El barrio de La Mina está en el sudoeste del río Besós en San Adrián, lindando con Barcelona, a un tiro de piedra del Fórum Universal de las Culturas del año 2004 y la futura Ciudad Deportiva del R.C.D. Español. En La Mina viven masificadas 11.000 personas, la mayoría procedentes de Andalucía y Extremadura, de las que el treinta por ciento son de etnia gitana, vinculadas por lazos de sangre más o menos directos. Se relacionan llamándose primos. «Si somos gitanos, hay algo en común entre nosotros», dice Rafael Perona Cortés, secretario del Centro Cultural Gitano y estudiante de Derecho.
La Mina es un barrio construido en 1967 por el Patronato Municipal de la Vivienda, auspiciado por el alcalde de Barcelona José maría de Porcioles para absorber a los barraquistas que malmorían en el Campo de la Bota, denominación que data de la invasión napoleónica, lugar insano, húmedo y tétrico. Escenario caliginoso de los fusilamientos al amanecer en la paz de Franco en los años triunfales que siguieron a la Guerra Civil hasta 1952.
El Campo de la Bota había recibido inmigración de Málaga, había maquis, catalanes desalojados de Can Tunis por Campsa, expulsados del Somorrostro por la construcción del Paseo Marítimo, también de los barrios de La Perona y La Catalana. «Aquí se ubicó a la gente de la periferia que vivía en el chabolismo, en el Polvorín, las casas baratas. A unas familias de la Catalana, El Centro los instaló provisionalmente en el Ayuntamiento de San Adrián en 1980», recuerda Perona.
«En estos macrobloques metieron a gente que nunca habían vivido en pisos. Algún grupo propició una forma incívica de vida», dice el alcalde socialista de San Adrián del Besós, Jesús María Cangas Cascaño, hijo de emigrantes asturianos, que señala la conveniencia de que sean los propios vecinos quiénes les inviten a llevar una conducta más cívica, sin temor a ningún tipo de amenaza más verbal que real.
«Por tratarse de un barrio muy poblado e inseguro, las administraciones debemos dar el callo, aprovechando el evento del 2004 que ofrece tantas posibilidades de rehabilitación de La Mina. Hay que buscar un lugar estable a la juventud donde puedan tener un futuro al amparo de la ley. Y en este proyecto entra el Centro Cultural Gitano que está haciendo un gran trabajo con la etnia gitana, quizá la mayor de Catalunya y España, reconocido desde la Administración».
El alcalde agrega que el futuro del gitano no pasa por la consolidación de la venta ambulante ni de sus recursos habituales, sino que pasa por la formación para que los niños gitanos estén en igualdad de oportunidades con los de cualquier otra sociedad. «En el momento en que los gitanos puedan acceder a la Universidad y sacar sus carreras, su futuro no será de sumisión a una mayoría, sino de total independencia».
Hay un proyecto que parte de un consorcio de instituciones como el Ayuntamiento, la Generalitat y el gobierno central de rehabilitación para poder construir un barrio mucho más digno, donde todo el mundo tenga cabida y se pueda deslindar a aquellas personas que viven de actividades ilícitas. «Somos muchos los que tenemos esperanzas que este proyecto se convierta por fin en realidad, porque ya nos han mentido varias veces», sentencia Perona.
En La Mina conviven en estrechuras de hormigón castellanos (payos) y gitanos; en el barrio se saborea el mestizaje, se mezclan los olores, muchos tocan, cantan y bailan flamenco; algunos se pican y esnifan como en cualquier garito elegante de Barcelona. Aquí se trabaja duro y se vive ricamente sin trabajar. Junto a los contenedores rebosantes de basuras, aparca un Mercedes 3000, también los coches a punto de desguace, las motos y las bicicletas. La Mina es un barrio de bloques prefabricados que ofende la inteligencia de cualquier urbanista, un barrio de hormigón alineado como las fichas del dominó, una colmena multitudinaria habitada por rostros cetrinos, de cabellos aceitunados de rasgos gitanos; hombres, mujeres y niños, unos rechonchos como de Botero; otros pulcros y juncales; hay jóvenes esbeltas y muchachos con tipo de banderillero que asoman su tersa juventud al siglo XXI; otros, sin embargo, pasean su derrota sin luz en los ojos. Una estatua de Camarón de la Isla, orlada la peana con un ramo de claveles y un montón de papeles y desperdicios. Camarón frecuentaba el Bar Boquerón en compañía del Tío Manolo. Tiene Camarón, el cristo de los flamencos, un paseo con su nombre que fue el primero de España…