Mi enemigo íntimo: Herzog y la cólera de Kinski

¿Qué puede mover a un director de cine para contar en sus películas con un tipo ególatra, irascible, grosero, vanidoso y de trato imposible? Cinco largometrajes forjaron la leyenda de la tormentosa e imposible por momentos relación entre Werner Herzog (1942) y Klaus Kinski (1926-1991): «Aguirre la cólera de Dios» (1971), «Nosferatu, vampiro de la noche» (1979), «Woyzeck» (1979), «Fitzcarraldo» (1982) y «Cobra Verde» (1987).

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La primera colaboración ya forjó la leyenda del indomable.

La relación entre ambos, no pudo comenzar de manera más tormentosa, cuando en su juventud el director de cine, junto a su familia, conocieron al iracundo actor compartiendo residencia 3 meses en una humilde pensión de Munich, estancia en la que  Kinski entró en constantes ataques de ira, en los que se dedicaba a destrozar todo lo que pillaba por delante, con un episodio de tal calibre que le duró dos días completos, en los que destrozó por completo todo lo que pilló por delante, bañera y retrete incluido. El carácter de Kinski lo convertía en una persona inabordable y huraña, pero esta circunstancia, lejos de amilanar al joven Herzog, le produjo una extraña fascinación hacia el personaje, provocando que instigase hasta el fondo de toda la obra que había realizado hasta ese momento el polémico actor.

Con 28 años, y 5 películas a sus espaldas, Herzog decide enviarle el guion de «Aguirre la cólera de Dios» a Kinski, para que interpretara a Lope De Aguirre, en un papel que le iba como anillo al dedo, ya que las personalidades del aventurero español y el actor alemán presentaban grandes paralelismos en sus rasgos más extremos. En esos momentos, Kinski se encontraba haciendo una representación teatral muy personal, en la que interpretaba el papel de un Jesús mesiánico enajenado y enfrentado en todas las funciones con virulencia al público. Tras aceptar el papel protagonista con entusiasmo, llega al rodaje en el Machu Pichu de Perú completamente absorbido por su papel teatral, enfrentándose siempre que había una mínima oportunidad a todo el equipo técnico de la película, y llevando su actuación hasta el extremo, incluyendo la violencia física con el resto de actores en la interpretación de las escenas de batallas. A las dificultades que suponía el hecho de rodar en plena selva y con un presupuesto ajustado, la actitud de Kinski terminó por convertir en una auténtica odisea todo el proceso de rodaje. La compensación a todos estos contratiempos se plasmó en una actuación sublime en el marco de una película que terminó por convertirse en obra de culto.

Aguirre terminó siendo un tremendo impulso para las trayectorias de uno y otro, lo cual derivó en unos sucesivos años muy productivos en las carreras de ambos, a pesar de todas las complicaciones surgidas en su relación, provocando que transcurrieran 8 años hasta que ambos volviesen a unir sus destinos en un proyecto cinematográfico común.

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Nosferatu: El Vampiro de la noche.

La segunda colaboración director-actor tuvo lugar con «Nosferatu, el vampiro» (1979), en lo que constituyó un personal homenaje al clásico de F. W. Murnau y que volvió a demostrar las tremendas dotes de Kinski para meterse en la piel de su protagonista, en una película en la que Herzog fue bastante fiel al film original, con una puesta de largo sin grandes alardes, lo que nos permite como espectadores enfocarnos en el contraste de los personajes, con un Kinski mostrando el horror y la fealdad, frente a la belleza idílica de Isabelle Adjani. Sin ser una de las obras mayores del director muniqués, si supone un más que digno remake de una de las más grandes películas de terror de la historia, y uno de sus primeros grandes clásicos.

Apenas cinco semanas después de terminar Nosferatu, y tras un rodaje que como era habitual los dejó exhaustos, ambos se lanzan a una tercera colaboración en «Woyzeck« (1979) basada en una novela expresionista alemana, y rodada en la antigua Checoslovaquia. Aquí Kinski daría vida  a un  soldado infeliz y humillado, sin apenas dinero, con una esposa e hijo a los que mantener, y a los que ama con locura. Pero en cuanto descubre que su mujer le ha sido infiel con un cabo, se desata la locura en su interior, y se desencadena un odio irracional que lo arrastra a planear una venganza sangrienta y cruel. La protagonista del film, la actriz Eva Mattes, se refirió a Kinski como alguien «Muy tierno, con el que surgió una complicidad muy especial». Desde luego, no abundan testimonios de este carácter entre los que coincidieron alguna vez con el iracundo intérprete.

