El Congo (III): La colonia privada de Leopoldo II

El periodo colonial que sufrió el Congo durante casi un siglo es un ejemplo más del yugo de Europa sobre África, del hombre blanco sobre las mujeres y hombres negros. Sin embargo, el caso congoleño es especial, pues la colonia no formaba parte de un país, sino que perteneció durante más de 20 años a un solo hombre: Leopoldo II.

Tal y como expone Peter Fortbah, autor del excepcional documento El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, en 1830 Bélgica era un país pequeño, harto industrializado, que había perdido su imperio de ultramar al separarse de los Países Bajos en 1830[1]. Todavía no había subido al trono, que Leopoldo ya percibió las ventajas económicas que supondrían las colonias para Bélgica:

«Todas las tierras que no pertenecen a nadie en el mundo pueden pasar a ser terreno de nuestras operaciones y éxitos […] La historia nos enseña que las colonias son útiles, que desempeñan un papel importante en el poderío y prosperidad de los Estados, esforcémonos por conseguir una»[2].

Tras intentar comprar Borneo a los holandeses y alquilar las Filipinas a los españoles, Leopoldo puso todo su empeño en encontrar una colonia a toda costa: «No podemos permitirnos el lujo de perder más tiempo, so pena de ver que los sitios mejores, que ya empiezan a escasear, sean ocupados uno a uno por países más emprendedores que el nuestro»[3].

Leopoldo II es coronado rey de Bélgica en 1865. Pese a que el país no estaba interesado en conseguir colonias y él, como monarca constitucional «no podía imponer su voluntad al país»[4], Leopoldo no dio su brazo a torcer. Años después, había conseguido fraguar un taimado plan para que la zona del Congo pasara a ser de su propiedad. Bajo las consignas europeas del momento de llevar la civilización a aquellas zonas menos desarrolladas y en pro de la investigación científica, organiza una conferencia geográfica en Bruselas. Las distintas delegaciones invitadas, impresionadas por el altruismo y el énfasis científico de Leopoldo II, aprueban la fundación de la Asociación Internacional Africana, presidida por el rey de Bélgica. A partir de entonces, Leopoldo II comenzó su carrera hacia el colonialismo. Sufragó varias expediciones, capitaneadas por Henry Morton Stanley, en las que se aunaron fuerzas por firmar contratos de compra-venta de territorios con los jefes de la zona. Al mismo tiempo, Leopoldo se ganó la confianza de las grandes potencias, haciéndoles creer que sus intenciones en el Congo eran puramente filantrópicas. Asimismo se jugó la baza de la importación de productos europeos para la necesitada población congoleña, lo que beneficiaría a los trabajadores. Sin embargo, este hecho no se produjo jamás[5].

En el verano de 1896 Joseph Conrad escribía a su editor acerca de una historia que planeaba escribir sobre sus vivencias en el Congo: «Toda mi amargura de aquellos días, mi perplejidad frente al significado de lo que veía, toda mi indignación ante lo que se hacía pasar por filantropía,me ha vuelto a acompañar mientras escribía»[6].

Después de años de exploración y compras de territorios, la suerte del Congo quedó decidida el 26 de febrero de 1885, fecha en la que se firmó el Acta de Berlín. Se creó el Estado Libre del Congo, que fue «entregado a Leopoldo II a título personal. Aquel territorio cubría más de 1.500.000 kilómetros cuadrados. Allí vivían alrededor de 15 millones de personas»[7]. El rey de Bélgica lo había conseguido por fin. El Congo era suyo. A pesar de que el tratado obligaba a Leopoldo a dejar vía libre al comercio de todas las naciones, el monarca no tardó en desvelar sus verdaderas intenciones: «Los derechos que tengo sobre el Congo no los compartiré con nadie; son el resultado de mis esfuerzos y gastos personales»[8]. De ahí en adelante, Leopoldo II gobernó su colonia privada con mano férrea a fin de lograr sus objetivos: amasar una fortuna ingente a costa de la población congoleña y de sus recursos naturales, entre ellos el marfil y el caucho.

Estaban muriéndose lentamente, eso estaba muy claro. […] Habían dejado de ser nada de este mundo, excepto oscuras sombras de hambre y enfermedad que yacían confusamente en la verdosa penumbra. Traídos desde los más recónditos rincones de la costa, con toda la legalidad que proporcionaban los contratos temporales, perdidos en un ambiente hostil y alimentados con una comida a la que no estaban habituados, enfermaban, dejaban de ser eficaces y entonces se les permitía alejarse arrastrándose y descansar. Aquellas sombras moribundas eran tan libres como el aire, y casi tan delgadas como él[9].

Los métodos empleados por los trabajadores/soldados de Leopoldo eran escalofriantes. Se requería a los congoleños una determinada cuota de caucho; si no se alcanzaba, las consecuencias eran aterradoras:

«Se organizaba una incursión punitiva que iba acompañada de violaciones, saqueos y asesinatos indiscriminados. Cualquier protesta o rebelión se sofocaba mediante ejecuciones en masa. […] Un castigo muy extendido consistía en cercenar las manos»[10].

Niñas y niños no se libraban del castigo. Ahora bien, los soldados no tenían otra opción. En primer lugar, Leopoldo les pagaba sueldos miserables que aumentaban en función del caucho conseguido. Por otra parte, se encontraban bajo la amenaza del rey. Un misionero danés fue testigo del asesinato de un congoleño por parte de los soldados. «No se lo tome tan a pecho [le dijo el soldado]. Si no llevamos el caucho, nos matan a nosotros»[11].

Se calcula que durante el gobierno de Leopoldo II murieron en el Congo unos 10 millones de personas. Las causas: explotación laboral, enfermedades y asesinatos. La cifra de estos últimos se eleva a 5 millones[12]. La población congoleña se vio reducida a más de la mitad.

Cuando el rey Leopoldo II murió, su fortuna ascendía a 80 millones de dólares[13].

¡El horror! ¡El horror![14]


[1] Peter Forbath: El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, Turner Publicaciones S.L. – Fondo de Cultura Económica, Madrid 2002, página 371

[2] Ibídem, página 372

[3] Ibídem, página 372

[4] Ibídem, página 373

[5] Ibídem, página 429

[6] Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U., Barcelona 2015, página 13

[7] Peter Forbath: El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, página 409

[8] Ibídem, página 410

[9] Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas, página 49

[10] Peter Forbath: El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, páginas 422-423

[11] Ibídem, página 423

[12] Ibídem, página 424

[13] Forbath Peter, El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, página 421

[14] Conrad, Joseph: El corazón de las tinieblas, página 148