Hazlo por Schopenahuer: comedia + drama, no. La práctica

Una obra de la autora dramática -así la vendían en el programa de la Beckett- más traducida de la historia. Pensé: «Bueno, pues una traducción más, una puesta en escena más». Antes de empezar la función, una compañera me presentó a la directora del espectáculo, Glòria Balañà i Altimira, que ni me miró a la cara, centrándose, como absorta, en su teléfono móvil. De todos modos, no se me bajó y entré a la sala con ganas.

El setè cel Cloud 9 es su título original- de Caryl Churchill es una obra de teatro escrita en 1978 durante un taller de creación junto a la compañía Joint Stock. Consta de dos actos separados por un centenar de años: el primero transcurre en el siglo XIX en una colonia británica africana; el segundo, en el Londres de 1979. La autora indaga acerca de las convenciones sociales y políticas de la era victoriana y el paso a una sociedad más abierta y libre, aunque aún lastrada por su pasado. Los personajes de sendos actos son interpretados por los mismos actores.

Una obra algo extraña, desequilibrada, pues el primer acto se revela como vodevil, esto es, comedia pura, aún con crítica explícita del colonialismo y del mismo vodevil que, por otro lado, brilló por su ausencia en la adaptación de Balañà. El segundo acto, en cambio, tira hacia el drama, hacia el dramón, y eso que cuenta con una orgía en escena ¡¡¡¿?¿?!!!

Mientras que en el primer acto los personajes vivían su sexualidad de forma reprimida -aunque harto imaginativa- debido a las cadenas del matrimonio y al encorsetamiento de la época, un siglo más tarde los personajes parecen haberse liberado. No sólo follan a diestro y siniestro, sino que su emancipación sexual alcanza cotas de altitud de crucero. A saber, en este segundo acto aparecen dos personajes que son hermanos: una mujer y un hombre. Ella es lesbiana y él homosexual. Y se acuestan juntos. Sin ningún tipo de reparo ni conflicto… ni interés [2].

Pero vamos a lo que vamos, es decir, a este paso antinatural y antiestético de la comedia al drama.

En cuestión de iluminación, la puesta en escena fue muy acertada. En el primer acto la escena brillaba con una luz cálida y potente. Era el sol de África, la comedia, la vida. En el segundo acto las tornas han cambiado. Es todos gris, oscuro, es Londres, es el puto drama. Incluso los personajes están apagados, como si los hubieran desinflado. Sin ánimos sin pasiones, a pesar del sexo libre y sin ataduras que practican. Parecen primos hermanos de Søren Kierkegaard.

En este séptimo cielo, la libertad del último tercio del siglo XX conduce al drama, a la desidia, mientras que la represión de la época victoriana lleva al despiporre más grande de la comedia que es el vodevil. ¿Cómo se come todo esto?

Lo genial de este primer acto es que los personajes, al estar encadenados a sus matrimonios y a unas convenciones sociales en las que el deseo sexual -especialmente para las mujeres- era algo inconfesable y, por ello, (sobre)entendido como inexistente, no tenían más remedio que sublimarlo. Así, el deseo sexual puro y duro, como instinto natural, se transformaba en enamoramiento ensalzado y romántico. Y por si esto fuera poco, en vodevil. Dando paso a escenas desternillantes propias del género. Por ejemplo, una de las esposas caía rendida en brazos de su amante, loquita de amor, montándose una película más propia de una quinceañera que de una mujer casada y atada. Sin embargo, esto actos infieles y soñadores representaban lo más verdadero de la obra. Ese momento burbujeante que, como las canciones pop de los años ochenta, te dice a gritos: «¡Estás vivo!».

 

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[1] El único personaje que se queda a dos velas en ambos actos es Maud/Betty, la mujer de cierta edad, interpretada por Teresa Urroz. En el primer acto, se da a la bebida para sublimar sus deseos, mientras que en el segundo es rechazada por un muchacho. Qué triste, Churchill, tanta libertad sexual, tanta orgia e incesto consentido, pero sólo para la carne fresca.