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En Fitzcarraldo, la tensión se cortaba con un cuchillo.

Si las vicisitudes para rodar Aguirre fueron épicas, en la megalómana y extensa «Fitzcarraldo» (1982) todo resultó una odisea de principio a fin. Jason Robards fue el primer actor para escogido para interpretar a Brian Sweeney Fitzgerald «Fitzcarraldo», pero cuando se llevaba gran parte del filme rodado de nuevo en Perú, Robards cayó enfermo de disentería, lo que le obligó a abandonar el rodaje, y a Werner Herzog comenzar de cero el rodaje de nuevo, hecho que además de impedirnos ver la interpretación del magnífico actor americano, nos privó de ver a ni más ni menos que al gran Mick Jagger, que también rodó esta primera parte que se desechó y jamás se recuperó. Klaus Kinski sustituyó a Robards, a pesar de las dudas que le rondaban a Herzog. Desde el primer instante, la díscola y excéntrica personalidad del actor salió a relucir, luciendo trajes de alto diseño en pleno rodaje, a la vez que pretendía dormir en tiendas de campaña en plena jungla, y con el apoyo de material para la escalada. Kinski era un peligro en si mismo, y las amenazas y las peleas con el equipo técnico, actores y director eran lo habitual todos los días de filmación. Pero sin duda, si había alguien capaz de interpretar la historia de un excéntrico y megalómano amante de la ópera, y su intención de hacerla llegar a los indios nativos, construyendo un teatro en medio de la selva, este era el. De nuevo, vuelve a surgir una enorme complicidad entre Kinski y el personaje femenino, protagonizado por la espléndida Claudia Cardinale. Probablemente, estamos ante la cumbre creativa en la carrera de Herzog, todo a costa de su salud, seriamente amenazada por una crisis nerviosa provocada por todos los contratiempos acaecidos en el rodaje, y por la constante tensión en su relación con Klaus Kinski.

La enemistad a estas alturas si que era muy evidente, y cinco años después tendría su punto álgido en el rodaje del quinto y último film en común:»Cobra verde» (1987), rodado en la selva de Brasil, y  donde Kinski nuevamente interpreta a un personaje atormentado, personificando a un comerciante de esclavos hecho a si mismo que había huído de la miseria.  Durante el rodaje, las dificultades una vez más fueron lo habitual, y las amenazas de muerte surgieron entre ambos, con promesa incluída del director de dispararle las ocho primeras balas de su pistola, y reservar la última del cargador para el mismo. Los indígenas figurantes de la película tuvieron un enfrentamiento entre ellos, para más tarde ofrecerse para matar ellos mismos a Kinski, aunque Herzog terminó por disuadirlos de su idea. Lo cierto es que Kinski en uno de sus arrebatos golpeó a Herzog y abandonó la filmación sin haber concluido la película, suponiendo este episodio la ruptura definitiva y total de su relación. La película se terminó sin la presencia de el demonio rubio.

Ocho años después de la muerte de Klaus Kinski, Herzog dirigió  el documental  «Mi enemigo íntimo» (1999), en el que se repasa el vínculo establecido entre el actor y el director desde el momento en que se conocieron, hasta el fin de su colaboración cinematográfica. La relación personal y profesional entre ambos, no fue desde luego un camino de rosas, aunque el propio Herzog reconoce que en su enemistad existían algunas partes impostadas, en especial en la parte relativa a la biografía de Kinski, en la que define al director con toda clase de descalificaciones e insultos, en una estrategia con un claro objetivo de generar polémica y atención hacia la obra. De lo que no cabe ningún tipo de duda, es  que ambos salieron beneficiados, ganando en prestigio y reconocimiento en sus carreras, dentro de esa tormentosa relación amor-odio que gestaron a lo largo de los años, y que terminó completamente rota a causa de su desgaste.