Sangre y óleos. Retrato de Vincent Van Gogh

Nació hace un 30 de marzo de 1853 en Groot Zundert, en la provincia holandesa de Brabante. Le pusieron de nombre Vincent Willem van Gogh, igual que al bebé que nació muerto justo un año antes que él. Fue el mayor de seis hermanos. Y, sin duda, el más rebelde. Un hombre inquieto que se buscó a sí mismo durante toda su vida. Que encontró en el arte un refugio y su alter ego. Sus pinceladas eran veloces y su perseverancia infatigable. Llegó a pintar hasta tres cuadros diarios. Un hombre rebosante de vida. Los colores de sus últimos cuadros eran luminosos, brillantes. Azules celestes, rojos magenta, amarillos. Resulta difícil de entender cómo un hombre sumido en reiteradas crisis fue capaz de crear una obra de semejante magnitud. Incluso en su paso por el sanatorio mental de Arlés no dejó ni por un momento de trabajar. En una de las innumerables cartas dirigidas a su hermano Théo decía: “La tristesse durera toujours”.

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Su fama ha traspasado fronteras, llegando infinitamente más lejos de lo que él pudo imaginar. Sus cuadros se valoran en miles de millones y están colgados en los museos más selectos del planeta, protegidos por finos cristales que a veces no permiten apreciar toda su belleza. Se han escrito centenares de libros sobre su obra. Su biografía ha sido llevada en varias ocasiones al cine. Quizá la más señalada sea El loco de pelo rojo de  Vincent Minelli. En su canción Riptide, Lou Reed habla del último lienzo que pintó, Campo de trigo y cuervos.

“No a los contemporáneos ni a mis compatriotas, sino a la humanidad entera entrego mi obra, en la confianza de que no la encontrarán inútil, aunque quizá su valor tarde mucho en ser reconocido, pues este es el destino de todo lo bueno”.  Éstas son las palabras que dirige Arthur Schopenhauer a sus lectores en el segundo prólogo de su obra El mundo como voluntad y representación. Sin embargo, podrían ser las de Vincent Van Gogh, quizá el pintor más famoso del mundo. Un hombre humilde, pese a sus pretensiones artísticas, que siempre fueron inmensas. Con un hondo sentido del altruismo, fue misionero en las minas de carbón en Inglaterra. Un personaje de Dostoyevski. Alejado del mundo, su única comunicación con éste la encontraba a través de su amado hermano Théo, confidente y mecenas,  algunos colegas pintores, las prostitutas de los burdeles, y ante todo, a través del arte. Estaba convencido que su obra sería un día reconocida por todos, y ésa era, tal vez, la fuerza que lo empujaba a seguir adelante, pese a la indiferencia que despertaba a su alrededor. Nadie creyó en él. Tan sólo vendió un cuadro en vida, a una pintora llamada Anna Broch. Y pese a esto, reconocía el arte como un diálogo con el resto de la humanidad. Deseaba que su trabajo golpeara a la gente, que al contemplar su obra se pensara que había salido de la mano de un hombre que sentía “profundamente” y del mismo modo, “delicadamente”.

Hoy en día, la figura de van Gogh es vista como la de un genio. Sin duda, lo era. Un hombre difícil, “el genio ve en todas partes lo extremado, y esa es la razón de que su conducta sea también extremada”, afirma Shcopenhauer. El pintor holandés se dedicó en cuerpo y alma  durante los últimos años de su vida a plasmar el arte a través de su paleta, algo que acabó costándole la vida. En una ocasión escribió en una de sus cartas a Théo: “En mi trabajo arriesgo mi vida y en él mi razón se ha hundido a medias”.

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Según Arthur Schopenhauer, artífice de la teoría del arte más importante hasta el momento, mediante la contemplación estética podemos deshacernos momentáneamente de la voluntad y por lo tanto, del sufrimiento, y conocer las Ideas platónicas o la cosa en síde Kant. Es decir, el arte es capaz de expresar con absoluta nitidez la verdad y hacernos libres. Y Van Gogh  alcanzó su propósito. Para aquellos afortunados que hayan estado frente a uno de sus cuadros, por supuesto, sin una cámara de fotos, video o móvil delante de las narices, habrán sentido una placidez parecida al agua, mezclada con una exaltación. O lo que es lo mismo, un éxtasis estético. ¿Y qué muestra la obra de van Gogh? ¿Qué verdad nos enseña? La obra del artista nos dice lo qué es la vida. Y si miran atentamente cualquiera de su cuadros podrán entender e incluso sentir, la sangre que corre por sus venas y el latido del corazón, que se acelera. Los óleos de van Gogh están más vivos que la mayoría de la gente. Una fuerza brutal y a la vez suave se refleja en sus obras, reflejo asimismo de su pasión.

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Nunca se cansó de repetir “ama lo que amas”. Vincent hizo lo que tenía que hacer, alejado de la sociedad, loco a la vez que lúcido y desesperado. El resultado fueron sus pinturas, que nos regalan el don más preciado otorgado a los hombres: la libertad.

El artista romántico por excelencia murió un 29 de julio de 1890, a la temprana edad de 37 años, a causa de un disparo en el pecho. Él mismo fue quien apretó el gatillo. Le dieron sepultura en una apresurada ceremonia en el cementerio de Auvers-sur-Oise (Francia). Apenas un año más tarde enterraban en una tumba paralela a su hermano Théo. Descansar al lado de Vincent había sido su última voluntad.