Espectacular el comienzo de esta parte. Una conga en el edifico de oficinas del seguro orquestada por los hermanos Mitchum, las tres chicas de rosa y un Dougie que se apunta a un bombardeo.
Parece ser que existe una línea de continuidad temporal entre los episodios alternos. Del final del 11 pasamos al comienzo del 13. Por otro lado, el final del episodio 13 se retoma justo en el punto donde había terminado el 12: la conversación entre Audrey y su esposo, ese ser repelente, con alma de burócrata y sangre de horchata. Ese tipo es como uno de los retratos de los monarcas que pintaba Goya, de esos que retrataban su yo verdadero, que los mostraban tal y como realmente eran.
Entre Twin Peaks y Las Vegas. Entre los habitantes de ese pequeño pueblo del noroeste y un Dougie/Coop que viaja ya sea por el laberinto de su propia mente o por el árido paisaje de Montana. De nuevo, la tercera temporada remite a la película, Twin Peaks. Fuego, camina conmigo. La escena del malo de Cooper a través de esa pantalla enorme devuelve la sensación experimentada tras la aparición de Phillpip Jeffries (David Bowie) en los cuarteles del FBI. Un escalofrío. De nuevo, Jeffries nos revela quién es Dale Cooper.
A estas alturas llegamos a un pico en lo que a guión se refiere. No se trata únicamente de que todo -la acción, la trama, los diálogos- esté perfectamente hilvanado, como en un clásico, sino que de ese tejido surge algo nuevo, refrescante.