Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo, dijo Pablo Neruda (Parral, Chile, 1904 – Isla Negra, Chile, 1973) al comienzo de un recital en 1943.
La poesía nerudiana es la historia de una actitud enraizada con la circunstancia concreta, enfrentada con el mundo. Es la transposición de su propia existencia mediante un alto grado de universalidad que ha sido capaz de traducir las existencias de otros seres y en particular el acontecer contemporáneo del hombre hispanoamericano mediante la verbalización de su vital singladura intelectual, política y humanística. Alberto Rojas Jiménez, director de la revista Claridad, dijo que Pablo Neruda «escribía sus versos a la última moda, siguiendo las enseñanzas de Apollinaire y del grupo ultraísta de España». «Madre, he llegado tarde para besarte, / para que con tus manos me bendigas.»
Rosa Basolato Opazo, maestra, murió tuberculosa un mes después de nacer Pablo, cuyo nombre verdadero era Neftalí Reyes Basoalto. Hijo de José del Carmen Reyes Morales, un ferroviario tiznado por los humos blancos, grises, negros zainos y desmelenados de una fatigada locomotora de vapor, tomó el seudónimo de Pablo Neruda a instancias de su padre, que le deseaba mejor futuro que el suyo, aunque no precisamente en el campo de las letras. En 1945 legalizó el seudónimo que pasó a ser su nombre, inspirado en el poeta y narrador checo Jan Neruda. Por aquella época ingresó en el Partido Comunista de Chile.
Neruda se inició en la lectura recreándose con las hazañas del intrépido Búfalo Bill y los viajes de Emilio Salgari, hasta que la poetisa chilena Gabriela Mistral, premio Nobel (1945), «una señora alta, vestida de color de arena y zapatos de tacón bajo», le regaló novelas de Tolstói, Julio Verne, Rocambole, Dostoievski y Chéjov cuando coincidieron en el liceo de Temuco. Con el paso de los años, Neruda -como Gabriela- se identificó con las víctimas de la guerra, la injusticia social y la tiranía. Aquel joven delgado ataviado con un traje negro de poeta del XIX, con la cabeza rebosante de libros e imágenes, se hizo bardo y político. En 1969 fue proclamado candidato a la presidencia de Chile y en 1971 recibió el Premio Nobel de Literatura, dos años antes de morir atrapado por la dictadura de Augusto Pinochet y sus conmilitones que derrocaron a Salvador Allende.
«Fui creciendo, leyendo, enamorándome al paso del tiempo, entre los amargos inviernos de Temuco y el misterioso estío de la costa.»
El 18 de julio de 1917 apareció en el diario La Mañana, de Temuco, un artículo titulado «Entusiasmo y perseverancia», firmado por Neftalí Reyes. Fue su primera publicación, el primer eslabón de una cadena poética rica en estética y socialmente comprometida forjada en la Universidad de Santiago de Chile, donde algunos de sus recitales fueron respondidos con gritos de «¡Poetas con hambre, váyanse!», que recuerda, tristemente, al «¡Váyase, señor González!» de José María Aznar a Felipe en el Congreso de los Diputados, porque siempre hubo intolerantes. «¡Muera la inteligencia!», gritó Millán Astray que, como puede deducirse, no se educó en la Residencia de Estudiantes.
Para pagar los gastos de su primer libro, Crepusculario, tuvo que empeñar el reloj que le había regalado su padre y recibir ayuda de un amigo en tiempos convulsos por el movimiento popular chileno que lideraba Luis Emilio Recabarren frente al presidente de la República, Arturo Alesandri Palma, que estaba dominado por el poder de la oligarquía chilena. Fue a partir de entonces cuando Neruda adquirió conciencia política izquierdista. Tras aspirar al consulado de Chile en París, en 1927 fue nombrado cónsul en Rangún (Birmania, actual Myanmar), donde sólo la compañía de Jossie Bliss le reportó durante un tiempo cierta felicidad rota por los enfermizos celos de Jossie, a la que abandonó cuando se trasladó a Ceylán (ahora Sri Lanka). Allí se casó con María Antonieta Agenaar, una holandesa establecida en Java. En 1932 regresó con su esposa a Chile, instalándose en Santiago con penurias económicas y dificultades conyugales. La vida sentimental de Neruda fue densa. Se desposó después con Delia del Carril y Matilde Urrutia, quien creó la Fundación Pablo Neruda, para cumplir los deseos del poeta.
