La Mina. Arte a la sombra de Camarón (II)

La Mina, dicen que tiene mal rollo. Se le supone, erróneamente, un barrio marginal de la gran ciudad, asiento de pendencias, factoría de delitos nocturnos, cambalache de paraísos artificiales, que tuvo sus protagonistas cinematográficos. ¿Cómo se puede luchar contra la mala imagen de La Mina desde dentro? «Creando actividades que permitan que la gente de fuera entre en La Mina y vean que la realidad no es la que ellos creen. Por ejemplo, nuestro concurso de cante flamenco, que permite que mucha gente de fuera entre en la Mina a ver el concurso o al grupo Potaje que en televisión hablaba con exquisita normalidad de La Mina», dice el alcalde. «Puesto que contamos con recursos de la Diputación, vamos a crear un foco de grupos jóvenes alrededor de la música y los movimientos artísticos».

Dos delincuentes adolescentes están vinculados a la historia de La Mina: «El Vaquilla», que procedía del Campo de la Bota, vivió en el barrio entre 1973 y 1975 y nunca más regresó. Fue un fenómeno social de la época, explotado por el Régimen para ensalzar la eficacia de la pasma franquista. Y Ángel Fernández Franco, «El Torete». En La Mina,  rodó José Antonio de la Loma Perros Callejeros (I y II), protagonizada por «El Torete», un muchacho marginal del barrio del Besós, ya fallecido. «Elevar a la categoría de héroes a jóvenes que están fuera de la ley, me parece peligrosos. La Mina es un producto más de la leyenda que de la realidad», afirma Jesús María Cangas.

«José Antonio de la Loma hizo un trabajo despectivo y chabacano, sin ningún acento de crítica constructiva», añade Perona. «Para la gente de fuera, La Mina está mal imaginada. Si a La Mina se le apoyara y se quisiera descubrir lo que aquí se encierra, verían que este es un barrio bonito en el que se encuentra de todo. Empezando por los artistas, los trabajadores y con personas responsables. Lo bueno y lo malo está en todas partes. Hay que venir y ver lo que es La Mina. Aquí hay una gran convivencia entre gitanos y miles de castellanos».

«Estadísticamente es uno de los barrios menos conflictivos del Área Metropolitana», puntualiza el alcalde, «aunque haya unos núcleos delictivos en los bloques Venus y Saturno sobre los que debemos ejercer la acción policial, porque cuando se detecta presión policial en Can Tunis, hay personas que se desplazan a comprar droga a La Mina. Algunas con mono se inyectan en el mismo Centro Cívico, dando la sensación de un desmadre que no existe. La droga es una realidad que nos gustaría erradicar a todos».

Para el alcalde, el problema de La Mina, más que delictivo es de comportamiento cívico, por el propio desencanto de una sociedad marginal que no se arraiga en el barrio que cuenta con gente honrada que quiere vivir en paz. «Aquí tenemos artistas plásticos como yo», dice Manuel Fernández Cortés, gitano de Torredongimeno (Jaén), que emigró con su familia a Tarrasa y luego se afincaron en las barracas del Campo de la Bota en 1960. «Yo venía de una Andalucía limpia y el Campo de la Bota ofrecía un aspecto impactante, sin alcantarillado, sin agua corriente, sin servicios y muchos olores a industrias, el pan Bimbo y la leche Ram, olores y sabores nuevos para mí, pero había sentido de vecindad». Posteriormente se trasladaron a los pisos de La Mina. En el Campo de la Bota vivían el cura Francesc Botey, el gran luchador del pueblo gitano y la gente humilde, el hermano Antonio, la asistenta social Francesca Vintró, el escultor Luis Cortés. De aquella lucha, aprovechando las nuevas libertades, nació la idea del asociacionismo. «Después de veinte años, seguiremos luchando por nuestro barrio», dice Manuel Heredia Soto, presidente del Centro Cultural Gitano.