Ah, los Juegos Olímpicos, dos semanas cada cuatro años, en las que los dioses del Olimpo bajan de su monte para evidenciar al resto de los mortales lo alejados que de ellos se encuentran.
Capaces de:
Ganar en la mejor carrera de la historia: los 10.000 m femeninos. Almaz Ayana.
Correr como el rayo. Usaim Bolt.
Deslizarse como mariposas raudas en el agua. Mireia Belmonte.
Levantar sobre sus hombros el peso de Fernando Romay. La berciana Lidia Valentín.
Por sus hazañas deportivas son divinos. Entrarán en los anales de la historia como héroes. Aunque algunos son también humanos, muy humanos. Porque ¿a quién le importa una medalla olímpica cuando puede echar un buen casquete? La noche de pasión y desenfreno entre el remero Pedro Gonçalves y la clavadista Ingrid de Oliveira ha recorrido los medios de comunicación mundiales como la pólvora. Fue la noche del lunes 8 de agosto al martes 9. Según se cuenta, aquella noche Ingrid de Oliveira echó a su compañera de salto, Giovanna Pedrosa, de la habitación que compartían. El motivo: deseaba tener relaciones sexuales con Gonçalves. Y yo me pregunto: ¿no tenían otro sitio? ¿Acaso no podían haber ido a la habitación del remero? Él rema a solas. Además, si sólo hubiese sido uno, pero por lo visto fueron muchos más, los casquetes, que se prolongaron durante toda la noche. El resultado: al día siguiente, de Oliveira y Pedrosa fallaron en la prueba de clasificación, quedando en última posición. Ambas deportistas optaban a medalla; habían conseguido la plata en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. Debido a su calentura, de Oliveira se quedó sin (opción a) medalla, y dejó también sin (opción de) medalla a su compañera y, shame on you!, al país anfitrión. Por todo ello, fue expulsada del Comité Olímpico. Ahora bien, como si todavía viviésemos en aquellos tiempos en los que se apedrea a las mujeres de vida licenciosa, la culpa recayó exclusivamente en la joven, nunca en el varón. Que yo sepa, éste no ha sido expulsado del Comité Olímpico y eso que tampoco consiguió medalla.
Pasemos a anécdotas más jocosas, lejos de la discriminación sexual y más cerca del atontamiento propio que se padece al engancharse a un videojuego. El gimnasta japonés Kihei Uchimura que nos regaló una de las finales más impresionantes de los Juegos de Río cayó de lleno en la fiebre que azota al mundo: el juego «Pokémon Go». Para aquellos que no lo conozcan, el juego se basa simplemente en ir buscando y cazando Pokémons con tu smartphone a medida que recorres la ciudad, el pueblo o el villorrio en que te encuentres. Serán unos muñequitos adorables, estos pokémons, porque Uchimura no pudo resistirse a perseguirlos por la ciudad carioca. Entre el taxi y el roaming le costó la broma más de 4.700 euros. Cuando vio la factura, se quedó blanco y decidió contratar una tarifa plana de roaming para la próxima. Lo de dejar de jugar al Pokémon no lo contempla.
Una buena es la del laureado nadador Ryan Lochte, quien denunció haber sido atracado a mano armada en un taxi. Según su versión, el incidente sucedió al salir de una fiesta en el barrio de Lagoa en Río. Los asaltantes eran hombres con uniformes de policía, ¡qué miedo da eso, por favor! La denuncia sirvió para avivar el debate de la seguridad en Brasil. Ahora, por poco tiempo. No tardó en descubrirse que la historia de Lochte era pura invención. Pero no debida a una fantasía ingenua o traviesa, sino a una clara intención: tapar una gamberrada del propio Lochte por la que él mismo podría haber sido enchironado. Y la historia real sucedió así: después de la fiesta, los nadadores tomaron, efectivamente, un taxi. Pararon en una gasolinera. Estaban bebidos y algo excitados, de modo que se dedicaron a escacharrar el baño y demás instalaciones de la gasolinera. Los empleados del local llamaron a la poli y el resto ya lo conocemos…
Pero no son únicamente los deportistas, los olímpicos, los que a veces se comportan como el tonto del pueblo. Patrick Hickey, presidente de los Comités Olímpicos Europeos y miembro del COI, fue detenido durante los Juegos por estar relacionado con la reventa de entradas. No os vayáis a equivocar, Hickley no andaba vendiendo entradas por las esquinas del estadio olímpico. Formaba parte (presuntamente) de una empresa, THG, que se dedicaba a vender entradas con precios desorbitados, embolsándose (presuntamente) unos beneficios de casi 3 millones de euros. Patrick se encuentra retenido en una prisión de máxima seguridad.