– El fin de semana pasado fui con mi bisnieta al cine.
– ¡Anda, yo también! ¿Qué película fuisteis a ver?
– Brave.
– ¿Y qué tal?
– Yo estaba toda ilusionada porque, por fin, había una película sobre una princesa que no quería casarse. Y encima iba por ahí toda despeinada, con una larga melena pelirroja.
– Qué simpática.
– Pensé que sería bonito llevar a Esmeralda. La pobre, después de ver a la princesa Rapunzel, se volvió toda loca, y no paraba de peinarse el cabello y buscar a su príncipe azul.
– ¿No es algo pelona Esmeralda?
– Cuando nació tenía una mata de pelo hermosísima. Pero de tanto peinarse, como lo hacía con ansias, casi se queda medio calva, la chiquilla.
– Oye, ¿y la peli cómo fue?
– Un fracaso. Resulta que en verdad no giraba en torno de una chica que quería ser libre, sino del conflicto generacional entre su madre y ella. ¿Te lo puedes creer?
– ¿Qué me dices? ¿Y qué interés tiene esto para una niña?
– Eso me pregunto yo. Que son ganas de llenarle la cabeza a los peques de preocupaciones futuras. ¿Las películas infantiles no estaban hechas para que los zagales se lo pasaran bien? ¿Para que disfrutasen?
– Pues yo fui con Dorita a ver Ice Age 3. Ésa de la edad de hielo. Y no te figurarás de qué va…
– Me temo lo peor.
– …de un mamut cuya mujer se ha quedado embarazada, y el tío se pasa toda la película debatiéndose entre dudas acerca de ser padre. Vamos, que no está preparado.
– Uy, ¡esto sí que no!
– Desde luego, pobres niños. Meterles miedos con semejantes disyuntivas de adultos.
– Salen del cine traumatizaos.
– Es una canallada en toda regla.
– Y al llegar a casa: «Mamá… papá no quería que yo naciera, ¿verdad? Tenía dudas… ¡Buaaaaaá!».