Rocky IV – El summun….

rocky_iv-988576842-large1985, la era Reagan está más on fire que nunca, el sentimiento patriota y anti-comunista rezuma por todos los poros de los estadounidenses. A su vez, Sylvester Stallone afronta la cuarta entrega de su franquicia Rocky, lo que le supondría todo un reto por tener que superar a las entregas anteriores, sobre todo a la tercera. Evidentemente no me refiero a superar en calidad cinematográfica, sino en espectacularidad y en alzar todavía más el estatus de Rocky Balboa como ser humano.

Recapitulemos: en Rocky III (Rocky III, 1982), dirigida por el propio Stallone, el potro italiano ya había abandonado sus genes de zurdo, sorprendentemente pasa a ser diestro, y se convierte en una especie de súper hombre capaz de derrotar a su rival dejándose pegar para cansarle. No sólo eso, sino que el Rocky que en las dos primeras entregas pasaba por ser una persona entrañable y, por qué no decirlo, un poco lenta, subía puntos de inteligencia a marchas forzadas. Así que para culminar ese ascenso al olimpo de los dioses, Stallone necesitaba un rival para Rocky que lo convirtiese en un icono.

Así que si volvemos a pensar en Reagan instalado en la Casa Blanca, el telón de acero, la Perestroika, la guerra fría y demás situaciones de la época… el resultado estaba más que claro: había que enfrentar a Rocky a un soviético, uno de esos tan malo, tan malo, tan malo que hace que el público se retuerza en la platea deseando que le revienten la cara.

El expreso de Siberia, ese era el sobrenombre de Ivan Drago, el campeón amateur que llegaba a Estados Unidos para derrotar a los boxeadores estadounidenses. Como era tener mucha mala baba contratar a un auténtico ruso para hacer el papel de cabroncete… optaron por contratar a un ingeniero químico sueco: Dolph Lundgren. Un auténtico portento físico que encontró aquí su mejor papel al no tener que decir prácticamente palabra. Que fuese sueco no importaba, era alto y rubio así que colaba como soviético, al igual que Bridgette Nielsen, danesa, que interpretaba a su mujer, representante, dominatrix, portavoz y entrenadora. Pese a todo, también es justo decir que Ivan Drago consiguió un gran reconocimiento popular.

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Pero si hablamos de boxeadores famosos de la saga Rocky, hay que hablar de Apollo Creed, que con más años que pelos en el mostacho decide que le va a dar una tunda al ruso. Normal, si el muy soviético incluso ha sido entrenado por Manuel Vega ¡un cubano! Ya están los comunistas compinchados para dar por saco al comunismo. Ni siquiera la exhibición de Drago, en la que mide la potencia de su pegada y demuestra ser capaz de dejar viuda a una vaca de un guantazo, le frena en sus ansias por derrotarle.

Así que ya tenemos el circo montado y la rueda de prensa también. Creed haciéndose el gracioso y Drago poniendo cara de estreñido mientras se suceden los típicos encontronazos. Todo como preparatorio para el risible espectáculo que viene justo después, ése que por mucho que nos esforcemos jamás podremos olvidar: James Brown cantando Living in America y Creed bailando con sus calzones con la bandera americana ante la atónita mirada de Drago, que en este caso también es la nuestra. De verdad, difícilmente el cine de los 80 pudo volver a rayar a tanta altura.

El combate, previsible. Creed dice hola y Drago lo manda para el otro barrio ante la furiosa mirada de Rocky con lo que ya la hemos liado. Entre que eres comunista, por lo tanto un tío malísimo, y que aun encima te has cargado a mi amigo… pues ya deben estar temblando hasta en Vladivostok ante la furia de Rocky, que no tarda ni medio segundo en aceptar un combate en Moscú. Imagínense, Rocky visitando la tierra del enemigo bajo la nariz de Gorbachov. Todo se prepara con otra rueda de prensa, más calmada que en la anterior pero en la que tratan a Rocky como disminuido físico comparado con la perfección genética de Drago.

Evidentemente su mujer le dice de todo menos bonito, pero finalmente accede a que Rocky se vaya con toda la troupe, Paulie y el entrenador de Creed, a pelarse de frío a la Unión Soviética. No sin antes dejarnos disfrutar con un videoclip improvisado, con el que consiguen rellenar película sin contar absolutamente nada. En Rusia tendremos también los típicos videoclips de entrenamientos de Rocco, repitiendo la banda Survivor que parece hacer un refrito del tema de la tercera entrega que tanto transcendió en su momento.

Pero centrémonos en el entrenamiento porque ya es de mear y no echar gota. Por un lado está Rocky, que usa métodos naturales y como mucho come carne de ñu para alimentarse mientras vive en la casita de Heidi. Por el otro lado está Drago, que se entrena en lugares repletos de ordenadores con palabras en cirílico, que se inyecta hasta gasolina en vena y que no va a ninguna parte sin sus anabolizantes. Vamos, como la vida misma. Stallone anticipándose más de 30 años al veto ruso de Rio 2016, si es que él ya había visto que los rusos no son de fiar, que sus marcas no hay quien se las crea y que tienen que ser unos tramposos. No como los deportistas americanos, que lo más fuerte que toman es aspirina infantil y ganan porque son los mejores…

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Pues eso, que ya tenemos el videoclip montado comparando ambos métodos. Pero las escenas del ruso las vemos bien oscuras, para que denote maldad en cada zancada que da corriendo, que se vea que a la Unión Soviética no habían llegado las bombillas y les encanta vivir entre tinieblas, maquinando algo, seguro. El momento de inflexión es cuando aparece la mujer de Rocky en Rusia, no se sabe de dónde narices ha salido pero allí está y a Rocky le sube… la moral, igual que al director que nos obsequia con OTRO videoclip musical, y uno ya no sabe si esto es Rocky IV o Footlose 2.Todo culmina con Rocky subiendo una colina y gritando el nombre de Drago como un energúmeno.

Sin dilación alguna la película nos traslada al escenario final. El combate entre Mr. EEUU y Mr. URSS, el Este contra el Oeste. La tensión es máxima con todo el Politburó observando, últimas instrucciones de los entrenadores, suena la campana, comienza el combate y… termina el boxeo. Porque cualquier parecido entre lo que estamos viendo y un combate de boxeo es pura coincidencia con Stallone y Lundgren tratando de demostrarnos que no han dado una clase de boxeo en su puñetera vida. Espectacular y todo lo que se quiera, pero de boxeo cero patatero con golpes mal ejecutados, defensas nulas, caídas que no activan el conteo del árbitro… de todo, señores, de todo.

Total, que se ve que el público soviético es un amante de los lapsticks, las comedias de guantazos y porrazos, porque comienza a cogerle cariño al tipo ese que no hace más que recibir puñetazos. Por otra parte, no deja de ser la estrategia clásica de Rocky: dejarse zurrar hasta que tiene el combate donde a él le interesa, que es cuando tiene la cara como un mapa, sangra como un cerdo en San Martín y su contrincante ya está aburrido de atizarle. Así que el final es previsible, ya que Rocky gana hecho unos zorros y los soviéticos se rinden ante la superioridad de los capitalistas ¡Viva Washington D.C.!

Luego viene una especie de moraleja para que el público aplauda, pero lo realmente interesante de la película ya ha pasado y tenemos más música para poner el punto y final. Momento en el que toca confesar que por mucho que despotriquemos de esta película, sigue siendo uno de esos grandes placeres culpables del cine de los 80.

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