Begotten – El todo y la nada

PortadaUna de las películas que sorprendió en la década de los 90 fue, sin duda, Begotten (Begotten, 1991) dirigida por Edmund Elias Merhige. Aunque de escasa repercusión, un simple vistazo basta para entender el porqué, Begotten tuvo su relativo éxito entre la crítica, que en su mayoría la aplaudió por su arriesgada propuesta.

Sin duda, el término experimental se le queda bastante corto a Begotten. Ausente de cualquier tipo de narrativa convencional, no hay ni un solo diálogo durante todo el metraje, narrándose de forma visual. Tampoco encontraremos referencias sonoras, los personajes no emiten sonido alguno, y lo único que llegamos a percibir es el sonido de los grillos y el viento. Únicamente durante un breve periodo de tiempo sonará una melodía, un pequeño paréntesis. Visualmente tampoco cumple con lo que podríamos esperar, o lo que podemos considerar normal, no sólo por usar el blanco y negro, algo a lo que tendríamos que estar más que acostumbrados, sino que el nivel de contraste se ha aumentado hasta tal extremo que por momentos cuesta hasta identificar lo que estamos viendo. La ausencia de semitonos es casi absoluta.

Sin diálogos, sin música y con una imagen confusa, es evidente que el visionado de Begotten no es apto para todos los públicos, más aún si tenemos en cuenta que estamos ante una película desasosegante y que no escatima en producir tal sensación en el espectador, rozando, o superando, el gore. Así rueda Merhige su génesis particular, con un alumbramiento sangriento en el que la madre casi se arranca a su hijo del vientre, la Madre Tierra da a luz a su hijo, quien padecerá el dolor junto a los humanos, arrastrado del cuello por una cuerda que parece un cordón umbilical, representando su unión. Nómadas que venerarán los órganos del hijo como si fuesen entes divinos, a la vez que terminan con su vida sin piedad.

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Como película de terror funciona, pudiendo a llegar a causar incluso ansiedad debido, precisamente, a su atmósfera onírica, surrealista, y lo que queda muy claro es que Begotten es una película de extremos, que la inmensa mayoría no soportará ni cinco minutos su visionada. Quizá hasta sea lo más sano mentalmente, no acercarse a ella, pero ese es, a su vez, su mayor poder de atracción: la promesa de ver algo totalmente diferente.

Después de Begotten, Merhige rodó un corto de nombre Din of Celestian Birds, que sería la segunda parte de lo que él pretendía que fuese una trilogía. A día de hoy, parece que tal idea no podrá completarse, pero, entre medias, sí que pudo rodar la notable La Sombra del Vampiro (Shadow of the Vampire, 2000), mucho más convencional.