En 1933 fue destinado al consulado de Chile en Buenos Aires, donde conoció a Federico García Lorca y Rubén Darío. En 1934 viajó a Barcelona, republicana y convulsa, para hacerse cargo del consulado de Chile. Su admiración por España le hizo decir: «La vida me hizo recorrer los más lejanos sitios del mundo, antes de llegar al que debió de ser mi punto de partida: España.» En diciembre de 1934 dio un recital en Madrid presentado por Federico García Lorca y trabó amistad con los escritores e intelectuales de la generación del 27: Alberti, Aleixandre, Altolaguirre, Cernuda, Gerardo Diego, León Felipe, Luis Rosales y Miguel Hernández. «Los españoles de mi generación eran más fraternales, más solidarios y más alegres que mis compañeros de América Latina», recordó Neruda en más de una ocasión. Su amistad con Federico le inspiró su «Oda a Federico García Lorca» («Si pudiera llorar de miedo en una casa sola / si pudiera sacarme los ojos y comérmelos / lo haría por tu voz de naranjo enlutado / y por tu poesía que sale dando gritos»). En una charla que Federico y Pablo dieron al alimón, el poeta granadino, asesinado por la derecha «por rojo y maricón», dijo de Neruda: «Y digo que os dispongáis para escuchar a un auténtico poeta de los que tienen sus sentidos amaestrados en un mundo que no es el nuestro y que poca gente percibe. Un poeta más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta. Un poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente él no sabe descifrar; de un hombre verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son más eternos que la mejilla dura de la estatua». Su influencia sobre los poetas de habla hispana fue incalculable y su reputación internacional supera los límites de la lengua.
Al estallar la Guerra Civil Española en julio de 1936, se vio obligado a trasladarse a París. En su obra España en el corazón (1937) recoge, con sus furias y penas, su posición republicana.
La existencia de Neruda se desarrolló entre la escasez económica, los viajes y las vivencias que iba extrayendo de la vida, del amor y de las guerras para ir vertiéndolas en su vastísima obra –imposible de referenciar en la síntesis de un artículo, aunque obligado es citar: El hondero entusiasta (1933), Canto general (1950), Las uvas y el viento (1954), y sus memorias Confieso que he vivido (1974)-. que fue reconocida con el Premio Nacional de Literatura de Chile (1945), con la Orden del Águila Azteca de México (1946) y el Premio Internacional de la Paz (1950), sin dejar de luchar contra la injusticia social de un régimen que sumía en la miseria a su pueblo. En 1948, el presidente de Chile, González Varela, ordenó su detención, pero el senador Neruda huyó y recaló en Buenos Aires, donde su amigo Miguel Ángel Asturias le procuró un pasaporte para llegar a París. En su obra cumbre, Canto general, su patetismo se ha agriado y el acicate comunista restalla en sus versos, adoptando una intención social, ética y política. Neruda amó los viajes tanto como a la poesía.
En 1965, la Universidad de Oxford le otorgó el título de doctor honoris causa en filosofía y letras y en 1966, recibió el premio Sol del Perú. En 1971, Neruda fue designado embajador de su país ante el gobierno de Francia. Durante su carrera literaria escribió más de 40 obras, y fue traducido a más de 10 idiomas. Se le llamó «el poeta de la humanidad esclavizada» porque escribió poemas en los que reclamaba reformas sociales. Neruda murió a los 69 años, preso de la leucemia, el 23 de septiembre de 1973, días después del derrocamiento del Gobierno constitucional de Salvador Allende. Recibió sepultura entre el ruidoso silencio de su pueblo y del mundo que se enteró con estupor de su muerte y de que su casa de Isla Negra había sido saqueada por el pinochetismo, que tuvo a Lucho Gatica como su cantante de cámara.
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Este artículo fue publicado en la revista Jano. Medicina y Humanidades, en el número del 11-17 de junio de 2004. VOL. LXVII Nº 1525 (páginas 89-90), firmado por su autor, Juan Soto Viñolo.