Ana Frank: 24 días antes de esconderse

El día de su cumpleaños recibió un cuaderno. Quién se habría imaginado entonces que éste se convertiría en el diario más célebre de la historia de la literatura. Especialmente cuando la misma Ana Frank le confesaba:

Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años [1].

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A pesar de contar con numerosas amistades, la joven no tenía una verdadera amiga a quien pudiera abrirse. De modo que el cuaderno se reveló desde el primer momento como su confidente, su amiga íntima. La llamó Kitty:

Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.

Era 12 de junio y en apenas un mes ella y toda su familia abandonarían su hogar para esconderse de la persecución nazi en La Casa de Atrás. Sin embargo, Ana Frank desconocía el plan que había trazado su padre. Así, las primeras entradas del diario eran las típicas de una muchacha de su edad. Su compañeras y compañeros de clase eran su mundo; los describe, en más de una ocasión sin pelos en la lengua

Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberían repetir curso, por lo zoquetes que son [2].

demostrando su afilada capacidad de observación. También su humor e ingenio. El pasaje del encontronazo con el profesor que le hace redactar una y otra vez como castigo una redacción sobre su condición de parlanchina no tiene precio. Y, cómo no, el relato de sus diversos admiradores:

Supongo que te extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores. Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los ojos de encima [3].

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Si bien narra estos episodios de manera jocosa, uno de ellos resulta sobrecogedor. El 22 de junio conoce a Hello Silberberg, un chico mayor que ella, primo segundo de su amiga Wilma. El muchacho no tarda en pedirle a la joven si puede acompañarla al colegio.

Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá haciendo [4].

El hecho de que Hello tenga novia no parece importar a Ana, que demuestra una ingenuidad enternecedora:

Hello tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado. Desde que me conoció a mí, Hello se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se duerme. O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a servir! [5]

En pocos días, traban amistad y el chico se enamora de ella. Ana parece corresponderle:

Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé, nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. De milagro no me lancé escaleras abajo, sino que esperé a que sonó el timbre [6].

Hello quería decirle que había dejado a Ursula a pesar de las negativas de su familia, pero, según él, el amor no se puede forzar. A partir de entonces planean los días que se verán. Hello le cuenta:

Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido sionista. […] El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos por la tarde, y quizá también otros días.

Eso era el 1 de julio.

Lo estremecedor de estas líneas radica en la constatación de que esos encuentros no llegarán jamás a producirse.

 


[1] Sábado, 20 de junio de 1942.

[2] Domingo 21 de junio.

[3] Sábado, 20 de junio.

[4] Miércoles, 24 de junio.

[5] Miércoles, 1 de julio.

[6] Miércoles, 1 de julio.