Comercio turístico de elefantes en Birmania (II)

Tres son las pestes de nuestro tiempo: el consumismo, el turismo de masas y la explotación y degradación del medioambiente y los seres vivos, incluido el ser humano. Tres pestes engendradas en el seno del capitalismo, que en ocasiones se solapan y confunden. Tres pestes que funcionan de tal manera que, para propagarse más -y ganar más-, deben cobrar una apariencia sumamente atractiva y estar presentes de forma continua. A pesar de que se excusan a sí mismas y niegan toda clase de culpa, apelando siempre al libre albedrío de los pobres diablos a quienes someten, sus medios de propagación son mucho más significativos y penetrantes de lo que podría parecer a primera vista. Son aquellos que nos susurran al oído, día a día, lo que debemos comprar, hacer, pensar, vivir y, en última instancia, ser.

Si estás contaminado, y la mayoría lo está, te será muy difícil advertir la peste en sí misma, lo repulsiva que puede llegar a ser.

El elefante asiático podría extinguirse en treinta años[1]. De hecho, ya ha perdido el 95% de su hábitat natural. El primer episodio de la serie documental Expedición Birmania (Expedition Burma, BBC, 2013) se adentra en los bosques de este país, buscando el último reducto, donde estos animales excepcionales luchan por su supervivencia.

Lejos de la imagen de los elefantes como bestias que, debido a su monumental consumo de hierbas, ramas, hojas y arbustos, destruyen su ecosistema, el documental reconoce el papel del elefante en el bosque birmano: cuando arrancan las hojas y las ramas con sus trompas, dispersan las semillas, que acabarán germinando; con sus heces, que contienen también dichas semillas, fertilizan el suelo; al consumir arbustos, abren caminos, de modo que otras plantas pueden crecer, al tener mayor luz solar. Todo ello contribuye al equilibrio de las especies que habitan en el bosque. Tal y como afirma el narrador “los elefantes ayudan a crear el entorno que otros animales necesitan para vivir.”

Tras varios días de investigación y búsqueda de una familia de elefantes con crías, los investigadores están desolados, ya que no han conseguido ver siquiera a un solo ejemplar. Los elefantes de la región no transitan los senderos habituales de otras especies, o de los lugareños. Si bien los han oído en alguna ocasión, los elefantes se presentan más escurridizos que un salmón a contracorriente. Ni siquiera cuando los encuentran, en medio del bosque, son incapaces de vislumbrarlos, la cámara no acierta a dar con ellos en medio de la maleza, los árboles y el espeso bambú. Cuando intuyen la presencia del hombre, los paquidermos mutan en camaleones, y es imposible distinguirlos. No es de extrañar este comportamiento, pues estos animales han sido presa de caza y de explotación desde que el Imperio Británico colonizó Birmania.

Tres, como las pestes, son los causantes del exterminio de los paquidermos: los cazadores furtivos, por su marfil; los campesinos, que apelan a la protección de sus cosechas; y el comercio turístico, que ahí es adónde vamos.

Se puede entender al comprar productos baratos manufacturados en el sureste asiático o de Latinoamérica no tengamos presente -aunque lo sepamos de buena tinta- que dichos productos provienen de fábricas, en las que se explota a niños y adultos con salarios miserables, o que la sobreproducción y consumo de estos productos está causando un impacto enorme en el medio ambiente. Normal, porque todo esto pasa muy, pero que muy lejos. Los turistas que, con una sonrisa de oreja a oreja, se hacen fotos al lado de un elefante, quizá no sepan que para docilizar a un elefante se necesita por lo menos un mes, y que para ello es preciso hundirlo moralmente a base de vejaciones, como, por ejemplo, golpearlos en la frente con un punzón; o que estos animales, muchos de ellos pequeñas crías pasarán el resto de sus días viviendo como esclavos. Entiendo que estos turistas no sepan esto, pero ¿no ven las cadenas a las que están amarrados los pobres animales? ¿No ven la tristeza, la desesperación en sus ojos? ¿O es que están demasiado ocupados, pensando en su maravillosa escapada turística?

Es necesario que empecemos a llamar a las cosas por su nombre. A los cazadores furtivos: asesinos, sádicos, psicópatas; a los turistas de esta calaña, colaboracionistas, gentuza.

El último día de la expedición encuentran a una familia de elefantes con dos crías. El núcleo familiar, formado por hembras, no se ha percatado de la presencia de los humanos y se está aseando en un riachuelo. Se trata de una maravillosa escena de baño, en la que los animales retozan, se acarician unas a otras, se miman e incluso se besan. Eso, no es otra cosa que la felicidad en su estado más puro. ¿Quiénes son los turistas para arrebatársela?


[1] Disculpen la zancada o paréntesis, propia de quienes hemos visitado la facultad de filosofía.

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