Mayo del 68. Treinta años de la revolución de los graffiti

 

El poder tenía a las universidades.

Los estudiantes las tomaron.

El poder tenía a las fábricas.

Los obreros las tomaron.

El poder tenía a la ORTF

Los periodistas la tomaron.

El poder tiene el poder.

¡A tomarlo!

Cuando se llega a cierta edad, cualquier mañana nos damos cuenta de que todo ocurrió  «hace 30 años». Ahora se cumplen 30 años[1]de una revolución frustrada cuando los estudiantes pretendieron llevar «la imaginación al poder y recomendaron «desabrochar el cerebro tan a menudo como la bragueta». Hace 30 años, en mayo del 68, ellos se creyeron los herederos y depositarios de las esencias de la Revolución de 1787 contra la reforma fiscal del rey Luis XVI. «Es al sistema en conjunto al que atacamos en nuestras reivindicaciones; al poder político, al capitalismo, a su concepción de la universidad», declaró a Le Nouvel Observatour, Daniel Cohn-Bendit, líder radical del Movimiento 22 de Marzo. Treinta años después sólo el líder trotskista Alain Brivine sigue fiel a su ideario político desde las filas de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria). Cohn-Bendit, apodado entonces Dani el Rojo, por analaogía con el líder de los estudiantes alemanes Rudi Dutschke, ahora podría llamarse Dani el Verde. Diputado del Parlamento Europeo por los Verdes, ha rechazado desde su escaño ecologista de Bruselas una entrevista en París para recordar sobre los adoquines del Quartier Latin aquellos días de mayo y barricadas. Y no es sólo Dan, ideólogo de los iracundos de Nanterre, quien esconde la cabeza debajo del ala. Recordemos que el senador Michel Rocord, ex secretario general del PSF (Partido Socialista Francés) y ex primer ministro con Miterrand y Alain Geissmar, antiguo secretario general de UNEF (Unión Nacional de Estudiantes Franceses) situados posteriormente en el poder, también lucharon en los bulevares de París contra los CRS (Cuerpos Republicanos de Seguridad). El paso del tiempo atemperó sus naturales y comprensibles fogosidades ideológicas y hoy son respetados caballeros instalados en la tranquilidad político-burguesa.

Ante la idea generalizada de que el intento revolucionario de mayo fue patrimonio exclusivo de los estudiantes, habrá que recordar que el movimiento obrero francés cobró fuerza ya en 1966. «Cuando Renault estornuda, toda Francia se resfría», dice Noël Morato, entonces sindicalista de la CGT (Confederación General de Trabajadores), un mañana soleada del invierno de 1998 tomando un café en la rambla de Figueres. Desde Béziers, acudió a la cita para recordar. Todos los trabajadores franceses tenían los ojos puestos en Renault. Los sindicatos se venían oponiendo a las pretendidas reformas que el Gobierno quería realizar sobre la Seguridad Social. Las manifestaciones y huelgas de las grandes empresas navales y metalúrgicas, Correos, SNCF y Sud Aviation, se iban sucediendo. A ellas se unieron las protestas estudiantiles a finales de diciembre de 1967 en la Facultad de Humanidades de Nanterre y La Sorbona. Los universitarios reclamaban la democratización de la enseñanza, enfrentados al grupo neofascista Movimiento Occidente. Habían protestado contra la reforma Fouchet y las medidas Peyreffite. Los estudiantes rechazaban una universidad cuyo único objetivo era el de formar los patronos de mañana y los instrumentos dóciles de la economía; impugnaban el sistema social autoritario y jerárquico que silencia toda oposición radical. Se negaban a ser los sirvientes del sistema. «La universidad está hecha a la imagen del Estado burgués», le dijeron al escritor mexicano Carlos Fuentes. EL cierre de la Universidad de Nanterre el 2 de mayo –al que siguió el 3 el desalojo de La Sorbona ordenado pro el rector Jean Roche- fue el detonante del movimiento estudiantil. El mismo día, George Marchais, miembro del Bureau político del PCF, denunció en L’Humanitéa «los pequeños grupúsculos izquierdistas». Y agregó: «Son seudorrevolucionarios, entre los que se encuentra el anarquista alemán Cohn-Bendit». La agitación s extendió por toda Francia, registrándose manifestaciones en Estrasburgo, Nantes, Rennes y Lyon, mientras políticos e intelectuales (Jean-Paul Sarte, Herbert Marcuse, Pierre Mendes France, François Mitterrand, Guy Mollet y los Premios Nobel Alfred Kastier y Jacques Monod) se solidarizaron con la universidad. Para responder a la represión, las principales centrales sindicales propusieron una huelga general para el lunes 13 de mayo como adhesión a los estudiantes. A la vista de los acontecimientos, el primer ministro, Georges Pompidou, decidió abrir La Sorbona, que los estudiantes declararon inmediatamente comuna libre y el ministro de Educación Alain Peyreffite tuvo que dimitir después de afirmar que la agitación que sacudía París no tenía nada que ver con lo ocurrido en Berlín, Roma o Madrid. Entretanto, Charles de Gaulle se había quitado de en medio.

