda- no aparezcan o estén implícitas de algún modo en la creación. Ahora, la pura verdad es que estos términos los usan más los que están fuera que los que están dentro. Y, los que tanto los utilizan, muchas veces no se lo aplican a sus propias obras.

Toda esta catalogación, esta ideología, limita el arte que, por otro lado, es algo inclasificable. Un misterio. Libertad pura. De hecho, el arte lo único que pretende es escurrirse. Ésa es su verdadera naturaleza.

Abur.


[1] Barney, Richard A. (editor): David Lynch Interviews, University Press of Mississipi, 2009, página 147.