«La gran bellezza». Proust mette paura

De qué forma moldea el entorno la idiosincrasia de los hombres, de los varones, en según qué lugares. Italia, che bella! Troppo! El país más hermoso de Europa. Qué paisajes, qué historia, qué arquitectura. Es demasiado. Un éxtasis estético en sesión continua.

En medio de semejante hermosura no resulta extraño que los hombres se queden colgados de un instante aún más bello, quizá, por qué no decirlo, un pelín idealizado. Y así pasan los años, y ese momento idílico, perfecto, sirve como excusa para contener, aplacar, cualquier amago de compromiso, de la madurez que la sociedad requiere a todos los mortales, especialmente a las clases media y trabajadora.

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Jep Gambardella

Ahí está Jep Gambardella, el protagonista de La gran bellezza, de Paolo Sorrentino (2013). Un sesentón que, desde ese instante precioso de su juventud, se ha acostado con miles de mujeres y no es que lo hayan decepcionado, sino que él ha decepcionado, tanto… Vive frente al Colosseo, nada más y nada menos. Se pasa las noches de fiesta con sus amigos de clase alta, bailando, bebiendo, como quinceañeros en celo. Lo único que importa es el presente, lo frívolo y el placer, que para eso es efímero.

 Y ¿por qué no? 

Entre toda esa vorágine hedonista irrumpe un personaje fuera de lugar: Andrea, el hijo de Viola.

En una ocasión, mamá regresa a casa de una fiesta. Su hijo le abre la puerta en cueros. Su cuerpo está totalmente pintado de rojo. Y serio, como un muerto, le dice: «Mamá, me ruborizas»[1].

El aspecto de Andrea es tan diferente del resto del elenco: flaco, hombros y brazos caídos, paliducho, con ojeras, barba y pelo largo. Melancólico, todo un romántico del siglo XIX. Por supuesto, lee a los clásicos, Proust, ¡¡Turgeniev!! Y está solo.

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Andrea encuentra a Jep en un restaurante, acompañado de una bella señorita.

JEP

¿Como estás, querido?

ANDREA

Mal.

¿Por qué está mal el chiquillo?

ANDREA

Proust escribe que la muerte podría llegar esta misma tarde. Proust da miedo.

Ah, vale…

(A todas esta, la acompañante de Jep está conmocionada, no da crédito.)

ANDREA

Ni mañana ni dentro de un año, sino esta tarde, escribe.

JEP

Pero ahora es de noche, así que esa tarde debe ser la de mañana.

ANDREA

Y Turgeniev dice: «La muerte me había lanzado una mirada, me había visto».

JEP

Andrea, no te tomes tan en serio a esos escritores.

ANDREA

Si no me tomo en serio a Proust, a quién me voy a tomar en serio.

JEP

A nadie, no debes tomarte nada en serio excepto el menú.

Qué ingenioso.

(La acompañante ríe. Ambos miran a André, cuyo rostro severo… La señorita de sonreír de golpe.)

JEP

Andrea, las cosas son demasiado complicadas para que un solo individuo las entienda.

ANDREA

Que tú no las comprendas, no significa que nadie pueda comprenderlas…

Touché.

[Cabe decir que Andrea es el único personaje que consigue desarmar a Jep. Su don de palabra no tiene nada que hacer frente a la profundidad romántica que se cuestiona sobre el sentido de la vida y la muerte.]

(Viola, la madre entra en escena. Saluda a Jep y a la señorita. Manda a su hijo a buscar una buena mesa.)

VIOLA

Viola, ¿cómo le has visto?

(Jeff, hace un gesto como… qué quieres que te diga, pero la madre no lo percibe).

VIOLA

Está mejor.

 JEP

Mejor.

VIOLA

(Esperanzada)

Mucho mejor. Estoy tan contenta.

 ¿Mejor? ¡¡Pues cómo estaría antes!!

¿Qué leches pinta ese quillo ahí? ¿Entre toda esa banalidad? ¿Qué pinta cualquier romántico en el siglo XXI? ¿Sentir profundamente, vivir en el más amplio sentido de la palabra en un mundo que transcurre a través de la trivialidad, el desapego? ¡Es ridículo! ¡Es el colmo de la mala suerte!

 

 

 

 


[1]Ésta es, sin duda, una de las mejores escenas que ha parido el cine en los albores del siglo XXI.