Una de las razones por las que adoro el cine es la sensación que te invade al salir de él, esa sensación de bienestar, de felicidad absoluta, de descorche de botella de champagne agitada antes de usar. Una sensación que provocan, en especial, las buenas comedias. Una sensación, que algunos críticos son incapaces de experimentar. Las brujas de Zugarramurdi (2013) del incombustible Álex de la Iglesia suscita dicha sensación.
Cuando al comienzo de la película aparece Maritxu (Terele Pávez), Graciana (Carmen Maura) y Eva (Carolina Bang), brujas como ellas solas, haciendo un conjuro y recitando una serie de visiones a cada cual más absurda, sabemos que la montaña rusa de hilarante comedia no ha hecho más que empezar. Ni siquiera los títulos de crédito del principio tienen desperdicio: aparecen una serie de imágenes de brujas en grabados, pinturas y fotografías, que recorren el tiempo desde la antigüedad hasta la posmodernidad. Las diosas de la fertilidad dan el testigo a las brujas de la Edad Media, y éstas dan paso a las hechiceras de la gran pantalla hollywoodiense -Greta Garbo, Marlene Dietrich, Bette Davis-, hasta que algo nos zarandea: la estampa de Angela Merkel y, la viva imagen del terror: Margaret Thatcher.
Con un estupendo guión del mismo Álex de la Iglesia y de Jorge Guerricaechevarría, construido a base de diálogos impecables; unos escenarios terroríficos – ya sean los pasillos de un hospital, las carreteras norteñas perdidas de la mano de Dios o cuevas más antiguas que las de Altamira -; y una acción trepidante, la película no sólo no decae en ningún momento, sino que en cada fotograma va a más. Si a todo esto añadimos a la pócima un elenco de actrices y actores excepcionales, como Carmen Maura, Terele Pávez, Enrique Villén, Macarena Gómez, Secun de la Rosa o Carlos Areces, tenemos como resultado una de las mejores comedias españolas de los últimos años.
Con los tiempos que corren hacer reír a la gente es, según Álex de la Iglesia, una obligación, pero el director vizcaíno no sólo ha dirigido un largometraje de comedia non-stop, sino que ha puesto toda la carne en el asador y realiza una superproducción con cientos, sí, cientos de extras -en su mayoría mujeres, por cierto-. Señor Álex de la Iglesia: chapeau, como dice mi madre, o lo que es lo mismo, me quito el sombrero, porque aquí se te ha visto la pluma y qué preciosa es. Con Las brujas de Zugarramurdi, no sólo pretendías hacer que nos tronchásemos de risa, sino dar trabajo a un montón de gente. ¡Ole!
En lo que al tema de la película se refiere, al principio choca -supongo que más a las espectadoras que a los espectadores- el tono explícitamente machista de sus personajes. Debido quizá a la precaria situación en la que se encuentran, tanto económica, como emocional, y a sus relaciones con las mujeres. Temas de custodia compartida, de pensiones alimenticias, de separaciones y juicios, de acabar viviendo en el coche, porque ellas te han arruinado la vida. Sin embargo, la perspectiva machista o cómo me han jodido la vida las mujeres se desvanece como la niebla de Zugarramurdi cuando se adentran en el inhóspito pueblo y aparecen las primeras brujas, que nos dan su visión particular del asunto:
“Dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Pero, ¿quién diablos se creen que son? Dios creó a la mujer de su imagen y semejanza. ¿Alguna de vosotras se traga esa estúpida historia de Adán y la costilla? […] Los hombres nos tienen miedo porque sabemos la verdad y Dios es una mujer y ellos no pueden soportarlo. […] Ellos nos arrancaron los instintos, ensuciaron con la culpa nuestras almas y escupieron nuestro sexo. […]Ha llegado el momento de la venganza. ¡Se hará justicia!”,
clama Graciana en su discurso del aquelarre, y nos hace sospechar que Álex de la Iglesia tira, al fin y al cabo, más para el bando de las hembras que el de los varones.
Por otro lado, la película nos expone, con una precisión de cirujano experto y titulado, la lucha de sexos. Ese tira y afloja que son las relaciones entre hombres y mujeres, ojo al dato, cuando no se está enamorado. La lucha de sexos únicamente puede ser vencida, anulada, por el amor. He aquí la genialidad del guión, que nos dice lo absurdo, violento y miserable que es lo que nos queda, cuando el amor sale por patas. Se trata de una arma de doble filo: sólo dejamos de odiarnos, cuando volvemos a enamorarnos.
Y así sigue la vida, como una rueda en la jaula de un hámster. Y frente a ella, otra jaula con otra rueda y otro hámster, dando vueltas sin parar.