El hecho de que sobre los estudiantes recayera todo el protagonismo de la revuelta, responde a la manipulación gubernamental para tratar de ocultar el éxito de la respuesta obrera: 9 millones de trabajadores consiguieron paralizar Francia durante 7 semanas sin desatender los servicios básicos. El resultado de aquella lucha fue la conquista de sus reivindicaciones: el salario mínimo fue aumentado el 35% hasta los 1.000 francos mensuales y el 10% los restantes salarios; se paró la reforma de la Seguridad Social; se renegociaron los convenios colectivos y se consiguieron las 40 horas reales semanales sobre las 48 o 50 que regían hasta entonces. La conquista de estas reclamaciones fueron silenciadas sistemáticamente por los gobiernos de la derecha francesa. De manera que mientras los obreros lucharon por sus reivindicaciones  sociales, los movimientos estudiantiles fueron estrictamente políticos: 600.000educados de toda Francia quisieron hacer la revolución para derrocar al gobierno del general De Gaulle e instaurar un gabinete de izquierdas. Cohn-Bendit le dijo a Jean-Paul Sartre que «nuestro objetivo es derribar el régimen. Pero no depende de nosotros que este objetivo llegue o no a lograrse. Si fuera realmente el objetivo del Partido Comunista, el de la CGT y de las otras centrales sindicales, no habría problema: el régimen caería en 15 días». Sin embargo, aunque junto en la refriega, comunistas, trotskistas, maoístas, todas las fracciones ultraizquierdistas afiliadas a la UNEF siempre estuvieron desunidos; por esta razón De Gaulle y su gobierno sabían que, sin la ayuda de los trabajadores, los estudiantes serían incapaces de consumar la revolución. Georges Séguy, dirigente comunista de la CGT, rechazó toda unidad de acción con los estudiantes en el movimiento revolucionario. «No a la aventura», dijo. Pero en cualquier caso De Gaulle tenía las tropas acantonadas y dispuestas a defender París. Si la izquierda hubiera estado unida, quizá habría recibido el apoyo de los trabajadores hasta forzar unas elecciones que llevaran al Elíseo a un gobierno de izquierdas, como ocurrió en 1981 con Mitterrand de duración efímera por la cohabitación con Jaques Chirac en 1983. Pero triunfó De Gaulle tras convocar elecciones para junio –que ganó ampliamente la derecha- gozó de una gran manifestación de apoyo el 30 de mayo.

Treinta años después, ¿qué queda de aquel mayo y de aquellos graffitis? Sólo la memoria y el recuerdo periodístico. Y un libro, posiblemente agotado: Les murs ont la parole, Mai 68, del editor Tchou. «Cambiar la vida», dijo Rimbaud; «Transformar la sociedad», dijo Marx. En las barricadas del 68 esas consignas fueron una sola. Tras los sucesos, la derecha en el poder y la patronal capitalista entendieron muy bien que había que socavar sibilinamente la fuerza de los trabajadores. Los sedujeron con el Estado de bienestar de la sociedad consumista. Hoy los obreros franceses –los que tienen trabajo, obviamente-, viven endeudados pagando sus bienes de consumo y los sindicatos más fuertes (CGT, CFDT, FO o FEN) han perdido aquella fuerza telúrica que paralizó Francia en 1968. «Después de lo que hemos vivido durante este mes, ni el mundo ni la vida volverán a ser como eran», sentenció el 29 de mayo Dani El Rojo, hijo de refugiados alemanes, entonces estudiante de sociología. Por eso, 30 años después el diputado Cohn-Bendit, prefiere olvidar. «Seamos realistas: exijamos lo imposible». Sólo un recuerdo, sólo una utopía marchita. Todo ocurrió hace 30 años.

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«Mayo del 68. Treinta años de la revolución de los graffiti» se publicó en la revista Jano en el número 1.255 VOL. LIV (1-7 de mayo de 1998). Su autor, Juan Soto Viñolo. 

 

 


[1]El artículo se publicó en 1998, en aquel entonces habían pasado 30 años desde el mayo del 68.