Es como una religión. Cada cuatro años, tengo mis dos semanas sagradas de Juegos Olímpicos. Me instalo en mi habitación. Si es menester, la insonorizo -y si es con conglomerado de alcornoque, mejor que mejor-. Y ¡adiós, realidad! Por unos días, y aunque parezca de another dimension, se hablará de atletismo, natación y hasta de tiro a diana con escopeta comprimida. Que sí, que sí, que existe… Lo malo, los horarios. Para los “no vampiros” no nos queda otra táctica: verlo todo en diferido. Eso sí, previo aislamiento total internáutico. ¡Y es que hasta abriendo el hotmail te comes las victorias en vela! Que, por otro lado, me la refanfinflan. Deportes de burgueses, mejor no… please.
Vamos a ver, lo de Río ha tenido tela. Me parece maravilloso, y necesario, que Suramérica pueda albergar unos Juegos, pero Brasil no estaba preparado para semejante infraestructura. Y digo esto, dejando muy claro que, por ejemplo, lo de Atlanta 96 fue peor. Y eso que son yanquis… Pero, aunque finalmente, se logró disminuir al máximo el fracaso que mucho agorero ya daba por hecho, la cosa no fue tan mal. Eso sí, hubo cosas, cuanto menos, extrañas. Y si no, que se lo pregunten a los australianos, que por muy madrugadores, llegaron a su ¿Villa Olímpica? antes de tiempo. Una con los cables sueltos por las habitaciones, sin neveras y con cucarachas haciendo la comitiva de bienvenida. Eso es motivar al personal. Lo demás, las cosas bien hechas. Y eso es lo que ocurre cuando le das más importancia a la competición de fútbol –que en los Juegos es un parche para que no les quite audiencia los amistosos entre el Leganés y el América de Cali…- tenga más relevancia que la natación… Que, no nos engañemos, fue así. Porque, ¿alguien vio alguna vez el recinto de natación lleno? Ni para las finales, oiga. Ni siquiera para ver a Robel Kiros Habte, un nadador etíope cuya técnica estaba basada en usar la barriga como flotador. El error matemático es cuando la panza pesa más que el resto del cuerpo. El personaje dio las gracias a Dios por esta oportunidad. Nosotros por no haber revolucionado la natación con su estilo, más digno de Chicho Terremoto. Si lo llega a ver el hombre que se comió a David Cal, igual éste se vuelve a apuntar para los Juegos de Fukushima. Digo, perdón, de Tokio. Porque esa fue otra, ¿dónde metieron todo el chapapote que inundaba las aguas de Río a un día de los Juegos? No lo quiero ni saber. Quizá en unos días aparezcan personas con escamas o peor aún, con dos bocas para abuchear. Porque por culpa de unos pocos ocurrieron episodios tan sangrantes como el acaecido en la final de pértiga, cuando al pertiguista francés Renaud Lavilleneie le caía una pitada con reverb cada vez que se disponía a saltar. Finalmente, la turba logró su objetivo. El francés quedó segundo, detrás del héroe local Thiago Braz Da Silva. Lavilleneie recogió su medalla de plata con lágrimas en los ojos. Y no eran de alegría. Todo lo contrario que el venceder, que estaba como unas castañuelas. Sin embargo… ¿alguien midió las pértigas utilizadas por el campeón brasileño? Mejor me callo, que luego… Aunque peores fueron las declaraciones del francés tras perder. Porque lo de comparar al público brasileño con la Alemania Nazi… Imperdonable. Ni aquí ni en Pekín.
A pesar de la victoria del brasileño en pértiga, por ahora, a Brasil se le siguen dando mucho mejor los deportes por equipos. Con decir que España tuvo más presencia… Dos medallas de las que me quedo con la de Ortega en los 110 m vallas. Qué discurso post-carrera. Por Dios. Ni que estuviera en los Oscar. Eso es estar agradecido. A mí me llegó, oye. Tanto como las medallas de Mireia Belmonte, que, espoleada por los decibélicos comentaristas de las pruebas de natación, consiguió una hazaña: medalla de oro para un país en el que la natación -como otros tantos deportes- siempre lo han tenido tan difícil para hacerse eco entre los tabloides deportivos.